Este domingo nueve candidatos se disputarán el sillón presidencial para gobernar nuestro país por los próximos cuatro años, o así al menos aparecerá en la papeleta. No obstante, se sabe que hay un décimo postulante que inició su campaña hace algún tiempo, pensando en el 2017.
Sebastián Piñera decidió abandonar el mundo de las empresas y dedicarse de lleno a la “cosa pública”, como el mismo lo ha señalado, reiterando que no volverá a los negocios. Al fin y al cabo su patrimonio sufrió una variación positiva aumentando en 200 millones de dólares durante su “ausencia” voluntaria, al estar acogido al fideicomiso ciego.
Y al hablar de su “candidatura” no me refiero al intervencionismo electoral, como tanto han vociferado desde la oposición. Si fuera por comparar, Bachelet sacó a todos sus ministros a la calle a apoyar a Frei cuando se enfrentó a Piñera. El tejado de vidrio de la Concertación disfrazada de “Nueva Mayoría” es un ejemplo elocuente de la mala memoria de algunos.
No, no me refiero a intervencionismo. Piñera ha participado los justo y necesario en la candidatura de Matthei y solo se ha limitado a dar “gestos” para mantener el equilibrio en ese matrimonio con conveniencia entre la UDI y RN, y que tiene fecha de divorcio.
Por lo anterior, no será un misterio el desmembramiento de la Alianza luego de las elecciones de este domingo, más si la candidata oficialista no logra pasar a segunda vuelta y recibe una aplastante derrota en las urnas. Políticos de peso, como el senador gremialista Hernán Larraín, ya comenzaron a hablar de “análisis profundos” al interior de la derecha tras los comicios.
Y ese “análisis” deriva en un solo punto: la derecha necesita una refundación, un comenzar desde cero con nuevos referentes que no estén “manchados” por la dictadura militar, personajes que no aparezcan en fotos con el general Pinochet. Ahí aparecen nombres como los de Felipe Kast, Mario Desbordes y Laurence Golborne, dejando a un costado o maniobrando en las sombras, a otros como Joaquín Lavín o el histórico Jovino Novoa.
¿Y en dónde aparece Piñera? Claramente se requiere de un personaje carismático para liderar ese nuevo proceso en la derecha. Y Piñera cree firmemente ser el indicado para liderar esta nueva etapa, pese a que tendrá que “defender” su trinchera ante un rival que trata de reivindicarse tras su frustrada carrera presidencial: Andrés Allamand.
La opción del ex ministro de Defensa dependerá de si consigue el triunfo en las parlamentarias ante Pablo Zalaquett, y si logra una cantidad apreciable de votos. De hecho Allamand en esta pasada está midiendo su tonelaje político pensando en La Moneda más que en el Congreso, claro está.
Pero por otro lado también el mandatario deberá “negociar” con el gremialismo, que ya comenzó el adoctrinamiento del hombre que pretenden sea su nueva figura política y heredero político de un tradicional de la sede del partido de Avenida Suecia, Jovino Novoa. Me refiero a Laurence Golborne. Pese a su resonada “bajada” -que según comentarios de pasillo fue orquestada desde La Moneda- los dirigentes de la ultra conservadora UDI esperan que el ex ministro adquiera rápidamente el roce político que careció mientras fue “presidenciable”, y se empape del discurso gremialista en el caso que logre llegar a la Cámara Alta dejando en el camino a Ossandón. No obstante, los tiempos en política son importantes, y nada asegura que cuatro años en el Senado sean suficientes para cimentar la opción del ex ejecutivo de Cencosud.
Y es ahí donde Piñera deberá desplegar todas sus armas para diferenciarse de sus eventuales contendores. Para eso deberá echar mano a sus logros durante sus cuatro años de administración en La Moneda, como las cifras de desempleo, el post natal, el cierre del Penal Cordillera, el rechazo a la termoeléctrica de Barrancones, la reconstrucción tras el 27F, y otros, serán las constantes en sus discursos.
A su favor, jugarán las altas expectativas que la ciudadanía tiene en el eventual gobierno de Bachelet, quien como expliqué en una columna anterior, sólo será el “caballo de troya” de los mismos de siempre que gobernarán, aunque esta vez incluyendo a los comunistas. Puede que no hayan tantas protestas y que el PC mantenga a los movimientos sociales a raya, pero la gente al fin y al cabo no es tonta, como algunos pretenden creer.
Ese sistema de gobierno asistencialista basado en bonos y comisiones termina por cansar hasta al ciudadano más republicano de este país que poco a poco gira hacia la derecha amparado en un sistema neoliberal, consumista y veleidoso, que pretende replicar un modelo que se sostiene a punta de especulaciones de mercados, un modelo que Piñera conoce y que pretende volver a dirigir el 2017.