Tres meses después del sismo y el gigantesco tsunami que provocaron una grave crisis nuclear en Japón, decenas de miles de supervivientes que siguen viviendo en albergues improvisados son presa de la cólera y la desesperación.

Estos damnificados están furiosos por la lentitud de la reconstrucción en las zonas de la costa de Tohoku (nordeste), devastada la tarde del 11 de marzo pasado por un terremoto de magnitud 9,0 y olas enormes que destruyeron todo a su paso, dejando más de 15.000 muertos y unos 8.000 desaparecidos.

Por otra parte, los habitantes de los alrededores de la central nuclear de Fukushima están desesperados porque los reactores que sufrieron daños a causa del tsunami continúan contaminando el aire y la tierra a decenas de kilómetros a la redonda, haciendo imposible un regreso a la normalidad en los próximos años.

“Nosotros logramos escapar, pero continuamos viviendo con el temor a las radiaciones, incluso aquí”, dijo Tomi Shiga, de 59 años, que fue obligada a evacuar un perímetro de seguridad de 20 km alrededor de la central Fukushima Nº 1 y está alojada en un refugio de la prefectura.

“Sueño con regresar a mi hogar, pero no se sabe cuándo será posible. Nada ha cambiado desde el accidente”, agregó.

El operador de la central, Tokyo Electric Power (TEPCO), espera poder enfriar los reactores para el mes de enero, una etapa crucial en el camino a una estabilización de la crisis nuclear más grave desde la catástrofe de Chernobyl, en 1986.

Luego se requerirán muchos años para desmantelar la instalación y descontaminar a la región.

Varios agricultores que tuvieron que escapar abandonando sus granjas y sus animales acabaron suicidándose.

Más al norte, ancianos cuyas casas fueron barridas por el tsunami también eligieron el suicidio, para no continuar viviendo en la soledad y la promiscuidad de los centros que albergan todavía a unas 91.000 personas.

Otros se negaron a abandonar sus viviendas, a pesar de los daños, y sobreviven sin gas ni electricidad gracias a las comidas distribuidas por las alcaldías.

Las generaciones jóvenes no ocultan su indignación frente al gobierno, acusado de lentitud en la limpieza de unos 25 millones de toneladas de desechos.

“Nosotros continuamos limpiando todos los días, y con el calor, el olor de los peces que se pudren es insoportable”, explicó Toru Suzuki, de 41 años, un empleado del mercado de pescado de Otsushi, en la prefectura de Iwate.

“¿Por qué el gobierno no nos ayudó a limpiar antes?”, protestó.

La pesca, una de las principales actividades de la región, no se ha reanudado pues las embarcaciones fueron destruidas por el tsunami. Los pescadores también están preocupados por los restos radiactivos en el mar, que quizás ya contaminaron a algunas especies.

El costo de esta catástrofe, la más grave ocurrida en Japón desde la Segunda Guerra Mundial, fue estimado en 250.000 millones de euros (aproximadamente 362.500 millones de dólares).

Sin embargo, a pesar de la enorme tarea que debe llevar a cabo el país, ya se ha reanudado la batalla entre los caudillos políticos por derrocar al primer ministro Naoto Kan, muy impopular.

Esto incrementa la ira de los refugiados.

“Estamos muy decepcionados por los políticos que se pelean por el poder sin consideración alguna por nosotros”, se lamentó Shiga.