“Soy una de las estadísticas que ustedes van a estudiar”, dijo Sarah Sauer a científicos que preparan un importante estudio sobre la salud de quienes viven cerca de centrales nucleares en Estados Unidos, por preocupaciones por casos de cáncer.

Sarah Sauer tenía siete años cuando se le diagnosticó cáncer de cerebro. Diez años más tarde, sus padres están convencidos, investigación empírica mediante, de que la presencia de dos centrales nucleares en las cercanías es responsable de la enfermedad de su hija, así como de otros casos de cáncer en niños del pequeño poblado de Burr Ridge, en Illinois (norte).

Una de las centrales, Braidwood, dejó escapar durante años agua radiactiva al medio ambiente. Aparecieron casos de cáncer en todos los hogares situados a menos de 400 metros de la fuga, según un estudio informal efectuado por los mismos habitantes.

La autoridad de regulación nuclear estadounidense (NRC) afirma que la radiactividad despedida estaba dentro de los niveles aceptables de peligro.

Pero en momentos en que la catástrofe nuclear en Japón atizó la preocupación del público sobre los riesgos de la energía atómica, las autoridades están iniciando un estudio dedicado a las consecuencias para la salud humana de los bajos niveles de radiactividad emitida por centrales nucleares.

“Son cuestiones complejas”, explica John Burris, biólogo que encabeza el grupo de estudio instalado por la Academia de Ciencias estadounidense, primera etapa de un estudio cuya financiación la NRC aún tiene que decidir. Podrá entonces comenzar la recolección de datos, que se anuncia como una empresa de larga duración.

“Hasta ahora no hay ninguna prueba científica de que los niveles bajos de radiación puedan provocar problemas de salud”, asegura Viktoria Mitlyng, portavoz de la NRC en Illinois.

Las autoridades prometen que las 65 centrales nucleares estadounidenses son seguras y que la fuga de Braidwood fue un caso único.

“Menos de un 1% (de las exposiciones a la radiactividad) proviene de sectores como la energía nuclear. Si se demuestra que esta cantidad tiene un efecto directo sobre la salud humana, deberemos cambiar las normas”, concede Mitlying.

Pero los padres de Sarah Saurer ya tienen una opinión.

El padre, un ginecólogo graduado en ingeniería biomédica, efectuó su propio estudio usando estadísticas públicas. Llegó a la conclusión de que los casos de cáncer en la población son más frecuentes en un radio de 25 km en torno a las centrales de Braidwood y Dresden, que en el resto del estado.

Al participar como testigo esta semana ante un grupo de estudio en Burr Ridge, una periferia de Chicago, afirmó haber intentado -en vano- hacer llegar estos resultados a los responsables locales de salud pública.

“El mundo entero está cautivado por la catástrofe en Japón. Esto llama la atención sobre el riesgo de vivir cerca de una central nuclear”, dijo. Pero “me preocupa más la catástrofe que se desarrolla diariamente en estas centrales. A largo plazo, éstas causan grandes daños a la gente”.