La política chilena necesita menos trincheras y más horizontes.

El problema no es la diversidad, es la falta de rumbo común

La carencia de un objetivo común que aglutine a las diversas fuerzas políticas y sociales de Chile representa uno de los problemas contemporáneos más significativos. No es la falta de talento, ni de recursos naturales o humanos, la principal barrera que enfrenta nuestro país. Es la incapacidad para construir una causa común que trascienda intereses de corto plazo y ciclos gubernamentales efímeros.

La diversidad política y social chilena es, sin duda, una riqueza. Pero cuando se convierte en atomización —cuando múltiples proyectos compiten sin un hilo conductor—, la consecuencia inevitable es la parálisis. La convivencia democrática en la diversidad exige algo más que tolerancia: exige un horizonte compartido. Sin un objetivo nacional, la fragmentación se multiplica y la energía social se dispersa en luchas estériles.

Por eso, el desafío actual es doble: fundar una coalición amplia y duradera, y dotarla de un propósito claro y movilizador. No basta con coexistir en una suma de identidades distintas. Es imprescindible acordar una causa superior que convoque más allá de los partidos, más allá de las etiquetas tradicionales: convertir a Chile en un país desarrollado, alcanzando o superando en los próximos 15 años los promedios de los países de la OCDE.

Esta no es una aspiración vaga. Es una meta concreta, medible y exigente. Implica igualar o superar indicadores en áreas como el PIB per cápita, la igualdad de ingresos, la esperanza de vida, la calidad educativa, la productividad laboral y la inversión en salud y educación. Este enfoque sistémico permite salir de la retórica vacía y comprometerse con un proyecto de transformación nacional que pueda ser evaluado y perfeccionado en cada etapa.

Las primarias deben plebiscitar un proyecto, no solo un nombre

Este desafío encuentra un contexto particularmente oportuno: las próximas elecciones presidenciales. El liderazgo que emerja de las primarias de centroizquierda, sea quien sea el candidato o candidata, debe ser ante todo la voz de este proyecto colectivo. No se trata de personalismos ni de proyectos individuales. El liderazgo debe entenderse como el primer servidor de una causa nacional: lograr el desarrollo integral y medible de Chile.

Las primarias deben ser mucho más que una competencia: debe convertirse en un acto plebiscitario. Quien participe en ella debe comprometerse no solo a representar un sector político, sino a encarnar y defender el proyecto de desarrollo como mandato ciudadano. Debemos invitar a la ciudadanía a participar de una primaria que no elige solo un nombre, sino que ratifica un programa y una dirección para el país. El candidato será la voz del objetivo, no su dueño.

Pero para que esta empresa sea sostenible, no basta con acuerdos de cúpula o mesas de negociación ocasionales. Así como en el pasado la Concertación supo construir dinámicas orgánicas —espacios de formación, discusión y planificación estratégica permanentes—, hoy es imprescindible instalar mecanismos de construcción política de largo plazo. El programa de gobierno que se plebiscite debe ser el primer paso de un proceso continuo de reflexión, ajuste y renovación, no una plataforma cerrada y estática.

Más que acuerdos: una arquitectura política duradera

Chile ha dado una vuelta demasiado larga para volver a pensar en lo que en Uruguay logró articular el Frente Amplio: una fuerza plural, unida por una causa superior, que convirtió su diversidad en fortaleza y su persistencia en un proyecto de transformación sostenida. Si en Chile logramos plebiscitar este proyecto común de desarrollo como requisito de participación en las primarias, el ejercicio de la presidencial y, más aún, el ejercicio de una política de Estado estará ganado desde su origen.

Los datos lo exigen: con un PIB per cápita muy por debajo del promedio OCDE, con brechas dolorosas en educación, salud, desigualdad e innovación, Chile necesita algo más que voluntarismo. Necesita un compromiso político profundo, evaluable y sostenido en el tiempo.

Más allá de los números, este proyecto implica reconstruir el imaginario de las izquierdas chilenas. El materialismo, el humanismo y otras tradiciones deben converger en torno a un modelo de civilización democrática, capaz de generar bienestar, cohesión y sostenibilidad. Ya no basta con resistir ni administrar el descontento. Es tiempo de diseñar un futuro que reencante a la ciudadanía y convoque a un esfuerzo colectivo.

La política chilena necesita menos trincheras y más horizontes. Necesita entender que la diversidad no es un obstáculo, sino una potencia cuando se pone al servicio de un objetivo superior. Hoy más que nunca, Chile necesita un nuevo pacto: diversidad en unidad, y unidad para el desarrollo. Un pacto que nos permita mirar hacia adelante con esperanza, y no hacia los costados con miedo o resignación.

El desarrollo no es una palabra vacía: se mide, se trabaja y se conquista. La hora de construirlo, juntos, ha llegado.

Por: Sergio Galilea Ocón, director y académico Centro de Análisis de Políticas Públicas, Facultad de Gobierno, Universidad de Chile
Héctor Anabalón Zurita, Investigador Centro de Análisis de Políticas Públicas, Facultad de Gobierno, Universidad de Chile