¿Se abre un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre el príncipe Harry, su esposa, Meghan Markle, y la corona británica?

La pareja anunció el domingo el nacimiento de su segundo retoño: Lilibet Diana Mountbatten-Windsor llegó al mundo el 4 de junio en Santa Bárbara, California, según comunicó el matrimonio en la página web de su fundación “Archewell”.

Meghan había anunciado su embarazo al margen de una sonada entrevista con Oprah Winfrey, en la que la pareja había reprochado racismo a partes de la realeza británica. No obstante, la Casa Real manifestó a través de un portavoz estar feliz con el nacimiento de la niña. También el premier británico, Boris Johnson, envió de inmediato sus felicitaciones.

Polémica por el nombre

Apenas unos días de vida tiene “Lili”, y ya está en el centro de una controversia política. Mejor dicho, lo está su nombre.

Según la declaración de prensa de Harry y Meghan, la pequeña se llamará Lilibet en honor a su bisabuela, la Reina Isabel II. Ese es el apodo cariñoso que le dan a la monarca en la familia desde su infancia. Dicen que no solo su abuelo, el rey Jorge V, la llamaba así, sino también su recientemente fallecido esposo, el príncipe Felipe.

El segundo nombre de “Lili”, Diana, es un homenaje a la fallecida madre de Harry, “Lady Di”, Diana Spencer, princesa de Gales.

Para algunas revistas británicas y para muchos usuarios de las redes sociales -furibundos admiradores de la monarquía y categóricos detractores de Meghan Markle por sus acusaciones de racismo contra la realeza- especialmente el primer nombre constituye una afrenta.

Angela Levin, biógrafa de Harry, dijo en el programa de TV “Good Morning Britain” que era “despectivo” ante la reina que acaba de enviudar. Otros no ven el nombre como una ofensa, sino como una oferta de reconciliación de parte de la pareja rebelde de la Casa de Windsor.

El sistema de símbolos de la realeza

Independientemente de la interpretación concreta, es evidente que el nombre de la niña es más que un simple nombre. Nadie se pregunta por su origen etimológico, sino que la decisión de ponerle “Lilibet Diana” se entiende como un acto político-dinástico, como un gesto hacia la familia real y también hacia los sectores de la población que la respaldan. ¿Cuál es la raíz de esas consideraciones?

Por lo pronto, hay que tener en cuenta la línea de sucesión. Lilibet Diana ocupa el octavo lugar y, teóricamente, podría llegar algún día a ocupar el trono. Por ahora, al igual que su hermano Archie, no llevará ningún título. Pero si la reina Isabel muere y su hijo Carlos es coronado, Lili, su nieta, se convertirá oficialmente en princesa.

Pero más importante aún que la línea de sucesión es el sistema de símbolos que rige en la familia real. Sus integrantes, según su posición en la corte, deben ceñirse a una estricta etiqueta de conducta, y son observados permanentemente por un ejército de fans de la monarquía y reporteros del mundo entero.

Cada cosa allí tiene un significado: cada atuendo, cada foto de familia y cada paso dado públicamente es visto como un signo, dotado de significado e inserto en el mito de la realeza.

¿Quién puede representar a la Casa Real?

En las monarquías, ese mito es clave. Las insignias del poder y la exhibición de ese poderío tienen importancia a más tardar desde la Edad Media, para escenificar la condición supratemporal y supraindividual del monarca por gracia divina, por encima de su persona mortal. De acuerdo con una famosa tesis del historiador Ernst Kantorowicz, el rey tenía en cierta forma dos cuerpos; uno natural y uno político.

Si se mira con atención las revistas que se ocupan de las monarquías, esa forma de abordar a la realeza se mantiene, aunque la corona británica ya no ejerce un poder político relevante. El hecho de que, justamente se le de por nombre a la hija de los rebeldes el apodo de reina, le asigna ante los ojos de los realistas de tomo y lomo una posición que no le corresponde en el círculo más íntimo de la familia.

La controversia en torno al nombre, que se desató fuera de la Casa Real, es en consecuencia un asunto de poder: ¿quién puede presentarse en escena como parte de la familia real (y por lo tanto en posiciones de poder político) y quién no?