En la actualidad muchos niños “inquietos” son diagnosticados con el Trastorno de Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH) y reciben tratamientos con fármacos para controlar su conducta.

Algo con lo que no está de acuerdo Joseph Knobel Freud, psicoanalista infantil español y sobrino-nieto de Sigmund Freud, quien asegura que el “El TDAH no existe, no es un trastorno neurológico, es un invento de esta sociedad de la inmediatez en la que vivimos, y que nos lleva a la hipermedicalización de niños que son más movidos”.

En entrevista con el diario español ABC, el terapeuta y autor del libro “El reto de ser padres”, recuerda que Leon Eisenberg, la persona que describió el trastorno de déficit de atención con hiperactividad por primera vez, dijo a Der Spiegel meses antes de morir que éste era ‘un excelente ejemplo de un trastorno inventado’ y que ‘la predisposición genética para el TDA está completamente sobrevalorada’”.

“Lo que es preocupante de la sociedad actual es que se considera que las cosas cuanto más rápidas sean, mejor. Es decir, si el niño se porta mal en la escuela y se mueve mucho, enseguida le dan la ‘pastillita de portarse bien’. En lugar de actuar, inmediatamente se hipermedicaliza, tapando el síntoma. ¿Se ha intentado averiguar por qué ese niño se mueve, no está quieto, y no es capaz de prestar atención…? ¿Alguien se ha parado a averiguar si hay problemas en casa? ¿si está angustiado por algo? ¿si resulta que se mueve mucho porque intenta captar la atención de papá y mamá, o del maestro, o de los educadores en general? No, le hemos dado la pastilla y ya está”, añade.

El especialista además afirma que con esta tendencia a dar fármacos a los pequeños “estamos creando en los niños una costumbre peligrosísima. Me refiero a la costumbre de que, frente a un conflicto, en lugar de tratar de pensar de donde viene, y qué solución tiene, en vez de encontrar algo en la dinámica personal y familiar de esa persona que nos ayude, se recurre a un elemento externo, una droga —el metilfenidato en el caso del TDAH—, para conseguir unas determinadas conductas”.

“Si usted viera las preguntas del cuestionario —que está de moda en todo el mundo— y que utilizan los padres y maestros para detectar el supuesto trastorno se sorprendería. Hay que responder a unas preguntas que al final lo que hacen es definir la infancia en sí misma. ¿Se mueve? A menudo, con frecuencia, bastante… esto es muy subjetivo. Los padres y los maestros están preparados para muchas cosas, pero no para diagnosticar esto. Para eso estamos los psicoterapeutas”, explica.

Por ello, él recomienda “no hipermedicalizar para tapar o no hablar del problema. Y preguntarse ¿qué está fallando?, ¿qué está pasando con la educación actualmente que hace que los niños no presten atención? Porque la atención es un don que se presta. Pues juguemos con la palabra atención. Si tu das atención, es porque ese alguien te merece respeto. En la infancia, ese respecto viene dado por la familia. ¿Que está pasando en una sociedad en la que el papá va al colegio a amenazar al profesor de quinto porque le ha puesto un cuatro a su hijo? ¿Cómo queda de desprestigiado ese maestro a los ojos de ese niño? Con ese padre beligerante que llamó inepto al profesor… ¿le podemos pedir al niño que esté atento en clase? Los niños que van a escuelas respetadas por sus padres tienen menos problemas para prestar atención”.

“También hay una relación directa entre eso y lo que pasa en casa con la obediencia. Si el niño ve que hay un papá y una mamá que se respetan, que se quieren, que se apoyan mutuamente, entonces el niño obedecerá y aceptará los límites”, manifiesta.

¿Cómo hacer que un niño se comporte mejor?

“Voy a poner un ejemplo muy claro. Llega el momento de la cena donde el niño dice ‘no quiero comer esto’ y el papá dice ‘termínatelo’. ¿Que no quiere? Se le retira el plato, y se le manda a la cama. Esa es una actitud excelente del padre. Pero entonces llega la mamá al cuarto del niño y le dice ‘toma esto, que papá está muy nervioso’, y le da un yogur con galletas… ‘Pobrecito, así come’. En ese momento, muy inconscientemente, está desautorizando a su propio marido, desacreditando la función paterna del padre del niño, y además haciendo que se niño se vuelva caprichoso con la comida y con todo. Yo siempre digo a los padres cuando me consultan: ‘Nunca amenaces a tu hijo con algo que no vas a cumplir y que luego te desacredite’”, indica Joseph Knobel Freud.

En este sentido, añade que es importante que los padres se pongan de acuerdo y si no logran en determinadas situaciones lo conversen después, pero nunca se contradigan delante del niño. “Si la pareja hace algo que no es correcto, podemos y debemos acudir a su rescate. Nunca desautorizarle. Es muy recomendable llegar a pactos de los cuales los niños no tienen ni por qué enterarse. El Estado Mayor conjunto tiene que tener reuniones en secreto para llegar a acuerdos que el soldado raso tiene que obedecer”, señala.

Por otro lado, afirma que uno de los mayores errores de los padres es querer convertirse en amigos de los hijos.

“Estamos convirtiéndonos en la sociedad de la indiferencia generacional. Estos padres que te dicen ‘es que a mí me gustaría ser amigo de mis hijos’. Mire, no. Usted es padre (o madre) de los niños, y ellos ya tendrán amigos a lo largo de toda su vida. Esto que parece una tontería… no lo es. A los padres hay que obedecerles y esa división generacional está para algo”, opina.

Él cree que los padres de hoy son muy débiles y “se autorizan poco a ser padres”

“Hay que poner límites a la voracidad infantil. Y hay que empezar desde que se le da el pecho al niño. Llega un momento en el que hay que pasar a la papilla, porque es bueno en el desarrollo de todo niño la introducción de nuevas comidas que no tengan que ver con la leche materna. A mí me ha pasado en la consulta tener que tratar a un niño de cinco años totalmente inquieto que tomaba pecho de pie. Como el nervioso que se fuma un cigarrillo. ¿Quien es responsable de la inquietud de ese niño? ‘Es que no sé cómo destetarlo’, decía la madre. Señora, diga ¡se acabó! Lo mismo pasa con el chupete. Tírelo. El niño llorará tres días, en los que usted se tendrá que armar de paciencia, de aguante. Cante todo el cancionero popular, extranjero y del más allá, cuéntele cuentos, juegue con él, pero dígale chupetes no, pecho no… Ponga límites. Poner límites es importante para el desarrollo y evolución del ser humano, para la contención del psiquismo”, añade.