A cien días de su regreso al poder, Donald Trump presume de una deslumbrante victoria económica. Pero detrás de las cifras halagüeñas se esconde una realidad mucho más oscura: aumento de la desigualdad, retroceso ecológico, inestabilidad geopolítica y regresión social. Estados Unidos tambalea… y el mundo siente las consecuencias.

Cien días

Cien días de una política defendida con orgullo como un triunfo brillante. Cien días que reafirman una personalidad que ya no debería sorprendernos… Y, sin embargo. Al escuchar a Donald Trump celebrar el carácter ejemplar de sus acciones, la línea entre el cinismo y la ceguera ideológica se difumina.

Ciertamente, Estados Unidos muestra un crecimiento económico insolente y un bajo desempleo. Pero la derrota de los demócratas en las elecciones de noviembre de 2024 se explica en gran medida por la insatisfacción de los estadounidenses con el costo de vida, un problema que Trump, pese a su entusiasmo espectacular, no ha logrado resolver.

Desde los años 90, el PIB per cápita en EE.UU. ha aumentado más del 60%, frente al 38% de la eurozona y el 34% de Francia. Pero esa brecha oculta profundas fisuras: el PIB no refleja ni la calidad de vida, ni la desigualdad social, ni el estado de los servicios públicos. Una cifra, por impresionante que sea, no alimenta a una familia.

El estadounidense promedio sufre bajo un sistema que no comprende. Los salarios parecen altos sobre el papel, pero los costos de la salud, la educación y la vivienda son astronómicos. En EE.UU., la frase “lo perdió todo tras un accidente” dista mucho de ser rara.

Crecimiento para unos pocos, desigualdad para la mayoría

Pese al crecimiento, la inflación devora el día a día y la desigualdad se dispara. Desde 2016 (excluyendo el periodo del COVID), el país ha vivido niveles históricamente bajos de desempleo, pero eso no ha bastado para cerrar la brecha entre clases sociales. A esto se suman un déficit público crónico (6,1% del PIB en promedio desde 1995) y un gigantesco déficit comercial agravado por políticas proteccionistas —de Trump y también de Biden.

En lo ambiental, el panorama es igualmente alarmante. Estados Unidos ha sido históricamente el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero. El regreso de Donald Trump al poder, con sus órdenes ejecutivas simbólicas y destructivas, es una mala señal: reinicia la explotación de combustibles fósiles, socava los esfuerzos climáticos e incluso revive proyectos de minería en aguas profundas, teóricamente protegidos por el derecho internacional.

A nivel interno, Trump sigue una agenda brutal: recortes de impuestos para los más ricos, eliminación de miles de empleos públicos, política migratoria endurecida, negacionismo científico y ataques a la Reserva Federal. No hay coherencia estratégica.

Internacionalmente, las tensiones aumentan: Ucrania, Rusia, Gaza, Burkina Faso… sin contar la crisis interna en los propios servicios de inteligencia estadounidenses. Mientras tanto, en Roma, el mundo se reúne para el funeral del Papa Francisco, convirtiendo a la Ciudad Eterna nuevamente en el corazón simbólico del planeta. Un giro del destino: un número impensado de líderes, a menudo opuestos a los valores papales, se alinean para rendir homenaje.

Trump y Musk: un dúo en declive

Este tándem improbable —símbolo del desvío tecnocrático y populista— enfrenta hoy sus límites. En lo personal, lo admito: estoy sorprendida. Elon Musk, atrapado por las pérdidas de Tesla, renunció a su liderazgo en DOGE. Donald Trump, por su parte, sigue acumulando fracasos, y las elecciones de medio mandato se acercan peligrosamente.

