La siguiente historia fue relatada por la periodista Constanza De Ramón en su perfil de Facebook. En ella cuenta los crudos momentos que vivió durante y después de una estafa telefónica, que la tuvo sometida a una pesadilla por casi 20 horas. La víctima relató que los delincuentes la mantuvieron al teléfono con la mentira que tenían secuestrada a su madre. A continuación te dejamos con el angustiante relato.

Al principio no sabía si quería hablar, y ahora siento que hay tanto que quiero decir. Me iba a callar por miedo, pero fue justamente eso lo que me mantuvo en la pesadilla. El hecho de callarme, de permitir que me mantuvieran incomunicada, por miedo.

Así que voy a hablar. Necesito aclarar que nadie me secuestró. Nadie me violó, nadie me pegó, nadie me amarró, nadie ni siquiera me tocó.

El viernes a las 2 de la mañana sonó el teléfono de mi casa y escuché la voz de mi mamá, llorando. Podría haber cortado, pero el teléfono de mi casa lo tienen solo mi mamá, mi papá, y contadas amigas. No se lo había dado a nadie más. Así que cuando escuché a mi madre llorando, no dudé ni un minuto que fuera ella. Era su voz, su tono, su forma exacta de llorar.

A los segundos me habló un hombre, me dijo exactamente dónde vivía, el nombre de mi madre, el mío, me dijo que tenía gente fuera de mi casa, a mi mamá amarrada, y que si no hacía exactamente lo que me decía la iba a violar, le iba a sacar los ojos, le iba a cortar los dedos y después la iba a matar. Me exigió que le diera mi número de celular y que mantuviera el teléfono fijo descolgado, y yo seguí todas sus instrucciones.

Déjenme por favor aclarar algo, porque sé que acá muchos (tal como yo lo hubiera hecho) deben estar pensando “pero cómo cayó en eso”, “ por qué no cortó y llamó a su mamá para comprobar si era verdad”. Yo no soy una persona tonta, ingenua, ajena a lo que pasa en el país o al cuento del tío. No es la primera vez que me intentan engañar. Pero esta vez el trabajo fue de relojería. Esa era la voz de mi mamá, era el llanto de mi mamá. No sé cómo lo hicieron, no sé si usaron una grabación o encontraron a la persona perfecta para imitarla. Pero para mi esa era mi mamá. Y eran las 2 de la mañana.

Le envié whatsapps a mi hermano, a mi papá, y nadie respondió. No me atreví a escribirle a ella por miedo a que estuvieran en poder de su celular y le hicieran algo por desobedecerles. Si daba un paso en falso o intentaba cualquier cosa, ellos la mataban. No me dieron tiempo de hacer nada más, ni de cortar, ni de pensar. Sabían todo mi estado bancario. Me pidieron plata bajo amenaza y no sentí otra opción que acceder. Pero no fue suficiente.

“Cuánto vale la vida de tu madre”, me gritaban. Me obligaron a buscar todas las cosas de valor que tuviera, meterlas en una mochila y salir a un cajero. Me estaban vigilando. Sabían por dónde caminaba hacia mi casa después del trabajo, sabían que lo hacía con audífonos, sabían todo. Me presionaron para tomar un taxi e ir a dejar la mochila y la plata a Cerrillos. Me resistí, dudé de todo, les exigí escuchar nuevamente a mi mamá. Y así fue.

Me gritaron, me garabatearon, y entonces volví a escuchar su llanto y mi nombre durante unos segundos. Era ella. No me cupo ninguna duda. Subí al primer taxi que encontré y fuimos a Cerrillos. Me exigieron que fingiera que todo estaba bien, que no llorara, que no peleara, que al hablar con uno de ellos le dijera mi amor, y a otro lo tratara de primo. Si alguien sospechaba lo más mínimo, si me atrevía a hablar con el taxista fuera de lo que me decían, o a usar una red social, torturarían a mi mamá.

Me exigieron que apagara las redes móviles, me dijeron que podían verme a través de la cámara de mi celular. En un momento perdí la señal y me atreví a decirle al taxista lo que estaba pasando, no tuve ni 5 segundos para hacerlo. Me llamaron, me dijeron que me habían visto hablar con el taxista, que yo no lo sabía pero ellos podían escuchar todo aunque tuviera el celular apagado. Que un paso en falso más e iban a violar a mi mamá. Me dijeron que tres de ellos tenían sida (eran 5). Que se iban a morir, que este país no les había ayudado jamás en nada y que necesitaban dejar a sus hijos bien parados. Que no lo tomara a lo personal.

Después de dejar todo en una población en Cerrillos me hicieron volver a mi casa. Pero tampoco fue suficiente. Entonces me dijeron que a las 8 am saldríamos a los bancos, que me hiciera un café, que no podía dormir. Que si durante un segundo me quedaba callada o se cortaba la comunicación, le harían algo a mi mamá. Así me mantuvieron toda la noche, se iban turnando para hablarme. Y ahí pudimos conversar.

Contar la historia completa no tiene sentido. Basta decir que me permitieron volver a mi casa recién a las 9 de la noche, que estuve durante 18 horas con ellos al teléfono siguiendo instrucciones y fingiendo que todas las compras que hacía y las tarjetas que sacaba eran para algo diferente a la realidad.

