Para Armando Cartes Montory (52), doctor en Historia por la Universidad Católica de Valparaíso y abogado y profesor titular de la Universidad de Concepción, además de fundador y director del Archivo Histórico de Concepción, vivimos días cruciales para la “descentralización” del país y el desarrollo de las regiones, uno de los temas fundamentales en su carrera como historiador.

Becario del programa Fulbright y Master of Laws en Estados Unidos, Cartes es autor de más de cien publicaciones entre libros, artículos y trabajos académicos. Uno de ellos, es “Concepción contra Chile: consensos y tensiones regionales en la Patria Vieja (1808-1811)”, que cumple una década este 2020.

“Ese libro apareció para el Bicentenario, en 2010, y aportó una mirada original a la Independencia chilena, poniendo el acento en las tensiones regionales como factor explicativo del temprano desarrollo republicano chileno, pero también del fracaso militar de la Patria Vieja”, recalca a BioBioChile el académico, hoy candidato al Premio Nacional de Historia 2020.

(P): Teniendo en cuenta que viene la primera elección de gobernadores de la historia de Chile, ¿cuál es su diagnóstico sobre el actual “centralismo” que sufre el país?
(R): Comparto la premisa de que mientras Chile sea centralizado, jamás será desarrollado. Ya no hay justificación teórica ni ventaja práctica en un régimen político que niega una verdadera igualdad de oportunidades, a nivel territorial. Mayores niveles de autonomía permitirían el despliegue del talento regional, beneficiando al país en su conjunto. Es uno de los desafíos de la actual generación.

(P): ¿Ha cambiado en algo este problema en los últimos 10 años?
(R): Pero muy lentamente. Seguimos siendo uno de los dos países de la OCDE que no elige gobernadores regionales. Somos el que asigna el menor gasto desde el nivel regional y local, menos del 20%. Ha habido tímidas reformas en términos de transferencia de atribuciones y recursos. Hace falta más audacia y compromiso con las regiones.

(P): ¿Ve en la elección de gobernadores una “oportunidad” para las regiones? ¿Está optimista sobre quiénes serán los candidatos y las consecuencias que tendrá el proceso?
(R): Sin duda. Es verdad que el proceso ha estado lleno de retrasos e incertidumbres; mas aunque las atribuciones y los recursos asignados a los futuros gobernadores sean todavía insuficientes, es necesario avanzar.

Habrá dificultades propias de los ajustes de poder, pero surgirá una mejor política regional, que convocará a los mejores, pues ahora sí las regiones podrán gobernarse y no solo administrar o ejecutar programas centralizados. Tengo fe en el éxito del proceso a mediano plazo, cualesquiera sean las vacilaciones iniciales.

Centralismo y covid-19

(P): ¿Cómo cree que ha perjudicado el centralismo al combate local de la pandemia del covid-19? ¿En cuáles aspectos usted lo evidencia?
(R): Creo que en las grandes crisis se requiere liderazgo, unidad y apoyo en el saber experto, pero también hay que saber aprovechar las capacidades instaladas, las redes y el conocimiento del territorio que tienen gobiernos regionales y municipios.

Así se ha visto en el seguimiento de los contagios y la distribución de la ayuda, por ejemplo. Es una ecuación no fácil de cuadrar, pero no hay solución sin la coordinación y la complementación necesaria entre los diversos niveles del gobierno: local, regional y central.

(P): ¿Cuáles son las lecciones que deberían sacar las regiones a raíz la epidemia del coronavirus?
(R): Se requieren parámetros claros de intervención que puedan implementarse de manera temprana. En las áreas metropolitanas, hay que construir una articulación potente de las capacidades locales; y, en lo económico, mayor asignación local de recursos, tanto para defender programas importantes, como para impulsar la reactivación productiva, con el conocimiento y la credibilidad que solo tienen los actores regionales.

(P): ¿Cómo ha mutado el problema del centralismo desde que usted comenzó a estudiar Historia? Y le extiendo la pregunta: ¿cómo recuerda aquel Chile en comparación a este? ¿Qué diferencia llama más su atención?
(R): En los últimos treinta años, de los que puedo dar cuenta, veo que se instaló, a nivel cultural, una conformidad teórica sobre los vicios del centralismo y la descentralización como un horizonte deseable. Por desgracia, esa convicción ha sido acompañada de una renuencia práctica a implementarla, que es transversal a la clase política. Ha habido avances concretos, es cierto.

