¿Qué hacía Tomás Vidiella con 83 años ensayando una obra de teatro presencial en plena pandemia del covid-19? La pregunta continúa resonando a días de la muerte del emblemático y versátil actor chileno, pieza clave de las tablas locales del último siglo y referente de decenas de generaciones de intérpretes.

La interrogante se resuelve despejando algunas certezas. Uno: trabajando a pesar de las adversidades, tal como en plena dictadura militar encarnó a Lulú en uno de los primeros personajes travestis de la escena local; toda una provocación para la época. Dos: impulsando la reactivación de la industria del espectáculo, por lejos una de las más golpeadas (y desprotegidas) con las medidas sanitarias de la pandemia. Y tres: siguiendo las directrices del Plan Paso a Paso, que hasta este sábado permitía la realización de actividades públicas en Fase 2.

De todas formas, y a pesar que la Fundación Cultural de la municipalidad de Providencia (ente impulsor del Teatro Oriente y de “Orquesta de señoritas”, el trágico último montaje de Vidiella) en rigor no infringió las reglas del Minsal, la pregunta continúa siendo amarga: ¿Qué hacía Tomás Vidiella, con su historial médico a cuestas, con su trayectoria monumental y patrimonial de más de seis décadas corriendo un riesgo como ese?

A casi un año de la pandemia, con decenas de cuarentenas y alcohol gel en el cuerpo, las respuestas se vuelven difusas incluso en los ámbitos personales.

¿Cuántas veces hemos relajado nuestras propias precauciones asfixiados por la falta de movilidad, las restricciones de acción y los toques de queda? Quizás todos. Quizás el mismo Tomás días atrás, entregándose al ensayo y al escenario para volver a sentir el ímpetu que empujó toda su vida y que no abandonó ante peligros incluso mayores que este.

Cualquiera hayan sido sus motivaciones, la sensación de este fallecimiento y de tantos otros entre los más de 21 mil registrados en Chile por covid-19, es la de una postal representativa de estos días, en que la compulsión por volver a la “normalidad” parece copar y justificar todo, incluso lo que antes defendíamos.

Las ansias de la industria cultural (y los espectadores) por volver a recuperar sus escasos espacios, choca de golpe con la realidad y sus consecuencias más trágicas.

“Había unas ganas de volver, una ansiedad, una alegría, una felicidad de poder encontrarnos en el escenario, que es lo que más nos hace felices a los que nos dedicamos al teatro (…). Fue un gran inicio y un gran final para Tomás, que terminó en su naturaleza, ¿no? Una persona de teatro finalmente nos dejó arriba del escenario”, confesó esta semana al diario La Tercera Álvaro Viguera, director de “Orquesta de señoritas”. Cristián Campos, uno de los contagiados del elenco, agregó: “Nosotros estábamos agradecidos de tener público después de tanto tiempo. Y el público se notaba también agradecido de tener una experiencia artística, todo siguiendo los protocolos, de modo que nos sentíamos muy seguros”.

La entelequia de las grabaciones seguras de teleseries, de los montajes teatrales siguiendo las normas preventivas, de los conciertos con aforo reducido y salubridad garantizada y de los estelares de TV con “PCR al día”, dejan en evidencia la fragilidad de esta coyuntura maldita (comparable sólo con los peores desastres de la humanidad), y comprueban las complejas consecuencias que está causando en un negocio del divertimento a estas alturas nauseabundo frente a la casi nula protección estatal.

El panorama -hoy palabra casi en desuso en una cartelera cultural telemática y en blanco y negro- no es para nada esperanzador ante pruebas que parecen esforzarse en demostrar que no hay espacio para ninguna despreocupación, ya sea personal, colectiva o municipal.

No hay plagas ni pandemias que hayan acabado con las expresiones artísticas, que como los juncos que describía el Dúo Dinámico son tan flexibles como indomables. Es la única conclusión posible mirando fijo a Tomás Vidiella en una de las fotografías del lanzamiento de “Orquesta de señoritas”, 16 días atrás, al lado de la alcaldesa Evelyn Matthei y del propio Viguera. ¿Qué hacía ahí?

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