No es una metáfora, es literal. El lunes, una de las imágenes más perturbadoras de nuestros tiempos se viralizó en redes sociales: la silueta de una niña pequeña atrapada entre las llamas provocadas por un nuevo bombardeo israelí.

A las dos de la madrugada, Israel lanzó cuatro misiles sobre la escuela Fahmi Al-Jarjawi, que estaba siendo utilizada como refugio por civiles desplazados, enfermos y hambrientos. De los 36 muertos y decenas de heridos, la mayoría son niños.

La niña del video es Ward Jalal Al-Sheikh Khalil. Tiene siete años y fue la única sobreviviente del ataque que mató a sus cinco hermanos y a su madre. Su padre se encuentra en estado crítico. Las imágenes muestran a un rescatista llevándola en brazos, usando un pijama celeste y rosa pastel. Su cabello, recogido en dos coletas, está lleno de cenizas.

Uno de los rescatistas dijo que el suelo ardía y que la encontraron atrapada bajo los escombros. Cuando la sacaron, se encontraba en estado de shock y no sabía cómo decirle que toda su familia había desaparecido.

El lenguaje, las palabras, no me alcanzan para comunicar este horror.

Niños que caminan en las llamas

Israel justificó —como si eso fuera posible— el ataque, señalando, nuevamente, que el lugar era utilizado por Hamás, pero no presentó pruebas, y no hay registros de combatientes caídos tras ese bombardeo.

“El enemigo no es Hamás, ni siquiera su ala militar. Cada niño, cada bebé en Gaza es el enemigo. Necesitamos conquistar Gaza y colonizarla, y no dejar ni un solo niño gazatí allí. No hay otra forma de victoria”, dijo Moshe Feiglin, político israelí y exmiembro del Knéset (parlamento israelí), hace unos días en una entrevista en televisión abierta.

El 70 % de las víctimas mortales del asedio israelí son mujeres y menores de edad. Más de 15 mil niños han sido asesinados en bombardeos y disparos de francotiradores israelíes, y la ONU advierte que miles de infantes morirán de inanición en los próximos días provocada por el bloqueo de ayuda humanitaria impuesto por Netanyahu.

Las declaraciones vacías de los gobiernos son vergonzosas. El silencio del mundo, ensordecedor. “Dicen que prefieren no hablar del tema porque no lo entienden. Yo les pregunto: ¿en qué idioma llora un niño?”

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