El realismo político fue el modelo dominante de interpretación de la arena internacional entre los 40 y 60 del siglo pasado. A menudo empleaba la metáfora de la mesa de billar para visualizar a los cuerpos centrales del “Gran juego mundial”: los Estados, que chocaban unos contra otros en pos de objetivos “nacionales”.

El enfoque era estatista, anárquico –en el sentido de sin gobierno o reglas- y de supervivencia a partir de los propios recursos. La lucha por el poder era el factor decisivo.

Desde entonces, varias teorías han desafiado esta perspectiva –como el liberalismo y el feminismo por citar sólo algunas-. Sin embargo, en varias regiones del mundo la analogía se resiste a morir.

El conflicto en Medio Oriente

El conflicto de Medio Oriente y sus emanaciones vibran en dicha sintonía, con una doble intencionalidad que a menudo esconde los verdaderos fines perseguidos en determinadas acciones.

Cómo podría ser de otro modo si una de las reglas del poder es ocultar las verdaderas intenciones.

Otra explicación puede apelar a una variante del juego de billar, la versión francesa o carambola que se desarrolla empleando un taco de billar y 3 bolas, sobre una mesa de billar sin bolsillos.

La idea es utilizar la bola asignada a un jugador para golpear con ésta las otras dos bolas y así culminar con una carambola. Para ello, se usa un taco que impulsa su bola hacia los otros dos cuerpos restantes. De tal manera, si se toca la bola roja y la del adversario (o en sentido inverso la bola del jugador alterno y después el cuerpo rojo) se constituiría el éxito carambolesco.

Es lo que precisamente ha ocurrido durante el mes de abril en el conflicto irano-israelí. Relaciones entre EE.UU e Israel

Pero enseguida otro efecto del golpe es confirmar la alianza histórica entre Estados Unidos e Israel que se han coordinado estrechamente en la defensa del territorio del último. Lo anterior, justo después de señales de cierto desgaste en la relación.

Estados Unidos, después de años de vetar resoluciones condenatorias a Israel en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el 24 de marzo pasado se abstuvo en una disposición que pidió un cese temporal de hostilidades durante el mes sagrado musulmán –Ramadán-, más el ingreso inmediato de ayuda humanitaria a Gaza y la liberación de los rehenes aún en poder de Hamas.

A pesar de las explicaciones el dictamen transformó en una demanda vinculante y obligatoria, teóricamente. El gobierno de Netanyahu suspendió la visita de altos personeros a Washington, lo que tampoco relajó las presiones de la administración Biden respecto de no intervenir en Rafah.

Cuando el sábado 13 de abril pasado drones y misiles cruceros sobrevolaron del espacio aéreo israelí, Washington, junto al Reino Unido, Francia y Jordania, se esmeraron que las armas no hicieran blanco, logrando neutralizar las amenazas en un alto porcentaje, que al final no dejó víctimas fatales.

Estados Unidos había sido atraído a respaldar su alianza estratégica más importante en Medio Oriente desde 1948.

La réplica

Desde luego, Irán también había jugado sus cartas.

La réplica era una cuestión crucial si no se quería horadar el prestigio del liderazgo de la República Islámica. Hay que notar que no sólo se trataba de una señal para sus partidarios nacionales que aún respaldan la revolución, iniciada en 1979 bajo el aura del Ayatollah Jomeini, también respondía a las expectativas de milicias y movimientos afines diseminados por todo Medio Oriente, con Hezbollah como el principal lugarteniente.

Se trató de un ataque estridente y espectacular, aunque bastante avisado a través de gestos complementarios: el tráfico de aviación comercial en Irán fue suspendido 48 horas antes, y una expedita comunicación con Jordania anticipó a Amán, 24 horas antes del bombardeo, acerca de la urgencia de cerrar su espacio aéreo.

Sólo después tres centenares de drones fueron dirigidos, demorándose entre 4 y 5 horas de alcanzar sus objetivos, mientras los misiles cruceros abreviaban la distancia en un par de horas: tiempo suficiente para que Israel desplegara su sistema de protección principal, el domo de hierro, y se coordinara con sus aliados internacionales.

