Durante dieciséis meses, Damasco y Alepo eran refugios en una Siria ensangrentada, pero la violencia que se ha apoderado de estas dos ciudades lanzó a los caminos a miles de refugiados en busca de una imposible protección.

La familia de Alma, desplazada ya dos veces desde que abandonó en marzo la ciudad de Homs (centro) en medio de la tormenta, prevé ahora irse de Damasco para regresar a su ciudad de origen, porque en la capital vivió la pesadilla de la que trataba de huir.

“Partimos de Homs hacia Líbano después del arresto de mi hermana, una militante, pero no teníamos los medios financieros para quedarnos”, explica la joven de 18 años que se presenta con un seudónimo.

Su familia se instaló en Ruknedin, en el norte de Damasco. Pero lo que parecía un oasis de paz no fue más que un espejismo y el barrio se convirtió a su vez en un campo de batalla entre fuerzas del régimen de Bashar al Asad y los rebeldes.

“No sabemos a dónde ir”, dice, destacando que muchas familias de Homs ham optado por volver a pesar de que continúan los bombardeos contra varios barrios de la ciudad.

“En la estación de autobuses, cientos de personas trataban de llegar a Homs. Decían que si había que vivir en peligro al menos que fuese en casa”, confió a la AFP.

Decenas de miles de personas se han refugiado en países vecinos como Jordania, Líbano y Turquía. Por otra parte, hay 1,5 millones de desplazados en el interior del país, según Guillaume Charron, del Centro de vigilancia de desplazamientos internos, con sede en Ginebra.

En Alepo, desde el sábado pasado los violentos combates obligaron a unas 200.000 personas al éxodo, según la ONU. Otras estaban bloqueadas en la ciudad.

Desplazarse de un barrio al otro es una “aventura peligrosa”, explica “Abú Leila”, que pertenece a una red de voluntarios encargados de ofrecer alimentos y abrigo a los desplazados.

Esta fuente calcula que al menos 70.000 personas han encontrado refugio en Alepo en las escuelas, los pensionados universitarios y los centros de caridad.
“Los otros se alojan en las casas de parientes, de amigos, o duermen en los jardines públicos y en las calles esperando una ayuda”, dijo.

No obstante, el espíritu de solidaridad tiene sus límites y la falta de combustible, alimentos y medicinas afecta a toda la sociedad.

“Al comienzo hubo un verdadero impulso de los ciudadanos, que ofrecieron alimentos y productos de primera necesidad. Pero desde que la situación empeoró, el apoyo ha disminuido, pues la gente teme por su futuro”, prosiguió Abú Leila.

Para Paul Stromberg, subjefe del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Siria, los recientes trastornos en la capital y en Alepo han provocado “tensiones” en el seno de las familias y dejado mal parada la cultura de la hospitalidad, pues la gente teme haya “problemas” vinculados a la llegada masiva de la población.

También cuestiona al ejército, que bombardea “sin ninguna consideración por los civiles”.

“Alepo y Damasco son los últimos refugios para la población. Toda nueva escalada de violencia en estas dos ciudades creará una enorme crisis humanitaria, en una palabra, un genocidio”, aseguró Abú Leila.