Biarritz, el elegante balneario francés en la costa atlántica, es famoso por sus grandes olas. Pero las más fuertes pueden surgir el próximo fin de semana en la reunión del G7, donde el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, puede agitar las aguas otra vez.

Las cumbres anuales del Grupo de los Siete (G7, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), siempre fueron las que un presidente de Estados Unidos podía estar más cómodo.

Hasta Trump.

En el G7 en Quebec el año pasado, se fue dando un portazo, torpedeó el comunicado final penosamente negociado y, en un tuit enviado desde el Air Force One, calificó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de “deshonesto y débil”.

Ahora, los líderes del G7 vuelven a abrocharse el cinturón, advierte Robert Guttman, director del Centro de Política y Relaciones Exteriores de la Universidad Johns Hopkins.

“Va a ser un toro en una tienda de porcelana”, vaticinó Guttman sobre el mandatario estadounidense.

Los anfitriones franceses esperan poder manejarlo mejor. Para empezar, el comunicado final no tendrá la importancia que tradicionalmente ha tenido, como “una forma de evitar la situación en Canadá el año pasado”, dijo a periodistas un diplomático francés.

El político, no el estadista

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, quiere que el G7 busque cómo abordar la desigualdad global, un tema inadecuado para la visión del mundo de Trump, ferozmente centrada en Estados Unidos.

Trump, que busca ser reelecto el año próximo, suele decir en sus actos de campaña que el escenario mundial solo le importa si Estados Unidos está “ganando”.

Por eso retiró a Estados Unidos del Acuerdo del Clima de París alcanzado en 2015 para la reducción de las emisiones de carbono, considerado un intento de salvar al mundo.

“Fue bueno para los demás. No para nosotros”, dijo Trump en un acto en nueva fábrica petroquímica la semana pasada.

La audiencia de clase trabajadora, exactamente el electorado que Trump espera que le haga ganar un segundo mandato, aplaudió. Y en Biarritz, esa gente, no los líderes del G7, seguirá siendo su audiencia.

“Trump no va como estadista, sino como un político que lucha muy duro por la reelección”, dijo Guttman.

“Reafirmación”

James Roberts, de la fundación conservadora Heritage Foundation, dice que Trump simplemente está corrigiendo lo que los republicanos consideran que fue la deriva de la política exterior bajo su predecesor demócrata Barack Obama.

“Es una reafirmación de la determinación estadounidense”, dijo Roberts.

Trump rechazará el impuesto digital de Francia, aplicado para atender lo que el gobierno de Macron dice que es una evasión masiva de grandes compañías estadounidenses como Google o Facebook, que operan en el extranjero sin pagar casi nada.

Trump cree que esto es una “tontería” y amenazó con tomar represalias con aranceles al vino francés.

Los líderes del G7, especialmente la alemana Angela Merkel, también pueden esperar presión sobre las contribuciones financieras a la OTAN, la piedra angular de la seguridad transatlántica que, según Trump,
depende demasiado de la generosidad de Estados Unidos.

Y los seis socios tendrán dificultades para obtener flexibilidad de Trump en otros puntos polémicos: la postura agresiva de Washington contra Irán y la guerra comercial con China, que ya genera temores de una posible recesión económica mundial.

Trump también puede alborotar el palomar resucitando su llamado a dejar sin efecto la expulsión de Rusia del otrora G8 como castigo después de la anexión de Crimea en 2014.

No matar al mensajero

Trump tendrá un nuevo amigo en este G7: el flamante primer ministro británico, Boris Johnson, quien está ansioso por el apoyo de Estados Unidos mientras empuja al Reino Unido a una salida de la Unión Europa (Brexit) que se anticipa peligrosa sin un acuerdo.

Trump ha dejado entrever la posibilidad de un gran acuerdo comercial bilateral y la Casa Blanca continuará usándolo como cebo para tratar de obligar al Reino Unido a sacar a la compañía china Huawei del mercado del 5G.

La Casa Blanca dijo que Trump y Johnson hablaron del Brexit y el comercio durante una llamada telefónica el lunes, en la que el mandatario estadounidense expresó “gran entusiasmo” por reunirse con el primer ministro británico.

Pero como ya vieron Macron y el primer ministro japonés Shinzo Abe, los lazos personales fuertes con Trump no necesariamente implican una amistad fácil.

Aún así, Roberts opinó que los desafíos estratégicos de China y Rusia significan que los socios del G7 tendrán que soportar a Trump, lo quieran o no.

“No les gusta el estilo del presidente Trump, pero no puedes cambiar los hechos porque no te gusta el mensajero”, dijo Roberts. La UE “no es una superpotencia y todavía tiene que depender de Estados Unidos”.

Y no habrá escapatoria de Trump por un tiempo: a Estados Unidos le toca acoger el G7 en 2020.