Los enfrentamientos con manifestantes en Turquía incomodan a Estados Unidos, que presenta a su aliado como un modelo de democracia islámica para el mundo árabe y en el que se apoya para tratar de solucionar los conflictos en Siria y Medio Oriente, destacan analistas.

La crisis turca es particularmente complicada para Washington porque el blanco de los manifestantes, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, acaba de ser recibido en la Casa Blanca por el presidente Barack Obama, quien mantendría una relación muy cálida con el hombre fuerte de Ankara.

“Los estadounidenses están molestos con Turquía, al que presentan un poco como ejemplo para el mundo musulmán, un país que concilia islam, democracia y progreso económico”, resumió Bayram Balci, investigador del centro Carnegie Endowment.

Desde hace una semana, la administración Obama camina de puntillas ante una ola de protestas en Turquía que claramente no preveía.

El secretario de Estado John Kerry ciertamente condenó el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía turca y reafirmó el compromiso de Estados Unidos con la “libertad de expresión y de reunión”. Pero la Casa Blanca se apresuró luego a aceptar las “excusas” presentadas por el vice primer ministro Bulent Arinç a las víctimas de la represión y los llamados a la calma del presidente Abdulá Gul.

Obama no pronunció palabra y su vicepresidente Joe Biden se mostró muy prudente, calificando a Ankara de “aliado vital”.

De hecho Turquía es un aliado estratégico de Estados Unidos, miembro de la OTAN desde 1952, recuerda Steven Cook, del centro de análisis Council on Foreign Relations (CFR).

Pero, constata el analista, Washington se colocó en una posición “delicada convirtiendo a Turquía en un modelo (democrático) para el mundo árabe sin decir jamás una palabra, por ejemplo, sobre los periodistas encarcelados”, una práctica que critican las organizaciones de derechos humanos a Ankara. “Cerramos los ojos porque necesitamos a Turquía”

Diplomáticos estadounidenses habían observado desde hace tiempo el “giro autoritario del gobierno turco”, afirma Cook. Otros analistas en Washington “temían incluso una inclinación ‘putiniana’ del primer ministro Erdogan”, concuerda Balci.

Pero “cerramos los ojos porque necesitamos la ayuda de Turquía para varios problemas regionales”, lamenta el investigador del CFR.

En primer lugar en relación a Siria. Ankara rompió totalmente con el presidente Bashar al Asad, apoyando a los rebeldes y otros grupos de la oposición siria, que hicieron de la frontera turco-siria su retaguardia, con la bendición de Washington, que permitió desplegar allí baterías de misiles Patriot.

Balci teme ahora que la intransigencia de Erdogan ante los manifestantes, a los que acusa de estar infiltrados por terroristas, complique el trabajo a los estadounidenses en el rompecabezas sirio. “Cuando se escucha a Erdogan hablar de los manifestantes, se tiene la impresión de escuchar a Asad hablando de los opositores”, compara el experto, para quien “Turquía pierde toda credibilidad para incidir sobre la crisis siria”.

Ankara es también una pieza fundamental de la diplomacia estadounidense en relación al proceso de paz israelo-palestino.

A fines de marzo Obama había alentado a los turcos y a los israelíes a comenzar a reconciliarse luego de tres años de alejamiento. El mandatario estadounidense había dejado además a Erdogan reafirmar a mediados de mayo ante la prensa en la Casa Blanca que viajaría a Gaza y Cisjordania para incentivar la reconciliación palestina, entre Hamas y Fatah.

La profesora Tamara Cofman Wittes, de la Brookings Institution, recordó que “Erdogan es el dirigente con el cual el presidente Obama se siente más cercano”. Entonces “¿qué influencia puede ejercer” sobre el Primer ministro turco para salir de la crisis?, se preguntó.

“Estados Unidos no tiene ninguna influencia sobre Turquía en materia de derechos humanos. Nunca la tuvo, no la tiene hoy y es poco probable que la tenga en el futuro”, responde Henri Barkey, de la universidad Lehigh de Pensilvania.