El pasado lunes 7 de octubre falleció a los 67 años y debido a una infección intestinal, Donald Cabana, uno de los más estrictos supervisores del sistema penitenciario estadounidense, pero también un hombre con una característica aparentemente contradictoria: ser un férreo activista contra la pena de muerte.

Involucrado con las prisiones desde 1971, cuando tenía apenas 25 años, Cabana desarrolló pronto una aversión por la pena capital que lo llevó a escribir libros y dictar conferencias por todo el país, exigiendo la abolición de las ejecuciones, las cuales consideraba ineficientes en el combate a la delincuencia, antieconómicas en el costo a los contribuyentes e inhumanas en su aplicación.

“Cuando me dieron mi recorrido inaugural por la penitenciaría estatal de Mississippi, mi guía me invitó a sentarme en la silla de la cámara de gases, explicándome que muchos de los que llegaban a conocer la prisión deseaban sentir la experiencia de ocuparla. Me hizo pensar en lo rara que es la gente y su atracción hacia lo macabro. Decliné amablemente el ofrecimiento. Aquella cámara de la muerte estaba llena de fantasmas”, narra Cabana en sus memorias.

Sin embargo lo que pocos saben es que tras enfrentarse por primera vez al duro rol como verdugo de un condenado a muerte, su rechazo hacia las ejecuciones se convertiría en una cruzada pública.

De hecho, en 1995 entregó su testimonio ante la cámara de representantes del estado de Minnesota, quienes discutían la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte, abolida desde 1911.

Se trataba de la polémica ejecución de Edward Earl Johnson, un joven negro acusado de violar a una anciana y posteriormente matar a un oficial de policía.

“Él insistió hasta el final en que no había cometido el crimen, lo que es inusual. No es raro que los internos condenados a muerte nieguen haber cometido los crímenes de los que se les acusa, pero aún así lo consideramos inapropiado e incluso nos irrita. Sin embargo si está buscando una apelación, de seguro no estás en posición de salir y confesar tus peores acciones”, indicó el oficial de prisiones ante el congreso.

“Al final -continuó- mi experiencia con los prisioneros condenados es que una vez atados en la silla, siempre decían algo, incluso algo simple como ‘Dígale a la familia de la víctima que lo siento’, o ‘Dígale a mi madre que lo siento’, algo que indicaba que algo malo había sucedido, algo de lo que yo estaba formando parte”.

“Sin embargo no fue así con este joven. Cuando llevé a cabo el ritual de preguntarle si tenía algunas últimas palabras que decir, este joven me miró a los ojos con lágrimas que corrían por sus mejillas y dijo: ‘Oficial, usted está a punto de convertirse en un asesino. Yo no maté a ese policía y por Dios, no logro que nadie me crea’”, confidenció.

“Bueno, hemos leído sobre ese tipo de cosas y desde luego, la persona promedio que lea eso o el legislador promedio que lea eso dirá, ‘Bueno, ¿qué otra cosa esperaba que dijera?’. Debo decirles que hace 4 días tuve una escalofriante conversación con un ex alto oficial de policía que está convencido de que este joven estaba diciendo la verdad. Y debo decirles que cualquier cosa que hagamos en nombre de la justicia, en nombre de la ley y el orden, en nombre de la retribución, ustedes -y con ustedes me refiero genéricamente a los estadounidenses- no tienen el derecho de pedirme a mí o a ningún otro oficial de prisiones que manche mis manos con sangre de personas inocentes”.

No se trató del único encuentro que marcó a Cabana. Posteriormente, tuvo que supervisar la ejecución de Connie Ray Evans, un hombre de 27 años acusado de matar al dueño de un almacén de abarrotes durante un robo.

El oficial había llegado a conocer bien a Evans, incluso hasta ser, en cierta forma, amigos. Fue así que tras ser atado en la silla de la cámara de gases, Evans le susurró al oído a Cabana: “De un cristiano a otro… te quiero”.

“¿Qué puede decirle uno a un hombre que acaba de decirle a su verdugo que lo quiere?”, asestó Cabana.

“Creo que hay una parte del guardia de prisión que muere con un ejecutado”, fue su última declaración.