“Estuve dos meses, parada en la calle, con las manos en los bolsillos, balanceándome de un lado a otro para que no se me doblaran las piernas. Me compraba esas petacas de picamuelas, pelacables, que les dicen. Esas que valen 500 pesos. Las tomaba para amortiguar el hambre; la droga era para no sentir el frío. Yo ya había pasado por todo eso. Sabía que los hombres me iban a puro tirarme al suelo. No podía caerme. Tenía que estar de pie, despierta, para que no me violaran”.

A Ximena Ramírez (61) la conocimos en Osorno, donde hoy, tras parte importante de su adultez marcada por la vida en la calle y 27 años de consumo permanente de pasta, ha logrado una notable rehabilitación.

Ella es beneficiaria de Vivienda Primero, un programa social revolucionario para sacar a las personas de la calle y devolverles la dignidad y el control de sus vidas.

Ella misma sabe que no es sólo por el valioso punto de partida: una casa segura y sin condiciones para vivir, sino por los múltiples y permanentes apoyos que entrega: sicológico, social, laboral, de estudios, humano.

“No basta con el techo; se requiere contar con alguien que esté ahí, que te dé herramientas cuando estas desesperada y flaqueas. Que te sostenga y te contenga. Eso es lo que he encontrado en este programa”.

La consecuencia de nacer y crecer en pobreza

Ximena era una más entre siete hermanos en una toma de terrenos en La Florida, en Santiago, que partió llamándose Nueva La Habana y hoy es la población Nuevo Amanecer.

“Dormíamos cuatro en una misma cama. La pobreza era total. Al comienzo vivíamos en una carpa de nylon. Nos alumbrábamos con velas. Nuestros papás eran buenos, pero había consumo de alcohol y una va copiando. Uno encuentra que es normal que el padre le dé trago al hijo y esas cosas. Yo llegué hasta tercero básico y a nadie le importó que no siguiera estudiando. Mi mamá era analfabeta. No sabía leer ni escribir, apenas firmar con su nombre”.

Se casó a los 19 años, tuvo tres hijos. Su marido le fue infiel y eso la llevó a fumar marihuana, a dejarlo y a abandonar a sus niños y empezar a recorrer el país a dedo. En Calama, probó la pasta base. “Fue amor a primera vista, a la primera fumada”.

Ahí empezó el descalabro que la llevó a “caer en lo peor. De mis hijos no sabía nada. La droga te roba la empatía. Si no hay amor con una, menos va a haber para el resto”.

Pero en Parral, se enamoró. Tuvo otros dos hijos. Nuevamente fue engañada y volvió a irse…

El estigma es mayor sobre las mujeres

Hasta antes del estallido social, se estimaba que un 16% de las personas que vivían en la calle eran mujeres. Hoy esa cifra ronda el 20% y podría ser mayor. Si la situación de calle es la más cruda manifestación de la pobreza y la vulnerabilidad, en el caso de las mujeres, todo se vuelve aún más extremo. La violencia y el abuso sexual son la moneda de cambio que ellas toleran para conseguir protección.

Es mejor que te viole uno a que lo hagan todos, parece ser la lógica del asunto.

Y a esto se agregan cuestiones como que el alcohol tiene un efecto mucho más devastador sobre el organismo femenino y un impacto feroz sobre la salud mental. Y que una mujer en calle es mucho más estigmatizada y discriminada socialmente que un hombre.

La fuerza del amor

Ximena vivía en la calle, consumía, cuando su hija menor cometió al asalto que hoy la tiene en prisión. “Ella tenía a mi nieto mayor, de 7 años. Estaba sola, separada, con un niño, condenada y embarazada de pocos meses. Su cuñado, que siempre estuvo enamorado de ella, le ofreció asistirla en la cana, como se dice, y reconocerle a la guagua”.

“Ella aceptó la oferta; no tenía muchas opciones. Yo estaba en la calle, su hijo mayor a la deriva, ella presa. Así es que yo me fui a vivir a la casa de ese hombre, en La Granja, con mi nieto, su hijo mayor. Un día ese hombre me mandó a comprarle bebidas energéticas y yo salí con lo puesto”.

Nunca más la dejó entrar.

Ximena volvió a la calle, pero en ella surgió un poderoso sentido de responsabilidad: el destino de su nieto, que estaba en manos de ese dudoso padrino.

Hoy, Ximena es “la señora Ximena”

Tiene a su cargo a dos pequeños nietos. El mayor, de 7 años, y el menor, de 3, que nació en la cárcel, donde su hija menor sigue cumpliendo su condena. Ellos han sido su desafío y su motor para dejar consumo y calle.

En Osorno, donde llegó “escalando”, como dice ella, los astros se alinearon. El Programa Calle y el Hogar de Cristo, que administra Vivienda Primero en la ciudad, la “descubrieron” y apoyaron.

Salió favorecida con un departamento. Logró que su nieto mayor hoy esté a su cuidado. Y al menor, que vivió encerrado desde que nació, “ahora que está en libertad, no le entran balas. Es feliz”.

Está feliz, como ella.
Feliz como nunca lo había sido, hasta ahora.

Hogar de cristo
Cedida | Hogar de Cristo

Por Ximena Torres Cautivo
Comunicaciones Hogar de Cristo

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