Pero ¿Era éste el arsenal más avanzado que disponía Teherán?

Desde luego que no. Los misiles supersónicos quedaron en tierra, así como otros artefactos conseguidos a partir del conocimiento transferido por Rusia y Corea del Norte. Es decir, una acción limitada destinada a producir efectos políticos: exhibir músculo y voluntad de lucha, si se volviese a asesinar a sus altos personeros o se emprendiera una aventura militar en su territorio. En síntesis, demostrar poder.

Radiografía del oponente

A pesar que el riesgo de escalada amenazaba un frágil equilibrio, Teherán prefirió seguir el consejo del poeta italiano del siglo XVI, Pietro Aretino “Incluso cuando se me recrimina algo, recibo mi cuota de reconocimiento”. Pero, ¿fue lo único que consiguió? Definitivamente no.

Teherán monitoreó con detención los emplazamientos del escudo protector, así como los movimientos de los defensores. Es decir, obtuvo una radiografía no sólo de las fortalezas, sino que de eventuales vulnerabilidades de su oponente.

Ahora tiene un mapa de comportamiento susceptible de ser utilizado si la contingencia bélica lo demanda. A veces hay que perder para ganar e Irán lo sabe muy bien, por lo que empleó su golpe para expresar su poder al tiempo que ciertas posiciones adversarias se delataban.

Por cierto, la madrugada del 19 de abril fuertes detonaciones en el área de Isfahán, ciudad iraní que alberga una base militar y sitios del programa nuclear, apuntaron a la dúplica bélica israelí. Dicho país había advertido que represaliaría.

A pesar de las presiones internacionales, incluido Estados Unidos, decidió seguir el dicho del filósofo indio del siglo III AC: “Uno nunca debe ignorar a un enemigo porque sepa que es débil. Se hace peligroso en su momento como la chispa del fuego en un pajar”. Sin embargo, el riesgo de escalada conflictual regional ya se instaló en Medio Oriente.

Chile, Bullrich y Hezbollah

Un último caso, mucho más próximo y que involucra a Chile casi de rebote esta última semana. Me refiero a la polémica suscitada por la entrevista televisada que protagonizó la ministra de seguridad argentina, Patricia Bullrich, sugiriendo la presencia del grupo Hezbollah en territorio chileno.

La autoridad aseveró que en el último tiempo Hezbollah operaba en la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, así como en Iquique en el norte de Chile. La información en si resulta poco novedosa, ya que desde hace 22 años que ha habido seguimiento en Chile al financiamiento ilícito al radicalismo islamista sunní y shií.

Pero la posibilidad de células activas es otra cosa.

¿Por qué una alta autoridad hace público este cuadro en vez de compartir información sensible con los órganos pertinentes del Estado? ¿Si se decide hacerlo porque es tan poco preciso?

La primera respuesta es que la agenda gubernamental argentina está pasando por un proceso de creciente securitización, por lo que comentarios como éste satisfacen la demanda popular, en momentos que la economía argentina no logra despegar del todo.

Por lo mismo los dichos de la ministra no causaron en Argentina sorpresa, como en Chile, sino que se le vio como la constatación de una tendencia histórica sin intención de dañar la imagen chilena.

Pero hay otra cuestión relativa a los nuevos alineamientos internacionales del gobierno del Presidente Milei.

Recordaremos que mientras ocurría la represalia iraní del sábado 13, el mandatario suspendió su programada visita a Dinamarca y regresó de inmediato a Buenos Aires para activar de urgencia un Comité de Crisis para seguir la escalada.

El globalismo occidental, como en la época de Menem, es la enseña de su gobierno, por lo que las alertas en Estados Unidos e Israel son más bien asumidas como propias.

El ministro de Defensa argentino, Luis Petri, quien prosiguió la cita danesa para adquirir 24 cazas F-16, además adelantó la petición para hacer de su país socio global de la OTAN.

De tal manera que la declaración de Bullrich se enmarca en dicha estrategia general de re alineamiento con Estados Unidos. Otra jugada doble, tipo carambola, que a estas alturas parecer ser la tónica de varios Estados.