Fue el silencio más estruendoso de todos los tiempos, sonó más fuerte que 70 bombarderos atacando, tan fuerte que hasta los parlamentarios más ‘coima-adictos’ dejaron de escuchar a los ‘lobbystas’ tentadores. Fue el silencio de internet. Un silencio que calla, pero que no otorga y que dejó en claro la voluntad de más de 200 millones de usuarios de internet, muchísima gente lúcida e inteligente y que se está dando cuenta que lo que está en juego es muchísimo más que descargar películas y canciones…

En una reacción de pocos días, la respuesta de las redes sociales ha sido tan contundente y tan significativa que hasta los propios parlamentarios estadounidenses de las leyes llamadas SOPA y PIPA terminaron dándose vuelta la chaqueta y quitándole el apoyo, hasta que el presidente de la cámara de representantes optó por archivar el proyecto hasta alguna fecha futura indeterminada.

Y es que la arremetida contra la libertad de internet venía entrando desde hace años, oblicuamente como esa gente que se adelanta dando codazos disimulados, primero haciendo un llamado a la moral y defender a los niños mediante controles de espionaje al tráfico de los usuarios por internet.

Hubo muchas organizaciones de padres y apoderados, así como de profesores y defensores de Derechos Humanos indicando que existen filtros para que sean los padres quienes bloqueen en sus casas los canales peligrosos y que la policía debe actuar contra quienes produzcan pornografía infantil y programas de esa naturaleza, implicando darse cuenta que los derechos individuales más vale que los defiendan las propias personas y no funcionarios, pero esas voces no se escucharon, ya que es más fácil vender miedo que convencer de lo que es razonable.

Países como Chile se lanzaron a recolectar tratados de libre comercio a partir de Estados Unidos, aceptando que los términos mencionados en esos tratados tuvieran fuerza de ley en nuestro territorio nacional. Así nos encontramos con que en Chile se dedicaban a perseguir a los vendedores callejeros que vendían libros, películas y baratijas.

Sin embargo, pronto quedó en evidencia que las leyes antipiraterías defendían las ganancias de las empresas comercializadoras. Porque en el precio de venta de cada artículo las ganancias de los autores en realidad no pasan de ser una fracción ínfima.

Lo que en realidad se protege es el término de derechos comerciales, pero para maquillar la idea prefieren poner cara de gente culta y hablar de derechos de autor.

Escucha aquí la crónica producida y dirigida por Ruperto Concha.