Venezuela vive la peor crisis migratoria de la historia latinoamericana.

Según la ONU, 4,6 millones de personas se han ido del país desde el 2015. Muchas de estas personas que intentan ganarse la vida afuera dejan a niños y ancianos atrás. Estos “dejados atrás” suelen sentirse abandonados en su propio país.

Son las doce del mediodía en la escuela Virgen Niña de Propatria, un barrio popular del oeste de Caracas. Detrás de le reja, al final de una escalera tortuosa, familiares de niños están esperando, y muchos son mayores. Emilio Vargas vino a buscar su nieta: “De mis hijos, tengo una en Perú. Ella es la mamá de Alejandra. Ya tiene dos años allí.”

La hija de Emilio estudió enfermería, pero nunca consiguió trabajo en un hospital de Venezuela. Hizo muchos trabajos diferentes, en peluquerías o de limpieza en casa de particulares, y nunca cobró más del salario mínimo mensual, o sea entre cinco y quince dólares según la tasa de cambio del día. Así no alcanzaba para sostener a su familia y decidió irse de un país donde la inflación se estima en un 200.000% en 2019, según el Fondo Monetario Internacional.

Pero en Perú, su vida tampoco es fácil. “Nosotros sobrevivimos gracias a lo poco que ella nos envía. Pero por falta de dinero ella todavía no volvió en Venezuela, y sufre de muchas privaciones. Quiere volver en diciembre y llevarse a Alejandra”, explica Emilio Vargas. Pero esta idea no parece encantar la adolescente: “No quiero irme. Mi vida es aquí, no en otro país. No quiero abandonar a mi familia, a mis amigos”, dice.

En esta escuela, uno de cada cuatro niños tiene uno o ambos padres que viven afuera. “Después de cada vacaciones este número sube”, detalla Fabiana Duarte, coordinadora pedagógica del colegio. Estos niños, cada vez más numerosos, son llamados “los dejados atrás”.

El Universal
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900.000 niños dejados atrás

Les rutas para irse de Venezuela hacia el resto de América Latina se vuelven cada día más peligrosas, especialmente para las clases bajas que suelen irse caminando por zonas donde operan bandas criminales y guerrillas. Según Cecodap, una organización que defiende los derechos de niños desde hace 35 años en Venezuela, habría más de 900.000 niños dejados atrás actualmente en el país. “El 20% de los migrantes dice dejar al menos un hijo en Venezuela”, explica Abel Saraiba, coordinador del servicio de psicología de Cecodap.

En su oficina pasan decenas de niños muy afectados por la separación con sus padres: “La principal característica es el sentimiento de abandono. Pero el proceso de la migración no sólo tiene que ver con el abandono. Tiene que ver con la adaptación a un nuevo entorno familiar: con quién se queda el niño, cómo se lleva con esta persona”.

“Es un drama con tres actores”, precisa Luisa Pernalente, coordinadora nacional de Fe y Alegría, un movimiento religioso de educación popular que tiene más de cien escuelas en Venezuela, incluyendo Virgen Niñez en Propatria. “Sufre el niño que se queda. Sufre, también, el padre, porque es una emigración forzosa, no se van por que quieren irse. Y sufre también el familiar que se queda con el niño”, explica Pernalente.

Según Abel Saraiba, estas últimas personas sufren “un doble duelo” porque tienen que asumir la separación del niño con sus padres, y también sufren por separarse de un ser querido: “Ellos también son personas dejadas atrás, de las que muy pocos hablan”, estima.

Los ancianos, principales abandonados de Venezuela

Hay ancianos que se quedan con la carga de educar a sus nietos, pero también hay muchos ancianos que se quedan en Venezuela sin ningún familiar. La asociación Convite estima que un 20% de la tercera edad es totalmente abandonada por el tema migratorio. Esta asociación lucha para ayudar a estas personas mayores, organizando comedores y distribuciones de medicinas.

“Son personas sumamente vulnerables. Hay un incremento en algunos tipos de muerte. Por ejemplo las muertes en las colas para cobrar las pensiones o las personas que mueren por falta de atención en centros de salud. Por estar tan solas, son más vulnerables a la delincuencia. También trae un problema oculto que son las depresiones: hay un incremento de los suicidios de personas mayores que va de la mano con una alta escasez de medicamentos antidepresivos”, dice Luis Francisco Cabezas, presidente de Convite.

Existe una solución muy precaria para los ancianos abandonados que sólo viven con la pequeña pensión equivalente al salario mínimo: los “ancienatos”. Son centros de salud para personas mayores, pero ya no tienen recursos ni las infraestructuras adecuadas a las necesidades de sus pacientes. Al menos permiten a los ancianos no morir solos.

La ruta que permite llegar al ancienato de Mamera, en el sur de la capital venezolana, tiene huecos en todos lados. En el patio, debajo de un edificio de tres pisos hecho de concreto básico, los pacientes mayores deambulan buscando un poco de sombra. La mayoría anda con silla de rueda. Muchos están amputados de piernas, otros amputados de brazos.

“En dos años aquí, perdí 17 kilos. Pero aquí encontré una nueva familia”, cuenta Álvaro, de 86 años. Tiene la cara escuálida, su cuerpo flota literalmente dentro de su ropa usada. Sus niños lo abandonaron cuando se fueron para Colombia. “No me querían. Decían que yo costaba demasiada plata”, recuerda con tristeza.

Como muchos ancienatos, el de Mamera falta de todo. Sólo hay una pequeña enfermería sin ningún insumo médico adentro para los 85 pacientes. La comida se resume a unos platos de pasta o arroz. A veces, una asociación viene a distribuir unas sopas.

“Esta situación tiene que cambiar pronto. Las personas que se llaman autoridades en este país deben permitir que llegue la ayuda humanitaria”, se indigna Baudelio Vega. El problema es que el gobierno de Nicolás Maduro no reconoce ni la crisis humanitaria, ni la crisis migratoria. Para ellos entonces, es como si todas estas personas dejadas atrás no existieran.

Aciprensa
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