No es primera vez que Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (1878-1953), más conocido como José Stalin, ha sido llevado al teatro, generalmente definido como un nefasto dictador: esta vez, llega en una obra de título escueto y preciso que reinstala un tema crucial y actual: el poder y su ejercicio abusivo y brutal.

Por Leopoldo Pulgar Ibarra

Estrenado en 1987 en el Teatro Schiller de Berlín, “Stalin”, una figura inevitable y controvertida en la historia de la Gran Revolución Rusa (1917), fue escrita en alemán por el dramaturgo ítalo-chileno Gastón Salvatore (1941-2015).

A través de esta ficción escénica se aborda un momento en la vida del hombre que dirigió la ex Unión Soviética durante treinta años (1922-1952), cuando ordena llevar a su despacho (1952/1953) a Itsik Sager, viejo actor judío y director del Teatro de Arte de Moscú, quien llega luciendo la corona del “Rey Lear”, de Shakespeare, que estaba interpretando.

Dos “poderes” se enfrentarán en este encuentro. Con el trasfondo del poder político, este duelo dialéctico atraviesa la creación y la libertad artística, enfatizada con fuerza y delicadeza por el director Jesús Urqueta, a través de la gran flexibilidad emotiva, corporal y vocal que aportan los actores Sergio Hernández y Daniel Antivilo.

Stalin
César Pacheco

Obviamente, se trata de un diálogo asimétrico que ocurre en un territorio conocido para el dictador, pero tenso e imprevisible para un artista que se considera detenido por el gobernante sin causa ni explicación, un perfil que entregan desde el comienzo ambos actores.

Sobre Stalin, un asiduo espectador de teatro, han escrito muchos, entre ellos, el español Fernando Arrabal (“El Impromptu tórrido del Kremlin”, diálogo con el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein); Juan Mayorga (1965: “Cartas de amor a Stalin”, cuya referencia son las misivas que el dramaturgo Mijail Afanásievich Bulgákov, crítico del sistema soviético, escribía reclamando por la censura a sus obras).

Desde la poesía también se cuentan versos de creadores destacados como Miguel Hernández (“Rusia”), Rafael Alberti (“Redoble lento por la muerte de Stalin”), Nicolás Guillén (“Stalin Capitán”) y Pablo Neruda (“Oda a Stalin”).

Gastón Salvatore recibió el Premio Kleist (1991) de Alemania, equivalente al Nacional de Literatura de nuestro país y “Stalin” se ha traducido a numerosos idiomas, además de representarse a nivel mundial.

Por primera vez se exhibe en Chile Stalin, con la destacada dirección de Jesús Urqueta (“Lluvia constante”, “El mar en la muralla”, “Arpeggione”).

Algunos símbolos

La obra de Gastón Salvatore, cuya militancia izquierdista lo llevó a intervenir en el gran movimiento estudiantil de 1968 en Alemania Federal (tal vez desde una tendencia anarquista) muestra en “Stalin” la lucha por la libertad en la creación artística y una posición antisoviética (se dice que no anti comunista).

No satiriza la imagen de Stalin, sí subraya la dureza de su carácter que el dictador desde joven grabó en su nombre de guerra: “stal” en ruso significa acero, mientras que con el sufijo “in” se atribuye los rasgos del metal.

Stalin
César Pacheco

Es muy probable que el director haya considerado también la estatura en la elección de la dupla de actores: Sergio Hernández es notoriamente más bajo y menos corpulento que Daniel Antivilo, un dato que no sólo agrega una mayor diferencia entre Stalin (medía 1.68) y el viejo actor Itsik Sager.

Tiene sentido dentro de la mirada asimétrica del conflicto escénico: en más de una ocasión Hernández se empina o alza sus hombros apoyando su manos en la mesa acentuando la imposición de su discurso totalitario y su énfasis mental.

A su vez, Antivilo juega en momentos desde la altivez corporal en defensa de su posición artística hasta la derrota elevando o comprimiendo su cuerpo en la medida en que su pensamiento sufre como azotes la batalla dialéctica.