En 1991 surgieron los Gobiernos Regionales; desde 2009 elegimos de forma directa a los Consejeros Regionales y pronto elegiremos también gobernadores. Pero sus limitadas atribuciones y las escasas rentas de decisión regional, auguran frustraciones y nuevas tensiones. Es un largo camino que debemos transitar, lo importante es no dejar de avanzar.

Nueva constitución

(P): ¿Ve en la eventual Convención Constituyente una solución al centralismo? ¿Imagina una nueva constitución que no abogue por una descentralización?
(R): Antes que eso, creo que Chile vive un tiempo de crisis, que se traduce en cuestionamiento y cambio, más acelerado e intenso que en tiempos “normales”, si es que eso existe. El proceso constituyente tiene sus riesgos, pero es también una oportunidad para que avancen distintas agendas.

Sin duda que lo es también para la tan postergada descentralización. De hecho, ya hay varios grupos trabajando en propuestas, como la Fundación Chile Descentralizado, en que participo como presidente del Capítulo Regional Biobío.

Armando Cartes | Cedida
Armando Cartes | Cedida

(P): ¿Cree que las regiones están preparadas, en términos administrativos y políticos, para un debate sobre una nueva constitución? ¿Cómo se podrían integrar estas a un debate constitucional?
(R): Creo que todos están convocados a participar y nadie está totalmente preparado, ni siquiera los académicos como yo. Pues de lo que se trata es de imaginar un país posible. Nuevas reglas, a la vez legítimas y eficaces, para hacer realidad los valores que la ciudadanía anhela ver plasmados en su pacto constitucional.

Y en ese proceso por supuesto que las regiones están llamadas a aportar su diversidad y riqueza. Las fórmulas son muchas. Ya se recogió, durante la segunda administración de Bachelet, la opinión de los cabildos comunales, provinciales y regionales; ahora esperamos que los constituyentes, provenientes de todo Chile, sean la voz de sus territorios.

(P): ¿Más regiones o macrorregiones? ¿Le gusta esta segunda opción?
(R): Me gusta la segunda opción, se requieren regiones grandes si aspiramos a tener unidades autónomas, con capacidad de sostener gobiernos regionales efectivos, que administren políticas sectoriales y servicios públicos regionales; y que puedan ¿por qué no? practicar la paradiplomacia y conectarse directamente con el extranjero.

Sin embargo, no lo veo políticamente viable, pues difícilmente las regiones renuncian a su capitalidad o su territorio, por un bien mayor. Por eso creo en las federaciones o asociaciones regionales, para enfrentar unidos desafíos mayores, de manera suprarregional.

(P): ¿Cuál es su visión sobre el Federalismo?
(R): En lo personal, lo veo complejo por los altos costos de administración y la duplicación de funciones con el nivel central; no hay en Chile tampoco tradición ni experiencia. Más bien creo en alguna forma de Estado regional, con regiones que vayan asumiendo mayores responsabilidades en la gestión de las políticas públicas, en forma paulatina, según sus intereses y capacidades. Un ejecutivo regional empoderado y un consejo regional con atribuciones efectivas, bien coordinados con el nivel central, cualquiera sea el nombre que se le dé, es el régimen interior más adecuado para Chile y sus regiones.

(P): ¿Qué pasa con el patrimonio, la cultura y la identidad de las regiones? ¿Es Chile un país artificialmente homogéneo?
(R): Cuando uno observa la riqueza cultural de países como Perú o Colombia, por nombrar algunos y, sobre todo, la forma orgullosa en que la exhiben, resulta evidente que en Chile nos falta algo.

Una mirada a la historia nos muestra que, en el afán de construir una identidad nacional fuerte, con símbolos y fiestas unitarias, hemos perdido de apreciar y promover lo que los territorios supieron crear y mantener por siglos. Ya es tiempo de un nuevo trato con las identidades regionales y sus manifestaciones, de manera que alimenten una nacionalidad chilena más diversa e inclusiva.

(P): A veces olvidamos que los conflictos indígenas ocurren en diversas partes del mundo, y parece que el común denominador es el diálogo y el entendimiento, la tolerancia. ¿Está de acuerdo?
(R): Los conflictos entre culturas han existido desde el origen de la civilización, son inherentes a los choques entre pueblos y naciones. Lo nuevo es el rescate de las identidades, la creciente valoración de las diferencias y las disidencias. En ese mundo nuevo que ya habitamos, efectivamente el diálogo y el entendimiento son herramientas fundamentales para construir consensos mínimos y una sana convivencia.

