Las palabras de Mistral resuenan, pese a que los problemas actuales -representados hoy por la crisis educacional en Atacama-, parecen referir a aspectos materiales, financieros y de cobertura.

Este 7 de abril se cumplieron 135 años del nacimiento de Gabriela Mistral. Aunque por décadas su trascendencia se asoció a su condición de poeta y al mérito de ser la primera latinoamericana en recibir el premio Nobel de Literatura, recientes estudios sobre su figura han permitido redescubrir otras facetas de su vida y pensamiento igualmente valiosos.

Aunque nos distancie más de un siglo, su voz no pierde vigencia y aún puede interpelarnos, en particular, en su rol de educadora y sobre ámbitos que, por mucho que pasen los años, siguen estando en deuda.

Gabriela sentía que los profesores chilenos padecían de una “especie de fatalidad”: jóvenes, entraban a estudiar pedagogía “ardidos de ilusiones”, pero su vocación soñadora chocaba luego con un sistema que, en su percepción, los constreñía hasta acabar con su pasión.

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“La ambición legítima se la van a paralizar los ascensos lentos; el gozo se lo quebrará la vida en aldeas paupérrimas, y la fatiga peculiar del ejercicio pedagógico le irá menguando la frescura de la mente y la llama del fervor. El sueldo magro, que está por debajo del salario obrero, las cargas de familia, el no darse casi nunca la fiesta de la música o el teatro, y sobre todo el desdén de las clases altas hacia sus problemas vitales, todo esto y mucho más irá royendo sus facultades”, afirmaba.

El problema que ella advertía era complejo, pero, en su opinión, su raíz más profunda pasaba por la poca valoración social, la desconfianza estatal sobre el profesorado, así como por la falta de conciencia sobre la relevancia que tiene la educación para cualquier proyecto político que aspire a ser exitoso.

Mistral lamentaba el exceso de reglas y normativas de un estado docente –“especie de trust para la manufactura de las conciencias; centurión que fabrica programas y que apenas deja sitio para poner sabor de alma”– que dejaba poco o nulo espacio para que los docentes y las familias se hicieran cargo, verdaderamente, de proyectos libres, soñadores y con ideales.

Las palabras de Mistral resuenan, pese a que los problemas actuales -representados hoy por la crisis educacional en Atacama-, parecen referir a aspectos materiales, financieros y de cobertura.

Aún existe una urgencia para que todos comprendamos que el futuro de un país depende de su educación, para que la carrera pedagógica sea valorada en su sentido último, inspirada por una vocación que, según la escritora, debería ungir a los profesores como “rectores de almas”.

Más allá de las diferencias, esta debe ser una materia prioritaria, que se cuide a las comunidades educativas como la base desde la cual se proyecta el porvenir.

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