Cuarenta años después de la guerra de Malvinas, la sociedad argentina tiene impregnada en la memoria a sus veteranos, aunque por desconocimiento o “negación” se ha dejado de lado el papel de las mujeres en el conflicto. Si bien pelear les estaba vedado, destaca la labor de seis voluntarias que decidieron embarcarse en un buque hospital para atender y asistir a los soldados heridos que llegaban del frente.

La guerra por la soberanía argentina de las islas cursaba sus últimos días y las noticias que llegaban del frente, manipuladas por la dictadura de 1982, mentían al decir que el país iba ganando. En tanto, el esfuerzo de la guerra deslizó la necesidad de más personal sanitario, especialmente de instrumentadoras quirúrgicas que agilizaran las cirugías.

Seis mujeres civiles fueron seleccionadas entre las veinte que se presentaron como voluntarias en hospitales militares del país, algunas de las cuales estaban recién tituladas. Con improvisación castrense las llevaron al rompehielos Almirante Irízar, transformado en quirófano flotante, apenas les dieron una chaqueta para protegerse del frío.

Tampoco había borceguíes o uniformes de su talla, no tenían camarotes propios y ni siquiera les habían preparado documentos que autorizaran el descenso a tierra. Tuvieron que quedarse a trabajar en el barco que estuvo amarrado en Puerto Argentino, la capital de las islas.

Los camaradas varones renegaban de la presencia de estas chicas de entre 20 y 33 años. Una de las veteranas, Silvia Barrera, le cuenta a Efe que “en los barcos seguía vigente una vieja creencia de que las mujeres y curas traen mala suerte. Eso fue lo primero que nos dijeron cuando abordamos”.

En las Fuerzas Armadas del país vecino, 16 mujeres participaron activamente en ultramar realizando tareas de transporte y evacuando heridos, mientras que 15 fueron movilizadas por el territorio argentino en labores sanitarias y decenas más trabajaron en hospitales de la nación.

 La instrumentadora quirúrgica Silvia Barrera muestra una medalla por su labor en las Malvinas.
Agencia Efe

Instrumentadoras multitareas

Pasaron diez días arriba del Irízar y la llegada de los primeros heridos son un recuerdo recurrente para Barrera. En el lado argentino, la guerra dejó un saldo de 649 hombres muertos en combate y 1.687 heridos.

“Nosotras como instrumentadoras casi no teníamos trato con el paciente porque llega semidormido, en Malvinas nos tocó hacer las cosas sin anestesia, hacer de camilleros, bañarlos, de psicólogas y hasta de madre”, rememora.

En ese aspecto, María Angélica Sendes, otra de las veteranas, le dijo a Efe que llegó a tener a 90 “chicos” bajo su cuidado.

Los llamaba así porque tenía 33 años cuando arribó al teatro de operaciones y la mayoría de los conscriptos apenas superaban los 21, les reclamaban que ellos eran hombres, pero para Sendes siempre serían sus “soldaditos”.

En las cirugías debían atarse a las camillas para contrarrestar el movimiento constante provocado por la marea, neutralizaban el mal de mar a base de papas y pan, y el sueño era interrumpido de forma constante por las batallas y descargas de artillería inglesa que iluminaban el cielo.

La vuelta a casa

En la madrugada del 14 de junio, el mismo día que se firmó la rendición argentina, un grupo de comandos ingleses “irrespetuosos” intentó asaltar el buque y fueron repelidos. El navío se mantuvo en alerta hasta que la radio comunicó el cese al fuego.

“Al día siguiente dominó el silencio de que todo había terminado. Fue muy doloroso, no creíamos que ‘estábamos ganando’, pero sí dando pelea y tras cuatro días de haber estado en Malvinas, que la guerra terminara nos dejó un gran vacío”, relata Barrera.

Recién el 18 de junio, los ingleses les permitieron volver a casa y la calidez humana, por la que son famosos los latinoamericanos, en Argentina había sido capturada por el enemigo.

“A los soldados la sociedad los negaba, rechazaba o ignoraba y para nosotras fue más ‘fácil’, volvimos a nuestro lugar de trabajo y rutina normal porque nadie nos preguntó dónde habíamos estado esos días”, ironiza Barrera.

Las veteranas, al igual que sus camaradas varones, se tragaron sus secuelas. Sendes no puede celebrar las festividades de fin de año en paz, los fuegos artificiales le acarrean demasiadas analepsis.

Aunque no existen registros precisos, se estima que al menos 300 excombatientes se quitaron la vida como consecuencias de la guerra, una cifra que las asociaciones de veteranos aseguran puede llegar hasta los 500 suicidios.

Reconocimiento tardío

La historiadora argentina Alicia Panero investigó el rol de las mujeres en Malvinas bajo su libro “Mujeres Invisibles”, hasta ahora, la única publicación sobre este tema.

Explica a Efe que “prefirieron no hablar de sus problemas, pero está visto que en algún momento el estrés postraumático iba a aparecer y es necesario sacarlo y elaborarlo”.

Panero concluye que el mayor daño en el tiempo fue “tener que estar demostrando siempre que estuvieron en las islas”.

No fue hasta treinta años después que la parsimonia del Estado las reconoció como veteranas en una breve resolución ministerial. No obstante, ellas debieron pedir una aclaración, el documento no especificaba que su labor fue cumplida con igual valor y entrega que sus colegas masculinos.