Uno de los consejos que más repite durante estos días tiene relación con el correcto lavado de manos, lo que nos ayudará a disminuir el riesgo de contraer el virus del Covid-19.

Sin embargo, por insólito que parezca, el médico que descubrió su importancia no sólo no fue tomado en cuenta en su momento sino que incluso fue repudiado y hasta se convirtió en objeto de burlas.

¿Cómo es posible que dicha persona terminara siendo menospreciado, a pesar de tal logro? Y si lo miramos desde otro ángulo, ¿cómo fue que llegó a la conclusión de que el lavado de manos era fundamental para la humanidad?.

Todo se remonta a 1846, cuando el médico húngaro Ignaz Semmelweis, quien se había especializado en obstetricia, llegó a trabajar en la Primera División del servicio de maternidad del Hospital General de Viena.

Sería en este lugar en dónde Semmelweis se sorprendería por un detalle que no pasó inadvertido para él: en el área en donde médicos y estudiantes atendían a las embarazadas fallecían más mujeres luego del parto (hasta en un 18%) que en aquellos donde el trabajo estaba a cargo de las comadronas (personas que asisten a la mujer durante el parto). En este último caso, el porcentaje era de sólo un 2%.

Tal como recoge El País de España, las mujeres morían producto de una afectación inflamatoria séptica llamada fiebre puerperal, la cual puede afectar a todo el organismo. Generalmente se origina por la mezcla de gérmenes que aprovechan la alteración de la flora vegetal y las lesiones del parto para así colonizar el aparato genital femenino.

“En la vagina es normal que haya gérmenes que en unas condiciones normales forman una flora bacteriana. Sin embargo, el parto genera microtraumatismos que pueden ser la vía de acceso de estos gérmenes al torrente sanguíneo”, indicó al citado medio la doctora Olga Nieto, responsable de Obstetricia del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.

Ignaz Semmelweis
Ignaz Semmelweis

Preocupado por estas alarmantes cifras, Semmelweis comenzó a realizar diversas pruebas para encontrar la respuesta frente a tal diferencia en los índices de mortalidad, las que sin embargo no arrojaron respuestas. Eso, hasta que finalmente notó algo.

Un día, un patólogo del hospital murió luego de pincharse un dedo mientras trabajaba con el cadáver de una persona que murió precisamente por la fiebre puerperal. Semmelweis decidió analizar su caso, descubriendo que la víctima había tenido los mismos síntomas que las mujeres febriles, lo que fue toda una sorpresa, ya que hasta entonces se creía que la enfermedad afectaba sólo a las embarazadas.

De esta manera, el médico determinó que la diferencia entre ambos casos de mortalidad tenía su origen en la higiene: mientras la comadronas se dedicaban exclusivamente a los partos, manteniendo hábitos de higiene para esta labor, los médicos y estudiantes pasaban de trabajar con cadáveres para luego atender partos, sin lavarse las manos.

Fue así como introdujo un protocolo de limpieza entre los médicos y estudiantes antes de los partos, basado en el uso de cloruro cálcico. Gracias a esto, el porcentaje de muertes disminuyó hasta el mismo 2% de las comadronas. Aún más: cuando ordenó que también se limpiara el instrumental, bajó a un 1%.

Curiosamente, pese a su hallazgo, sus conclusiones no fueron bien recibidas por sus pares. Es más, su superior -quien era más cercano a la vieja escuela académica de aquel entonces- rechazaba su teoría, afirmando en cambio que la culpa la tenía el nuevo sistema de ventilación del hospital. ¿La razón? En esos tiempos se creía que las infecciones se esparcían por los miasmas, supuestas emanaciones fétidas de cuerpos enfermos, suelos y aguas impuras.

Sus colegas, quienes se sintieron ofendidos por haber sido tratados como “sucios”, se burlaron de sus conclusiones, mientras que en 1849 se decidió no renovar su contrato en el hospital. “Los médicos somos caballeros, y los caballeros tienen las manos limpias”, llegó a decir un obstetra.

Semmelweis regresó así a su ciudad natal, Buda (actual Budapest), en dónde pasaría sus últimos días en un centro psiquiátrico producto de sus alucinaciones. Murió en 1865 luego que se le infectara una herida, la cual -según se dice- se la autoinfirió para demostrar sus investigaciones.

Debieron pasar varios años después de su descubrimiento para que el reconocido químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur confirmara su hipótesis, destacando la importancia de la higiene.

“Lo que mata a las mujeres de fiebre puerperal son ustedes, los doctores, que llevan los microbios de enfermas a sanas. Si yo tuviera el honor de ser cirujano, me las lavaría concienzudamente”, afirmó Pasteur.