Estimados señores de BioBioChile:
Quiero expresar un malestar que se viene acumulando hace un par de años. Vivo en el sector rural de Corcovado, de la comuna de Santa Bárbara desde hace 12 años. Soy viuda de 75 años y tengo 9 hijos.
Luego de años de duro trabajo en Viña del Mar, vine en búsqueda de tranquilidad, silencio del campo, un lugar soñado para mis expectativas. No obstante, al poco tiempo de llegar he sido testigo de cómo la vida aquí es castigada cada día por la creciente falta de agua, los pozos se secan, el bosque desaparece.
Hemos sido cercados por plantaciones de pino y eucaliptus, con presencia de camiones las 24 horas del día en épocas de faenas forestales que se han transformado en una constante pesadilla. En invierno, el barrial convirtió el camino público en casi intransitable. En el verano, en una nube de polvo que se filtra por las ventanas, que impide transitar.
La vida en el campo se ha transformado en una lucha cotidiana por el derecho al descanso, al aire puro y al agua, derechos que se supone son básicos.
Desde hace un año, mi casa y la de otros vecinos deben ser abastecidas de agua potable por la Gobernación Provincial. He llamado a la empresa forestal Mininco planteando la situación. La señorita al otro lado del teléfono toma nota, escucha y plantea que el problema no tiene nada que ver con las plantaciones.
¿Cómo es posible que hayamos perdido el sentido común? Conozco ese lugar desde hace más de 45 años y admito que una parte del problema puede agravarse por el cambio climático global, pero la experiencia demuestra que donde el bosque nativo desaparece, lo hace el agua y otras especies.
Pienso que la mayoría de la vecindad parece estar acostumbrada a situaciones de abuso y maltrato a cambio de pequeñas “regalías” de la empresa. La pobreza del campesinado es tal que Mininco intenta mitigar los impactos regalando un gallinero, un cerco, unas cañerías o generando fuentes de trabajo esporádicas, como si eso resolviera el problema de fondo.
Sabemos que todas esas especies de monocultivo han generado más pobreza, menos diversidad. Pero todo parece indicar que esto a la empresa le importa un bledo. Ellos no paran sus camiones durante la noche, riegan un poco y el polvo vuelve a llenar nuestros pulmones, el ruido ya es parte del paisaje.
No estoy dispuesta a soportar esta situación, es por eso que recurro a los medios de comunicación para que se sepa que aunque somos pocos, estamos conscientes de nuestros derechos. No vamos a permitir que abusen de nuestra paciencia, porque no nos merecemos esto, que nadie lo merece.
Ya basta que el interés de las industrias pase por nuestros derechos a una vida digna, a cosas tan básicas como el agua limpia, el descanso nocturno, ¿es mucho pedir?
Hace unas semanas en mi patio pusimos un cartel pidiendo a los camiones que respeten nuestro descanso, lo que en la primera noche pareció provocar aún más a los camioneros, aumentando los ruidos molestos, tocando la bocina en la noche reiteradamente.
La forma de operar de estas empresas es igual en todas partes, ya que me he informado bien que esto que vivimos diariamente no es nuevo, nos enfrenta a un diseño de sociedad, de mundo muy poco humano.
Pido que los responsables tomen cartas en el asunto, que se genere una sensibilidad ciudadana que implique un cambio de las condiciones de vida de localidades rurales que día a día intentamos mantener el pulmón de la tierra con nuestros diversos y pequeños cultivos, rehabilitando poco a poco el bosque nativo dentro de nuestros reducidos espacios.
Gracias por su difusión,
Sonia Angélica López Figueroa.