Las artes son expresiones del espíritu humano, de la creatividad con la que todos nacemos, que se manifiesta de muchas maneras cuando somos niños y vamos perdiendo según pasan los años.

Los resultados de un estudio de potencial creativo publicado por la NASA en 2017 revelaron que, de 1.600 niños de entre 4 y 5 años, el 98% obtuvo una puntuación de “genio creativo”. Cinco años más tarde, sólo el 30% de ese mismo grupo de niños obtuvo la misma puntuación, y de nuevo, cinco años después, sólo el 12%. Cuando se administró la misma prueba a los adultos, se comprobó que sólo el 2% alcanzó este nivel de genialidad.

Mucho tiene que ver en este descenso de los índices de creatividad el actual sistema educativo, que centra su malla curricular en asignaturas estándares (lenguaje y matemáticas principalmente), y destina poco o casi nula cantidad de tiempo al desarrollo del arte y la cultura, las que suelen ser vistas como ‘habilidades blandas’ que no tienen la preponderancia necesaria para ser elegidas como una opción educativa más.

En Chile vivimos una realidad muy similar. En los últimos años se ha invisibilizado la importancia de áreas como la filosofía, las artes, la historia, la cultura local y regional, todas ellas claves en el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad, la innovación y también como herramientas de expresión y habilidades que no podemos adquirir en la educación tradicional, ligada aún hoy al éxito material y los índices económicos.

Pero al mismo tiempo, hay indicios de que podemos recuperar lo perdido: el programa de Gobierno del Presidente electo, Gabriel Boric, pone énfasis en “definir la cultura como pilar fundamental de la vida y el desarrollo humano” y eso es justamente lo que necesitamos priorizar. Porque basar el crecimiento únicamente desde el ámbito económico, la competencia o el acceso a bienes de consumo deja fuera el ocio, el pensamiento abstracto, el surgimiento de ideas que pueden convertirse en proyectos y la conexión con el ser. Y eso a su vez, genera pobreza espiritual, creativa y mental.

La clave para el éxito de los países hace tiempo que dejó de incluir sólo a las materias primas y sus manufacturas, para sumar también al inmenso potencial creativo de las personas y cómo éste puede contribuir a un mundo mejor. La economía creativa o naranja, es ahora uno de los sectores de más rápido avance en el mundo, contribuyendo con el 3% del PIB mundial y generando empleo para 30 millones de personas en todo el mundo según datos de la Unesco. Si en los próximos años el presupuesto nacional en el área cultural llega al 1% como se propuso durante la campaña, las posibilidades de crecimiento para Chile son enormes y permitirán que el ecosistema se desarrolle de forma orgánica.

Y como si los argumentos anteriores no bastaran, los meses de confinamiento durante la pandemia dejaron en evidencia lo esencial de la creatividad para el bienestar mental. El cine, la música, la televisión y otras áreas fueron fuente de apoyo, refugio y resistencia para miles de personas.

Por eso, para revertir el panorama actual se necesitan varios ámbitos que pueden correr de forma paralela: la implementación gubernamental de medidas como mayor inversión en cultura y economía creativa; un rol activo de las futuras autoridades en alianzas con la sociedad civil para modificar la enseñanza tradicional y dar más espacio a la diversidad y el pluralismo. Todo esto, unido a lo que podemos hacer individualmente para valorar, conversar del tema, promoverlo en nuestro entorno y fomentar la creatividad en nuestras labores diarias son fundamentales para que Chile sea un país con más opciones y cuente con una ventaja comparativa en la región.

Dicen que el niño de 5 años que todos llevamos dentro nunca desaparece. Está en manos de todos nosotros dejar que aflore nuevamente ese genio creativo que hoy está dormido y necesita estímulos para despertar.

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