Una versión libre “a propósito de Hamlet” -con rostro santiaguino, entre lo teatral y lo cinematográfico- aporta esta acción cultural del Teatro Nacional Chileno (TNCH), estrenada este año en el marco del Aniversario 178 de la Universidad de Chile.

Junto con mostrar una línea de trabajo escénico institucional que busca responder a las nuevas exigencias creativas que impone la etapa histórica que vive el país, la propuesta es una nueva relectura contemporánea sobre el más clásico de los personajes de Shakespeare, dentro del denominado teatro posdramático.

En la versión de Keim, cortometraje de 18 minutos, Hamlet es interpretado por una actriz que experimenta en escena una crisis total de sentido que la lleva a dejar el rol, abandonar el escenario, salir a la calle y sumergirse en la realidad urbana, social, política e histórica que se vive en la capital.

Una opción que no la involucra sólo a ella: también arrastra una cierta percepción de Hamlet, además de atrapar la reflexión del autor-director chileno que empuja este relato audiovisual, a través de textos e imágenes que recogen sus experiencias y punto de vista.

Así, la versión de Keim se enmarca en cuestionar la escritura escénica y descomponer la estructura dramática tradicionales, mientras los componentes poéticos y autónomos del nuevo discurso van hilvanando una especie de collage de palabras, imágenes y sentido.

Múltiple travesía

La tendencia escénica posdramática, surgida entre las décadas 60 a 80, plantea que el texto no es el elemento principal de la estructura de una obra, sino parte de una relación con otros elementos escénicos, conformando una diversidad de lenguajes, cuyo resultado es una fragmentación, lejos de los conceptos de unidad, totalidad, jerarquización y coherencia.

Sin embargo, ni la inesperanza ni el pesimismo respecto del futuro y el destino de las personas y del país se filtran al momento de enfocar en “Día normal” a este Hamlet, instalado en territorio santiaguino.

Cuando la actriz realiza su travesía por la gran urbe -Barrio Cívico, río Mapocho, Plaza de la Dignidad, entre otros lugares- arrastra todo tipo de información y una actitud donde la curiosidad se asocia con el deseo de develar lo que acontece a su alrededor.

Durante el trayecto, como si fuera un sueño, entremezcla el presente con otros tiempos, pasados y futuros, sin generar una historia definida sobre las circunstancias que vive Chile, sin perder de vista la época hamletiana como referencia, además de absorber miedos y esperanzas en el interior de su conmocionado espíritu.

Aunque las calles muestran una fisonomía dislocada, muros saturados de imágenes, vehículos policiales que controlan y amenazan, expresiones de todo tipo de arte popular, en fin, una ciudad cuya envoltura de cemento resiente las luchas, el impacto para la actriz parece provenir de los símbolos que sobreviven.

Dentro y fuera del teatro

El monumento del presidente Allende en la Plaza de la Constitución, cuyo rostro se muestra en primer plano, recoge ramalazos de tragedia y drama, mientras la voz en off del director entrega una visión poética con aristas aplastantes e intención de demiurgo.

“Día normal”

Al “asco por la palabrería” que acentúa la locución se agrega la náusea por “la pobreza sin dignidad, la esperanza de generaciones ahogadas en sangre, la cobardía y la estupidez”.

Expresiones como “Salve Coca Cola” y “Mi reino por un asesino”, junto con extender precisando la superficie de este collage metafórico, amplifican la visión periférica de un hablante ubicuo, caja de resonancia de marchas, movilizaciones y fogatas nocturnas.

De vuelta al teatro, al camastro y al vestuario de Hamlet, la actriz sintetiza su experiencia al asegurar que “mi asco es un privilegio amparado por alambres de púas y cárcel” y que “en alguna parte están quebrando cuerpos para que yo pueda vivir”.

Al mismo tiempo, intenta invalidarse cuando decide no “comer, beber, respirar, amar”, no querer “morir ni matar” y sólo establecerse en los laberintos de un “habitar en mis venas, en mis huesos, en mi cráneo”.

Son planteamiento que parecen tener un sentido distinto al literal: la actriz chilena y su príncipe santiaguino parecen proponer una ética de tiempos de rebelión, que implica pérdida, pero también recuperación de identidades.

Por otra parte, al rechazar las unidades escénicas convencionales, la propuesta reafirma el valor de la experiencia directa, a través de una performance reconstructiva que alude a la ruina y destrucción como preámbulo para nacimientos y renacimientos.

“Quiero ser una máquina, brazos para agarrar, piernas para andar”, dice la actriz en su delirio pausado, tal vez a punto de superar la negación de la existencia por la lucha contra el olvido y el deseo de cambiar la realidad amarga, desterrando la palabrería hueca que rodea todo.

En este sentido, sobresale en la propuesta de Keim la posibilidad de construir una nueva historia como consecuencia de la presencia antagónica de las mayorías movilizadas que aportan un contexto distinto al eterno diálogo individual-colectivo que se torna inseparable, lejos de las jerarquías, formando un mismo territorio textual, sonoro, ético y utópico.

Y, por si todo pareciera ser sólo un sueño de autores y de la actriz-Hamlet, la potente sonoridad que acompaña de principio a fin, a cuyo ritmo la ciudad se mueve, grita y espanta en este “Día normal”, concluye con decenas de manos con piedras golpeando las paredes metálicas que protegen a la Telefónica, uno de los símbolos del poder económico que se quiere derrotar en nuestro país.

DÍA NORMAL

Dirección: Cristian Keim.
Guión: Sebastián Cárez-Lorca.
Intérprete: Belén Herrera Cámara y edición: Aquiles Poblete.
Sonido directo: Joaquín Riquelme Diseño: Willy Ganga.
Pos producción sonido: Sebastián Chávez.
Producción: Claudio Martínez.
Acceso libre