Émilie y Lola tuvieron que someterse a tratamientos, gastar miles de euros y hacer un sinfín de viajes al extranjero para ser madres. Un proceso desgastante que permitió a esta pareja de francesas cumplir un sueño que les es vetado en su país.
“Fue un proceso largo y difícil, pero no queríamos renunciar a nuestro deseo de ser madres”, cuenta a la AFP Émilie Mosnier, mientras da el pecho a su bebé, Elisio, nacido hace poco más de dos meses.
Esta médica de profesión de 39 años, que vive en Marsella, en el sureste de Francia, se sometió a cuatro inseminaciones artificiales y a una fecundación in vitro antes de lograr quedarse embarazada.
“Hay que estar muy bien preparada psicológicamente, es un camino complejo y doloroso, sin contar que roza la ilegalidad”, añade en tono grave esta mujer que vio la luz al final del túnel después de tres años de decepciones e intentos fallidos.
En Francia, las solteras y las lesbianas no tienen acceso a la reproducción asistida, reservada a las parejas heterosexuales. La ampliación de este derecho a todas las mujeres, actualmente en discusión en el Parlamento, sigue levantando protestas, en un país que aprobó a duras penas el matrimonio entre parejas del mismo sexo en 2013.
El pequeño Elisio nació gracias a una donación anónima de esperma, algo que estas dos mamás, que se conocieron hace seis años y se casaron hace dos, no tienen la intención de esconderle.
“Le diremos las cosas de forma muy simple, con un vocabulario adaptado en función de su edad, pero lo importante es diferenciar al progenitor y a los padres”, señala serena su mujer, Lola Rozé, de 36 años, que aunque no llevó a Elisio en su vientre se siente “igual de madre” que Émilie.
España, la ‘meca’ de la reproducción asistida
Para cumplir con su anhelo de ser madres, las solteras y las lesbianas francesas se ven obligadas a viajar al extranjero.
Los homosexuales lo tienen aún más difícil. Pueden ser candidatos a una adopción, autorizada en Francia desde 2013, pero las listas de espera son largas, o recurrir a la gestación subrogada, prohibida en Francia, pero autorizada en países como Estados Unidos o Canadá.
“Se trata de una forma de clandestinidad ya que estas mujeres deben huir de su propio país para poder fundar una familia”, denuncia Nicolas Faget, portavoz de la Asociación de Padres y Futuros Padres Gays y Lesbianas (APGL).
Como miles de francesas cada año, Émilie y Lola optaron por una clínica privada en España, un país considerado la “meca” europea de la reproducción asistida.
Gracias a una de las legislaciones con menos restricciones de Europa, las clínicas especializadas en la reproducción asistida se han multiplicado en los últimos años en ese país, lo que atrae cada vez más a pacientes extranjeras que no pueden beneficiarse de estos tratamientos en su país de origen.
“Fuimos a Barcelona, a cinco horas de coche. Primero por razones geográficas, pero también porque las clínicas allá proponen tratamientos de alta calidad y un servicio en francés que facilita todo el proceso”, cuenta Émilie.
Según cifras de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), más de 7.000 francesas viajaron a España en 2017 para someterse a un tratamiento de reproducción asistida, incluyendo lesbianas y mujeres solteras.
La pareja se lanzó entonces en un verdadero maratón médico con inyecciones de hormonas diarias y ecografías cada dos a tres días.
“Tomamos algunos descansos, necesitábamos recargar las pilas para cuestionarnos, para saber si seguía siendo importante o no. Son sentimientos por los que pasan todas las parejas que necesitan varias inseminaciones”, dice Émilie.
Doble rasero
En esta carrera de obstáculos, Émilie y Lola tuvieron el apoyo de una ginecóloga en Francia, que aceptó acompañarlas durante el tratamiento.
“Tuvimos la suerte de encontrar una ginecóloga partidaria de la reproducción asistida para las lesbianas. Dentro de la comunidad LGBT hay varios nombres de especialistas que circulan”, explica Lola, que trabaja en la construcción de decoraciones para la Ópera en la ciudad de Aix-en-Provence, cercana a Marsella.
En total, además del desgaste físico y psicológico, todo el proceso para la llegada al mundo de Elisio les costó más de 12.000 euros (unos 13.000 dólares), sin contar los viajes y estadías en Barcelona.
“Hay que encontrar el dinero y hay también toda una logística… Ir hasta allá, quedarse un poco y hacer las estimulaciones ováricas antes”, enumera la pareja, aliviada de haber puesto punto final a ese “difícil” capítulo.
Para las parejas heterosexuales, la sanidad pública francesa cubre actualmente hasta seis inseminaciones artificiales y cuatro fecundaciones in vitro.
Una cobertura que los senadores franceses se niegan a extender a las mujeres solteras y a las lesbianas, en caso de que pase la ley de bioética que, además de la apertura a todas las mujeres de la reproducción médica asistida, prevé una reforma sobre la filiación para los niños de madres lesbianas y sobre el anonimato de las donaciones de esperma.
“Es totalmente discriminatorio. O se reembolsa a todos o a nadie”, zanja Nicolas Faget.
“Si hay que pagar, seguirá habiendo una restricción para las parejas más precarias”, abunda Émilie, que en ese caso no dudará en retornar a España para una segunda gestación, que esta vez llevará adelante Lola.