Debiera odiarlos, ¿no? Debiera querer verlos en la cárcel, encerrados, pagando por lo que me hicieron. Me mintieron, me manipularon, me extorsionaron hasta sacarme el último peso. Me hicieron vivir una pesadilla, y a mi familia, y a muchos de ustedes. No saben cuánto lo siento, por no haberme dado cuenta de la mentira que era todo. Pero por alguna razón, fui más crédula y tonta de lo que jamás pensé que podría ser. Por alguna razón caí en este cuento del tío. Y esa es la razón por la que escribo.

Pero, ¿saben qué me hicieron comprar, con todos los cupos que me dieron las casas comerciales? Zapatillas, principalmente para niños, pañales y leche. Sí, todos los pañales y leches que pudiera conseguir. Y mientras lo hacía, me daban las gracias. Y me pedían perdón.

“Por favor entiende que esto no es nada personal. Yo me he dado cuenta ahora que he hablado contigo de que eres una buena persona. Pero nosotros ya no tenemos empatía. Yo me voy a morir porque no tengo plata para pagar mis tratamientos, y este país no hace nada para que sea distinto. Mi hija no sabe que yo hago esto. Y ojalá nunca se tenga que encontrar contigo y mirarte a la cara para que tú le digas lo que yo te he hecho. Yo te pido perdón por esta pesadilla, y todos acá te damos las gracias. Pero nuestros hijos necesitan comer. Y yo antes de morir quiero ver a mi hija con una carrera, y por eso todo esto es por el dinero”.

Yo fui una víctima, y ellos unos delincuentes. Sí. Pero hay una versión más profunda todavía y más real. Ellos también han sido víctimas, víctimas de mi y de ustedes. Porque día a día aceptamos que en este país reine la injusticia. Porque día a día vemos cómo nos cagan, cómo nos estafan, cómo nos roban y no hacemos NADA. Porque la mayoría de nosotros aún así podemos sobrevivir. Pero hay quienes no. Quienes no han tenido las herramientas o simplemente las capacidades personales para lograrlo.

Hay quienes simplemente son más débiles. Y mientras juzguemos esa diferencia, mientras sintamos que existe una diferencia, esto solo se va a poner peor. Porque la realidad es que todos somos uno. Y mientras haya quienes sean abusados, y estafados, y castigados permanentemente de forma impune; y mientras haya quienes lo sepamos y lo observemos sin actuar, sin querer tomar conciencia, entonces esto cada vez va a ser peor.

Estamos llenos de rabia, llenos de odio. Nos subimos al metro todos los días y nos empujamos los unos a los otros, en vez de dirigir esa rabia contra los verdaderos culpables. Todos sabemos quiénes son. Los corruptos, los irresponsables, los verdaderos malos de esta sociedad. Los verdaderos delincuentes de esta sociedad. Los que miran todo sentados en sus millones, gobernando con sus normas, con las que les convienen. Imponiendo su ley. La injusticia. La real y total injusticia.

Porque no se trata de hacer un discurso comunista de la igualdad y de darle lo mismo a todos sin importar el esfuerzo. No, no es eso lo que estoy haciendo. Se trata simple y llanamente de dejar de ser cómplices del abuso. De hacernos parte de lo que vive el de al lado, de querer, QUERER, abrir los ojos y entender la realidad del otro. Y dejar de juzgar. Y dejar de vivir solo para nosotros mismos. Porque eso no existe. Porque esa es la peor ilusión.

Mientras vivamos solo para nosotros mismos, la delincuencia va a existir. En todas las esferas. Y si queremos vivir en paz tenemos una responsabilidad. La responsabilidad del otro. Porque todos tenemos esa responsabilidad, la responsabilidad hacia nuestros iguales, hacia nuestra raza, hacia los seres sintientes. No somos diferentes. No somos menos delincuentes. Hemos cerrado los ojos y tolerado la injusticia, hacia nosotros mismos y hacia los demás, por demasiado tiempo. Basta de impunidad. Que el dolor de uno sea el dolor de todos, para que vivamos en paz.

Ustedes, los que me mintieron y manipularon, los que me robaron, se están clavando su propia daga, generando resentimiento, y odio, a través del dolor. Basta. Nosotros no somos los culpables. No lo somos. Hemos sido igual de ciegos que ustedes. A nosotros tampoco nos enseñaron a actuar distinto. Nos han mantenido viviendo en el miedo.

Y a ustedes, mis amigos, mis seres queridos, mi círculo, basta de indolencia. No podemos seguir girando la cabeza. El peso está cayendo sobre nuestros propios hombros. Estamos siendo igual de culpables, igual de delincuentes. Giremos la cabeza y levantemos la mirada hacia los verdaderos delincuentes.

Los que aparecen todos los días en las pantallas de televisión, los que se forran los bolsillos a través del servicio público, fingiendo hacer SERVICIO. Los que debieran defendernos, representarnos, y que en vez abusan de todos nosotros a plena luz del día. Sin ningún pudor. Ellos son los verdaderos delincuentes.

Estos otros, los de mi historia, lo que realmente querían era pañales y leche. Pañales y leche.

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