Si hay algo que ha sobrado en este interminable ritual de prédicas preelectorales —tan predecible como la procesión de Semana Santa en Las Condes— es la producción masiva de pronósticos: predicciones, augurios, pálpitos con olor a café recalentado, encuestas infladas como sapos y análisis donde se repite lo mismo.

Lo insólito es que muchos de estos oráculos fallidos, esos mismos que anunciaban con solemnidad que si no ganaba Tohá, los dos candidatos de derecha pasarían a segunda vuelta, siguen apareciendo en medios como si no hubieran dicho nada. Ni una ceja alzada. Ni una columna de penitencia. Nada.

Los viejos bueyes de los que hablaba Silvio Rodríguez siguen necesitando el oxígeno mediático para no extinguirse. Así que seguirán apareciendo más análisis delirantes, más pronósticos de baja calidad y frases manidas de augurios con la misma rigurosidad que los signos zodiacales de Kenita Larraín. A esta altura, tiene más base científica preguntarle a ella.

Dado ese circo, es sano —casi higiénico— preguntarse qué es verdad y qué dicen los hechos respecto a lo que enfrentamos.

El fenómeno Jeannette Jara y el relato pueblo contra elite

Jeannette Jara ganó la primaria de «Unidad por Chile» con un inapelable 60,16 %. Le sacó trote y medio a Carolina Tohá (28%), dejó en la cuneta a Winter (9%) y redujo a cenizas la velita encendida por Jaime Mulet (2,7%). Un triunfo así no solo pulveriza el mito de que “un comunista no puede liderar a la centroizquierda”, sino que también demuestra que hay una épica más profunda: el relato pueblo contra élite sigue resonando con fuerza sísmica.

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Porque lo que hizo Jara fue eso: aprovechó el “cuiquismo” ilustrado de sus rivales —esa mezcla de brunch con Instagram buena onda— para situarse como la candidata de los que no salen en las fotos sociales, pero sí en las filas del Cesfam. Como dice Gabriela Wiener en Huaco Retrato, al hablar del museo familiar de momias robadas, primó una forma de mirar al país desde el otro lado del vidrio, donde están los ojos de los expropiados.

El último Informe de Desarrollo Humano del PNUD, titulado con admirable cinismo “¿Por qué nos cuesta cambiar?”, entrega un dato demoledor: solo un 27% de la población cree que Chile mejorará en cinco años. En cambio, un 63% de las élites sí lo cree. Hay una desconexión estructural, casi ontológica, entre quienes diseñan el poder y quienes lo sufren. La misma brecha que separa el huaco del antropólogo y el dolor de la abuela que nunca fue escuchada.

La encuesta UDP-Feedback lo dice sin anestesia: 87% desconfía de partidos e instituciones. Juan Pardo, sociólogo y anticuario de certezas, lo resume así: ya no manda la ideología, sino la emocionalidad; el pragmatismo, no el dogma. Y si antes teníamos la borrachera constituyente, ahora vivimos su caña seca: ni épica, ni épicos.

Otro estudio (UAI/LEAS) revela que un 68 % de los chilenos cree que los políticos deben obedecer al pueblo y no a sus financistas o partidos. El 87 % desconfía de los partidos (¿y quién puede culparlos?) y un 39,5 % cree que la democracia no está funcionando. No es cinismo, es diagnóstico.

El ELSOC de la UC, por su parte, muestra que solo un 47 % se sigue identificando con izquierda o derecha. El resto habita el limbo de los no alineados, esos que no tiene problemas en votar hoy por Winter y mañana por Kast. Ese es el campo de las elecciones que vienen: un país que ya no quiere más épica vacía, sino pan, seguridad y pensiones que no den lástima.

Y Jeannette Jara —aunque ministra de este gobierno— ha logrado instalar la ruptura con la élite, incluyendo la de izquierda. La fórmula del sociólogo Darío Quiroga, nuevo chamán a quien los medios sindican como el autor del relato desde el primer discurso de la candidata, sigue funcionando. Y, por cierto, este se ha convertido en el nuevo Juan Carvajal, pues aparece en todos los off y en todos los tiros de cámara.

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Kast y Matthei y la pelea en primera vuelta

Y mientras tanto, en la derecha: José Antonio Kast es el espejo invertido de este país paranoico. No confía en nadie: Congreso, jueces, migrantes, universidades, mujeres organizadas, adolescentes pensantes, y ni hablar de la ONU.

Su oferta es simple: orden sin dudas, castigo sin matices. Y eso, en tiempos de desesperanza, se convierte en identidad. Ha logrado, con todas las formas de lucha, arrinconar a Matthei como una heredera del viejo orden. Ese que prefiere los fomes acuerdos y las buenas políticas públicas que los mazazos directos que reclama el pueblo. Su sector ya no quiere gestión: quiere venganza. Y en ese juego que la pusieron hábilmente, si se modera, es tibia; si se endurece, es copia. Si bien tiene amplias posibilidades de derrotar al oficialismo en segunda vuelta, su problema es ahora.

Kast le está sobrepasando no porque sea más viable, porque no lo es en modo alguno, sino porque es más claro. Porque en un país donde todo parece un simulacro, su brutalidad suena auténtica. Y, sin embargo, su camino a segunda vuelta es empinado. Representa el privilegio y aunque empaque salchichas a los 8 años, en su casa estuvo siempre el refrigerador lleno.

Su historia no muestra gestión, sino pasión ideológica. Y peor: sus posturas valóricas son un lastre. Frente a una candidata como Jeannette Jara, de mejor desempeño que Boric, Kast lo tiene cuesta arriba. Y sus tropas digitales, que han sido importantes en esta etapa, tampoco es una ventaja. Al frente tienen unas buenas brigadas rojas del ciberespacio, que saben cómo dar la pelea. Su única ventaja sigue siendo las dificultades de la izquierda con el relato de seguridad, pero eso tiene remedio, pues ya Jara le puso baja nota al gobierno en ese ítem en las primarias.

Cuando me ha tocado exponer sobre los escenarios presidenciales, siempre la afirmación de vuelta es la misma “Chile no votará por una comunista”. Recuerdan a 1964, donde la campaña del alimento soviético de infantes funcionó. Pero olvidan que entonces la derecha tuvo la sapiencia de bajar a los duros para apoyar al moderado Frei. Hoy, la pulsión de amor a Kast es tan fuerte, que prefieren el harakiri con bayoneta que ceder ante una Matthei que sí tiene chances reales en segunda vuelta.

Esa tensión es la última gran pelea de la primera vuelta, si los partidarios de Matthei la dan. Ella sigue siendo el bote salvavidas de la derecha, que hoy —como buen náufrago desorientado— está abrazando el ancla.