(P): ¿Y está de acuerdo con la autonomía del Wallmapu?
(R): Creo que es un tema ineludible en el próximo debate constitucional y que excede a alguna región particular, pues tiene componentes étnicos, no solo territoriales. El problema, en todo caso, no es solo la resistencia de algunos a una eventual autonomía, sino la dificultad de construir una definición común de esa autonomía. Se trata de un concepto polisémico y que evoluciona, que admite diversas miradas. Hay también muchos actores diferentes involucrados ¡de manera que hay mucha reflexión y conversación por delante!

(P): ¿Por qué cree que nos cuesta ponernos de acuerdo sobre el pasado?
(R): Por muchas razones. El pasado nunca se examina desde el vacío. Se le mira y se le interroga desde el presente y sus pulsiones… Y cuando cambian las preguntas cambian también las respuestas. Lo miramos, además, desde nuestra subjetividad, de nuestra circunstancia, como diría Ortega y Gasset, por eso es que no vemos lo mismo, aunque examinemos el mismo objeto. Con mayor razón la historia, que es un fluir de hechos, sujetos, emociones y percepciones.

Monumentos, manifestaciones y “estallido social”

(P): ¿Está de acuerdo con el rebautizo de Plaza Italia por Plaza Dignidad? En este caso particular, ¿cree que se está “olvidando” una historia, o se está “reconstruyendo” una nueva?
(R): Creo que es un proceso interesante de resignificación y apropiación de un espacio, en el contexto de una crisis y un malestar muy profundos. Hay que saber mirar más allá de la violencia y los rayados. ¿Si le cambiaría nombre? En general no creo en los gestos emocionales, como historiador me gusta esperar que los procesos decanten. Creo que es una buena pregunta para un plebiscito comunal o metropolitano.

(P): ¿Botaría usted algún monumento, tal como pasó en algunos lugares de Chile tras el estallido social? ¿Está de acuerdo con estos hechos?
(R): He dedicado muchos años a trabajar por el patrimonio, a restaurar monumentos y poner en valor el pasado; de manera que no estaría de acuerdo en botar estatuas sin, por lo menos, una reflexión adecuada. Y aun así, optaría por resignificarlas, de manera que dieran cuenta de procesos dolorosos, si es necesario, pues la historia (y sus monumentos) no solo sirve para festejar y honrar, sino que también para recordar, como los memoriales, y evitar que repitamos los errores del pasado.

Al revés, creo que faltan monumentos nuevos, a los temas que hoy nos “con-mueven”. En 2007 participé, redactando la publicación que acompañó al monumento a Leftraru, que se instaló en la Plaza de Armas de Concepción. Hoy hacen falta monumentos, por ejemplo, para visibilizar el ¡nunca más! a la violencia de género, o para destacar a tantas mujeres que han hecho aportes muy grandes y permanecen invisibilizadas.

(P): A casi un año del estallido social, ¿cómo podría explicar aquel fenómeno? ¿Qué ocurrió en el país realmente el 18 de octubre pasado?
(R): Creo que es una noticia en desarrollo, todavía no plenamente en el campo de la historia, sino que de la prensa diaria, de la sociología y la ciencia política. Desde la historia puedo decir que, si bien esta no se repite, hay ciclos recurrentes de crisis, caracterizados por un cuestionamiento profundo e intenso del orden sociocultural.

En Chile, se repiten cada cuarenta años y están asociados a una tensión intergeneracional, a la revolución de las comunicaciones, a expectativas económicas y laborales precarias; todo en el contexto de las guerras culturales e identitarias del presente. Y con esos elementos en juego, creo que tenemos movimiento social para rato.

(P): Algunos hablan de un “momento histórico” al referirse a este último año. ¿Vivimos en un periodo “excepcional” de la historia de Chile?
(R): Sin duda, y marcará intensamente a la generación que lo vive. Es una crisis, como ya decía, un tiempo de cuestionamiento y de cambio. El desenlace es un misterio. El desafío es que sepamos construir nuevos consensos, que nos permitan transitar a un estado superior de nuestra evolución como país. A un Chile más humano, diverso e inclusivo, preservando lo bueno del país que juntos hemos construido.