Las consecuencias ya se sienten:

  • Los recortes presupuestarios podrían provocar una caída de la demanda y de la recaudación fiscal.
  • La obsesión antiinmigración priva a la economía de mano de obra esencial, con efectos esperados sobre el crecimiento y la inflación.
  • El cambio climático se intensifica, sin una estrategia creíble de adaptación.
  • El alza de aranceles podría obligar a la Fed a subir tasas de interés, ralentizando la economía.
  • La brecha de riqueza se agranda: los ricos son más ricos, los modestos más pobres.
  • La inestabilidad financiera crece: ataques a la Fed, volatilidad del dólar y un Wall Street tambaleante.
  • Europa debe actuar

    Según el CEPII, la política comercial de Trump podría provocar una caída del 3,3% en el comercio mundial —el 70% del colapso registrado durante la crisis del COVID. Europa y China se ven atrapadas en una reconfiguración brutal de alianzas económicas.

    Europa —y Francia en particular— podría recibir un golpe duro: las industrias automotriz, aeroespacial, farmacéutica, de bebidas y química son especialmente vulnerables. La importación masiva de gas natural licuado (GNL) desde Estados Unidos —cuatro veces más contaminante que el noruego— es un ejemplo inquietante. Ante estos riesgos, Europa debe actuar: repensar su industria, construir un mercado interno más resiliente, invertir en eficiencia energética y reforzar su soberanía estratégica.

    Lo que se necesita es una política común audaz basada en la consolidación de los mercados internos, adoptando la sobriedad energética como norma estratégica y palanca de inversión, y transformando la industria automotriz en función de los objetivos climáticos de 2030. La transición hacia una economía sobria, innovadora y resiliente ya no es opcional: es una necesidad. Los desafíos son inmensos, pero pese a su magnitud, es Estados Unidos quien, por ahora, parece pagar el precio más alto.

    “Drill, baby, drill”… un suicidio ecológico

    El aumento planificado de la producción de combustibles fósiles en EE.UU. representa una amenaza ambiental mayor. El metano —un gas de efecto invernadero 25 veces más potente que el CO₂— se libera masivamente durante el transporte del GNL. Como resultado, el GNL estadounidense es hasta cuatro veces más contaminante que el importado desde Noruega.

    Y por si fuera poco, Donald Trump lanza ahora una nueva confrontación en el mar, iniciando proyectos de minería en aguas profundas, a pesar de las protecciones del derecho internacional que declaran esas zonas patrimonio común de la humanidad.

    Ante esta desestabilización, Europa debe actuar con firmeza: fortalecer sus normas ambientales, acelerar la integración de sus mercados energéticos, reducir su dependencia del petróleo y gas importados, e invertir fuertemente en sobriedad energética. Ya no se trata de una elección política: es un imperativo estratégico y climático.

    Las mujeres, primeras víctimas

    Toda crisis económica golpea primero a mujeres y niños. Las políticas de Trump —hostiles a la salud, la investigación y la ayuda internacional— debilitan directamente a los más vulnerables. En sectores como la salud y la educación, mayoritariamente femeninos, los recortes presupuestarios tienen efectos devastadores. En Estados Unidos, como en otros países, los derechos reproductivos retroceden, la violencia aumenta y la precariedad se instala.

    Al socavar la solidaridad global, la política trumpista amenaza la estabilidad de la salud pública mundial. Y los riesgos sanitarios son enormes. La pandemia del COVID-19 fue un recordatorio brutal: un virus no conoce fronteras, color de piel ni estatus social. Lamentablemente, las políticas que ignoran la cooperación internacional y la salud pública nos exponen a desastres sanitarios futuros. Ignorar esta realidad es jugar con fuego, en perjuicio de los más vulnerables y del equilibrio del mundo.

    Pensar en 2050, no en 2025

    Sí, el sistema global necesita cambiar, pero no destruirse a ciegas. Donald Trump desafía la globalización, confronta a las potencias mundiales y encarna una peligrosa regresión: un virus económico con efectos sistémicos. Europa puede —y debe— representar una alternativa basada en la visión a largo plazo, la cooperación y la sobriedad.