Las religiones pueden ser potentes fuerzas de inspiración, fortaleza y encuentro para las personas que “eligen” vincularse a una de ellas. Por esto, no dejó indiferentes a quienes no profesan religión alguna así como para los mismos apoderados de un colegio en Santiago, la entrega a niños de un cuarto básico de un listado de pecados asociados con el amor a Dios, con el amor a sí mismos y en relación a otras personas que incluía una serie de conductas como “comer comida poco saludable”, “llegar tarde a algunas clases”, “no participar activa y responsablemente en la catequesis” o “no agradecer”, por mencionar algunos pecados ahí presentados en esos términos.

Dada su naturaleza, es entendible que el concepto de “pecado” pudiera tener diferentes definiciones y ejemplos, pero ¿cómo puede ser entendido por niños de 11 o 12 años que el no comer saludablemente o llegar tarde a clases va en contra de la voluntad de un Dios y que ello les traerá aparejadas consecuencias castigadoras de tipo religioso? De paso, no está de más decir que los hábitos alimenticios suelen decidirlos los padres o adultos que están a cargo de los niños y que los atrasos de llegada a clases, muchas veces se deben a razones que están más allá de su alcance.

Es evidente que no se puede suponer de antemano que las personas que escribieron ese listado de conductas que consideran pecados y decidieron que era apropiado para niños de 11 años, tenían alguna intención dañina hacia el bienestar de los escolares. Lo mismo se desprende de la carta con la que los directivos del colegio le responden al Centro de Padres luego de los reclamos que recibieron, misiva en la cual reconocen lo inadecuado del recurso y ofrecen las disculpas del caso.

No obstante, este episodio pone sobre la mesa un tema que es relevante respecto a la formación y cuidado de la salud psicológica de los niños y que críticos contemporáneos de las religiones abrahámicas ya sean la cristiana, la judía o la islámica como son Christopher Hitchens (Dios no es bueno), Richard Dawkins (El espejismo de Dios) o Sam Harris (El fin de la fe; Carta a una nación cristiana), han abordado en sus libros y conferencias; el cómo la inoculación obligatoria de la fe en niños con mensajes del tipo contenido en el listado mencionado, puede ser dañina para ellos de diversas formas, un fenómeno que por supuesto ha despertado interés desde la investigación social.

Un interesante concepto que se ha propuesto para analizar la exposición de los niños a este tipo de ideas, es el de maltrato infantil religioso. En su libro Breaking their will: Shedding light on religious child maltreatment (Prometheus Books, 2011), Janet Heimilch lo describe como el tipo de abuso o negligencia a los niños causado por creencias religiosas que se sostienen y difunden dentro de la comunidad en la que están insertos. Este tipo de maltrato infantil se manifiesta de muchas maneras, como por ejemplo, utilizar como justificación del castigo físico abusivo lo que está escrito en textos o doctrinas religiosas, el aprovecharse de la autoridad religiosa para abusar de los niños y obligarlos a que mantengan silencio de ese abuso, no proporcionar a los niños la atención médica necesaria debido a la creencia en la intervención divina, asustar a los niños con la idea de un dios enojado y castigador, o el hacer que los niños se sientan culpables y avergonzados diciéndoles que son pecadores, como es lo que específicamente observamos en el caso del listado entregado en ese colegio.

En una sociedad libre, cada familia entrega el tipo de educación religiosa o no religiosa que quiera para sus hijos. Es más, para quienes eligen educarlos en una institución escolar que tiene dentro de su misión la formación en una determinada religión, es claro que seguramente saben cuál será, al menos en grandes términos, el tipo de ideología religiosa a la que estarán expuestos. Muchos niños son criados en entornos religiosos seguros, saludables y amorosos y, sin duda que, así como debiésemos estar atentos, perseguir y condenar los abusos sexuales por parte de pastores o clérigos de una iglesia, también debemos cuidar a los niños de este otro tipo de abuso de carácter psicológico. Esta vez, los apoderados involucrados no adhirieron a un tipo de práctica religiosa potencialmente dañina para sus hijos.

Patricio Ramírez Azócar
Docente Facultad de Psicología
Universidad del Desarrollo



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