En realidad, los detalles y los símbolos juegan su rol en obras de texto como “Stalin”, cuando el sello discursivo se hace más denso y se abordan discusiones filosóficas, artísticas y de la vida cotidiana en un vaivén que el director maneja como desovillando lentamente una madeja,

Como ocurría en la última etapa de la gerontocracia de Rusia soviética y los servicios de inteligencia occidentales se afanaban en descifrar que uno o varios integrantes de la dirigencia del país no apareciera o lo haga en lugares menos destacados cuando la plana mayor acude a un actividad pública oficial… lo que se repite todavía, respecto de Corea del Norte, China o Rusia actuales.

Entre vaivenes

La manera elegante como si fueran pases mágicos de proponer un brindis, luego de sacar bandeja, vasos y alcohol, o el tablero de ajedrez; la cadencia de Stalin para instalar su chaqueta militar en los hombros del actor que siente frío; la mesa que une y separa; o cuando Sergio Hernández hace que Stalin tenga una conducta física replegada, al acecho, con un plan previo que no da a conocer.

A esto se agrega la contracción muscular de los rostros en la crispación y en momentos relajados; la forma de sentarse; la exteriorización del miedo del actor sobre lo que le puede pasar al hijo por su conducta rebelde, o cuando recita textos de “Rey Lear” para afianzar un pensamiento, además de alzar la voz quemando las naves para su propia sobrevivencia o ver a Stalin en cuerda amistosa.

En todas esas escenas se advierte al director y elenco construyendo un camino que atrapa la atención sobre el curso que seguirá, siempre creíble, entretenido, dinámico, vital y conceptual sobre la vida, la muerte y la libertad política, personal y creativa, junto con ver cómo se va armando y encubriendo esta estrategia represiva del gato y el ratón.

Además, con el apoyo de la iluminación se construyen diversos espacios más bien claustrofóbicos donde la semi penumbra se entroniza de preferencia, mientras la música de cámara invade y golpea desde una espiritualidad que hace crecer todo.

La propuesta de dirección y actuación siempre resalta la vigencia del tema que aluden a los riesgos dictatoriales en todos los países y la imposición del conservadurismo valórico.

Racional y emotivo

Así, en el ambiente racional y cerebral de “Stalin”, aparentemente sin resquicios, un vaivén interno que se mantiene semi oculto y que también se confronta en la obra presiona por pasar … hasta que estalla.

En realidad, la dialéctica en su embrujo discursivo tiene sus límites y sorpresas: el perseguidor puede llegar a ser perseguido, y el perseguido logra levanta la voz, la frente y la dignidad, aunque sea simbólicamente.

Stalin
César Pacheco

El director va modelando este diálogo desde la citación cotidiana de Stalin al actor hasta la violencia desatada, física y mental. Desde una aparente conversación sin agenda previa hasta la revelación de un plan, proceso que el cuerpo actoral va asumiendo poco a poco, generando interés y enorme tensión activa.

Así como sería un error considerar como un déficit de la obra que su relato gire alrededor de episodios específicos y subjetivos, también es cierto que no alude de manera suficiente a las circunstancias políticas internacionales cuando Stalin intentaba desarrollar el “socialismo en un solo país”, siendo una revolución todavía precaria con permanentes amenazas desde el exterior.

Un factor que determina también las conductas personales en una propuesta en que el encierro se rompe, salta de la sala y se conecta con la realidad política actual.

Stalin
César Pacheco

Stalin

Dramaturgia: Gastón Salvatore (1941-2015, chileno-italiano)
Traducción: Rodrigo de Castro
Adaptación: Jesús Urqueta, Sergio Hernández, Marco Antonio de la Parra
Dirección: Jesús Urqueta
Elenco: Sergio Hernández, Daniel Antivilo

Diseño sonoro: Marcello Martínez, Pablo Ramírez
Música: Marcello Martínez
Diseño escenografía e Iluminación: Tamara Figueroa AS
Diseño vestuario: Loreto Monsalve
Realización y montaje: Dique5, Nicolás Muñoz Alfaro y equipo Teatro Finis Terrae
Sastrería: Rene Riega
Barba y caracterización: Pamela Correa
Producción artística: Inés Bascuñán Pérez
Producción: Teatro Finis Terrae (2023)

Nueva producción del Teatro Finis Terrae estará en funciones hasta el 3 de septiembre.

Teatro Finis Terrae.
Avda. Pocuro 1935.
Jueves a sábado, 20.30 horas; domingo, 19.00 horas.
Entrada general $ 12.000; súper jueves $ 8.900; adulto mayor $ 7.800; estudiantes $ 6.000.
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