América Latina tiene sus ojos puestos en Venezuela, la mayoría con esperanza. Incluso los chilenos, quienes se han apartado por años de las noticias de la región, tienen un ojo avizor en cada acontecimiento en la vecina nación. Han aprendido a empatizar (no todos) con el sufrimiento de el hermano venezolano que se autoexilió por necesidad y hambre.
Pero la lupa principal de lo que ocurre en los últimos días en ese país, está en la mano del gobierno de Trump.
Los mensajes que llegan desde el presidente estadounidense y de su máximo responsable en política exterior, Mike Pompeo, están mandando una clara señal a Maduro, sobre lo metidos que están en este proceso que unos llaman transición y otros, un nuevo pasaje amargo para recuperar la calma. Casi 30 muertos en los últimos días lo comprueban.
Al sucesor de Chávez, las fuerzas militares, que son lealmente suyas y no están al servicio del venezolano promedio, fueron las primeras (en realidad fue el Ministro de Defensa) en salir a respaldarlo. Una clara muestra de fuerza en tiempos de convulsión social.
He escuchado teorías de lo que podría pasar si Maduro no abandona el poder con los militares de centinelas. Algunas cadenas internacionales de noticias, barajan el posible escenario militar estadounidense, si por ejemplo Guaidó es encarcelado o, en el peor de los casos, asesinado por proclamarse presidente de una Venezuela en crisis, cuando muchos en la oposición optaron por el silencio o el exilio, que es un camino también ensordecedor.
Estados Unidos encabezó el pasado 24 de enero, un pronunciamiento en la Organización de Estados Americanos, exigiendo el respeto a la integridad física de Guaidó. 16 países lo firmaron. Bolivia, a la cabeza de la oposición latina en la OEA, sigue siendo de los más decididos a enfrentarse a este tipo de actas. Otra vez, el tema de lealtad recobra fuerza en favor de lo que su presidente, Evo Morales llama: el gobierno legítimo de Maduro.
Sin embargo, esa es la parte diplomática. La otra posibilidad es la preocupante. Por más apoyo o crítica a un supuesto intervencionismo estadounidense, ya se perfila como una guerra perdida para los verdaderos interesados en recobrar la democracia: los venezolanos.
Los daños colaterales en la caza a un dictador
No se necesitan argumentos si se mira al pasado, hacia el patio panameño. En 1989, los locales pagaron incluso con su vida (el famoso daño colateral) la invasión estadounidense para sacar del poder a Manuel Noriega. Bastó un mes y medio (hasta enero de 1990) para que, según cadenas como CBS, más de 400 civiles murieran.
Los motivos que tuvo George Bush, padre, recuerdan hasta cierto punto los que EEUU baraja hoy. Claro, sin un Canal de Panamá, en medio de los intereses.
La intervención Causa Justa, tenía entre otros aspectos: “defender la democracia y los derechos humanos en Panamá, detener a Noriega por delitos de narcotráfico y proteger a los ciudadanos estadounidenses en ese territorio”.
Eso último tiene perfecta sintonía con la decisión estadounidense tomada en las últimas horas, de mantener a su personal “esencial” en su embajada en Caracas. No habrá un retiro total, al menos hasta ahora. A los otros ciudadanos los llama considerar su estancia en Venezuela. Estados Unidos está interesado en quedarse, como se dice coloquialmente, “por las buenas o por las malas”.
La respuesta de Maduro fue dar un plazo de 72 horas a los estadounidenses en la sede diplomática para abandonar el país. El plazo se cumple el domingo, por lo tanto, todos se encuentran a la expectativa de una expulsión por la fuerza y una respuesta de Washington ante lo que considera un gobierno ilegítimo.
El problema, hay que insistir, no sería quienes atacan y los que responden. Maduro no pierde, pierden los venezolanos.
El petróleo (esa especie de Canal panameño) es fundamental para acorralar a Maduro en estos momentos desde Estados Unidos. Al no comprar más a Venezuela, el cerco económico de la denominada dictadura se carga de voltaje, para aniquilar sus entradas operativas. El dinero sería enfocado a la causa de Guaidó.
La mención anterior es necesaria. Comprueba que Estados Unidos está metido de cabeza en Venezuela, como nunca antes se vio. No extraña entonces que otros aliados de Maduro estén recibiendo visitas. Como el presidente de Nicaragua Daniel Ortega, quien se reunió recientemente con un alto funcionario de Pompeo. (Secretario de Estado de EEUU)
Suena a advertencia. Suena a invitación a mirar lo que Estados Unidos está gestando en Venezuela. Después de todo, las crisis desde Managua y Caracas tienen sus similitudes.
Lo importante es también observar otros ejemplos como el de Panamá en los noventas. ¿Vale la pena valorar (cómodamente desde lejos) una intervención militar a un territorio que ya sufre? No será mejor confiar y apostar al acompañamiento real de la comunidad internacional?
Después de todo, las balas pueden sonar con fuerza, pero la verdad no hay régimen que la detenga. Ustedes, como chilenos, lo saben mejor.