Chile conoce bien lo que significa la resiliencia. Después de terremotos, tsunamis o apagones, el país siempre se levanta. Ucrania comparte esa misma fuerza. Pero lo que nos une aún más es la determinación de defender la luz y la energía frente a quienes las convierten en armas de terror.
El 23 de octubre, ingenieros ucranianos restablecieron la electricidad en la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa. Durante un mes, la planta –ocupada por Rusia desde marzo de 2022– funcionó solo con generadores diésel, al borde del colapso. El mundo estuvo a un paso de la catástrofe nuclear.
Lo ocurrido no fue un accidente, fue un acto deliberado. Rusia ha convertido la energía —nuclear, eléctrica y de gas– en un arma de guerra. Desde el inicio de la invasión, más de 3.000 instalaciones energéticas ucranianas han sido atacadas, y más de la mitad de la capacidad generadora del país ha sido destruida, dañada u ocupada.
Zaporiyia y cinco centrales térmicas han sido ocupadas, y la hidroeléctrica de Kakhovka destruida. Solo en 2024, los ataques provocaron la pérdida de 10 GW de generación, equivalente al consumo de países como los Países Bajos.
En Kyiv, Járkiv, Odesa, Dnipro y otras ciudades ucranianas, apagones diarios afectan hospitales, colegios, jardines infantiles y millones de familias. El terrorismo energético ruso se aumenta considerablemente cada año en vísperas del invierno, pues de esta forma los invasores están tratando de dejar a los ucranianos sin luz ni calefacción en la época más fría del año. Al mismo tiempo, miles de trabajadores continúan incansablemente reparando instalaciones energéticas bajo el fuego enemigo.
Además, Rusia ha atacado instalaciones nucleares, convirtiéndose en el primer país en perpetrar ataques terroristas contra éstas. El 14 de febrero, un dron impactó contra la cúpula que protege al mundo de la radiación en Chornóbyl. El 1 de octubre, un ataque a una subestación en Slavútych causó un apagón de más de tres horas en la central de Chornóbyl, incluyendo el Nuevo Confinamiento Seguro, que almacena el 80% del combustible gastado.
Estos ataques deliberados representan una amenaza sin precedentes para la seguridad nuclear global.
Frente a estos actos terroristas, Washington envió una clara señal de apoyo. El 22 de octubre, la administración de EEUU impuso nuevas sanciones a las compañías peroleras rusas Rosneft y Lukoil, reforzando la presión sobre el corazón económico del Kremlin. Estas sanciones buscan reducir los ingresos que financian la maquinaria militar rusa y demostrar que la agresión tiene consecuencias.
EEUU ha reiterado que seguirá defendiendo la vía diplomática, pero la paz duradera depende únicamente de la disposición de Moscú a negociar de buena fe. Poco después, el dictador ruso Vladimir Putin declaró haber realizado pruebas del dron nuclear Poseidón y del misil Burevestnik, llamándolo «el comienzo de una nueva era militar». Estas amenazas no son señales de poder, sino de miedo e impotencia ante el creciente aislamiento y presión internacional sobre Moscú.
El 25 de febrero, Chile sufrió un apagón histórico que dejó gran parte del país sin electricidad durante horas, recordando la fragilidad de los sistemas energéticos. En Ucrania, la oscuridad no dura horas sino días y es resultado de ataques militares, no fallas técnicas.
Chile conoce bien lo que significa la resiliencia. Después de terremotos, tsunamis o apagones, el país siempre se levanta. Ucrania comparte esa misma fuerza. Pero lo que nos une aún más es la determinación de defender la luz y la energía frente a quienes las convierten en armas de terror.
Porque la oscuridad es el lenguaje del miedo, y solo la unidad y la solidaridad pueden mantener encendida la esperanza de un mundo seguro y libre.
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