Argentina avanza con infraestructura, población y apoyo internacional, y la política antártica chilena permanece anclada en un enfoque en crisis.
Días atrás, el jefe del Comando Sur de Estados Unidos, almirante Alvin Holsey, visitó Ushuaia. Un año atrás lo hizo su antecesora, la general Laura Richardson, entonces junto al presidente Javier Milei. Sin ambigüedades, Washington despliega una estrategia que obstruye a China en los océanos en el sur y consolida su influencia ante las disputas geopolíticas que se avecinan en el extremo austral del planeta.
Ushuaia: la nueva puerta de entrada a la Antártica
El alineamiento entre Milei y Trump facilita este giro. Argentina propuso instalar en Ushuaia una base logística civil para apoyar misiones antárticas de países occidentales. Para EEUU, es la oportunidad de establecer una plataforma operativa desde donde proyectar presencia real sobre una Antártica que redefine su valor estratégico. Para Chile, en cambio, una decisión que altera los equilibrios australes alcanzados con Argentina.
Las condiciones para que ello ocurra están dadas. Situada casi 300 kms más cerca de la Antártica que Punta Arenas, Ushuaia cuenta con una infraestructura portuaria y aeroportuaria, con servicios logísticos de los que EEUU tomó nota: esa será su puerta de entrada al sur polar, y Argentina compromete recursos para concretar esta nueva inversión.
Este movimiento vuelve a poner en el mapa a Tierra del Fuego, y no solo por su cercanía con la Antártica. En esta isla convergen tres océanos —Atlántico, Pacífico y Austral—, y desde sus costas se accede al estrecho de Magallanes y al mar de Drake, los únicos corredores interoceánicos naturales del continente. Rica en recursos pesqueros y con un ecosistema subantártico único, Tierra del Fuego convierte a Chile y Argentina en los únicos países con cualidad antártica real.
Pero mientras Argentina consolidó el siglo pasado una presencia efectiva, con casi 200.000 habitantes, el lado chileno permanece virtualmente despoblado, con apenas 8.000 personas. Si en 1920 ambos lados de la isla tenían población similar, hoy la diferencia es abismal y creciente. No es solo una estadística: es una sentencia geopolítica. El despoblamiento de Magallanes está debilitando las capacidades de ejercer soberanía y erosionando nuestras credenciales como actor antártico.
Chile y su enfoque antártico en crisis
Argentina avanza con infraestructura, población y apoyo internacional, y la política antártica chilena permanece anclada en un enfoque en crisis, recostado en principios de un Sistema Antártico que, queramos o no, ha perdido volumen frente a agendas antárticas con rasgos cada vez más territorialistas. Lo dramático es que las decisiones del gobierno orientadas a reforzar la presencia chilena en el sur responden a una cultura política que está perdiendo vigencia y que, en la práctica, no potencian a Chile en su proyección antártica.
Probablemente, esta combinación de abandono material e inercia política fue registrada por EEUU —y antes por China— al trazar sus rutas logísticas hacia el sur del continente. No sería sorprendente que, en pocos años, más países opten por trasladar sus operaciones desde Magallanes hacia Ushuaia.
Durante gran parte del siglo XX, Chile lideró la política antártica. No con grandes presupuestos, sino con visión estratégica, institucionalidad sólida y símbolos concretos de soberanía. Ese liderazgo comenzó a diluirse cuando, en los años noventa, se impuso una lógica universalista que sustituyó la soberanía por una “presencia” abstracta, y el liderazgo por corrección política. Se despolitizó el vínculo con la Antártica y, al arraigarse en Chile la idea de que “es de nadie pero es de todos”, se dejó el terreno libre para que Argentina consolidara un enfoque territorialista, con claridad estratégica y respaldo material.