En las afueras de la capital de Canadá, a varios cientos de metros bajo tierra, se esconde un búnker congelado en el tiempo, una reliquia de las amenazas nucleares de antaño que con la guerra en Ucrania parecen resurgir.

Después de que Rusia invadió en una guerra a Ucrania el 24 de febrero de 2022, “tuvimos muchas consultas sobre si todavía funciona como un refugio antiaéreo”, dice a la AFP Christine McGuire, directora del Diefenbunker, convertido en museo hace 25 años.

Pero aunque el búnker conserva la mayor parte de las características del refugio antiatómico que fue para el alto mando canadiense, “con las armas nucleares modernas, no podría resistir un ataque ahora”, subraya la responsable del complejo.

El refugio fue construido en secreto entre 1959 y 1961, encargado por el entonces primer ministro John Diefenbaker en una tranquila localidad a unos 40 kilómetros del centro de Ottawa.

Tenía capacidad para albergar a medio millar de funcionarios civiles, militares y gubernamentales clave para dirigir Canadá después de un ataque nuclear. Las familias, sin embargo, no eran aceptadas.

Sobrevivir al apocalipsis

El complejo consta de más de 9.000 metros cuadrados, el equivalente a dos campos de fútbol repartidos en cuatro niveles, pero desde el exterior se ve únicamente una pequeña edificación de metal y un montículo de tierra.

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RFI

En el interior, un largo túnel lleva a las duchas de descontaminación y a un laberinto de estrechos pasillos blancos salpicados de franjas negras verticales.

“Las franjas están ahí para evitar la sensación de encierro”, dice el guía Graham Wheatley, de 67 años, señalando el largo y frío corredor.

“Da la ilusión de que el techo es más alto de lo que realmente es. Al menos eso dicen los psicólogos”, añade entre risas.

Sala tras sala, el voluntario lleva a los visitantes a un viaje por el Canadá de los años 1960, destacando las especificidades técnicas de esta extraordinaria instalación.

Una cafetería, un quirófano, un centro de control, un estudio para la radio nacional o incluso una cámara acorazada para albergar los lingotes de oro del Banco de Canadá, todo fue diseñado para que más de 500 personas pudieran sobrevivir un mes bajo bajo tierra.

Miedo real en medio de la guerra de Ucrania

Desmilitarizado en 1991 al final de la Guerra Fría, el Diefenbunker reabrió sus puertas como museo en 1998 y recibe a más de 70.000 visitantes al año.

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Es un “recordatorio significativo de lo cerca que estuvimos de la aniquilación durante la Guerra Fría”, cuenta McGuire.

A mediados del siglo XX, se construyeron alrededor de 2.000 búnkeres gubernamentales y privados en patios traseros o sótanos en todo Canadá, muchos menos que en Estados Unidos o Europa, estima Andrew Burtch, historiador de la Guerra Fría en el Museo Canadiense de la Guerra.

“En Canadá, gran parte de la planificación se basó en la suposición de que la lluvia radiactiva sería nuestra principal amenaza, y no necesariamente los ataques directos a las ciudades canadienses”, agrega el experto.

“La idea era que los rusos no desperdiciarían sus bombas o misiles en Canadá, sino que apuntarían a Estados Unidos”.

Burtch recuerda que hubo varios momentos de pánico entre 1947 y 1991: “Las armas nucleares estaban en todas partes durante la Guerra Fría, y la amenaza de usar esas armas era periódica. Había más tensión que en la guerra de Ucrania”.

“Ahora nos encontramos en una situación similar”, lamenta. “Es un momento algo desconcertante”.

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Una señal de que estas tensiones siguen siendo relevantes es el anuncio del martes del presidente ruso, Vladimir Putin, de que su país suspendería su participación en el tratado de armas nucleares New START con Estados Unidos.

Esto, aunque el Ministerio de Relaciones Exteriores de Moscú dijo más tarde que aún planeaba cumplir con sus regulaciones.