Andrés tenía temor de ir al hospital. Si bien aún no se había propagado masivamente el covid-19, presentía que esa podía ser su última salida de su casa en la comuna de Pedro Aguirre Cerda.

Siguiendo el consejo de su doctora que lo atendía por sus graves problemas a la columna que lo mantenían confinado en una cama, Andrés Bravo fue internado en el hospital Barros Luco el 12 de marzo del año pasado.

Sus problemas de movilidad eran graves, no podía ponerse en pie, incluso tampoco podía mover sus manos. A esto se sumaba la diabetes que padecía desde hacía más de 20 años y la insuficiencia renal que lo obligaba a dializarse.

Taxista de toda la vida, vivía con su esposa y una hija, y pocos meses antes había cumplido 50 años de matrimonio.

Cerca de un mes después de ser hospitalizado, el 10 de abril, Andrés falleció a los 69 años, convirtiéndose en una de las primeras víctimas del Sars-CoV 2 en nuestro país.

El contagio habría sido en el mismo recinto asistencial, donde la hipótesis de la familia apunta a algún paciente cercano con covid-19 o algún funcionario que estaba contagiado.

El temor a morir solo

Su hija, Mabel Bravo, relata a BioBioChile que el principal temor de su papá al tener que irse a internar al Barros Luco, debido a su apego por su familia: “Él dijo ‘me van a hospitalizar y voy a morir igual que un perro, botado y solo’ y así fue”, se lamenta.

Unos días después de haberse ingresado, Mabel pudo visitarlo en lo que a la larga se convirtió en la última visita en donde pudo verlo, porque les prohibieron las visitas tras dar positivo al covid-19. Sus salidas para realizarse la diálisis fue la única forma que tenía su esposa para darle una vistazo a la pasada.

Sin embargo, a principios de abril lo devolvieron de las sesiones porque presentaba fiebre, luego un médico se contactó con ellos para avisarles que posiblemente tenía covid-19, lo que fue ratificado con el PCR.

Un día antes de su deceso, la doctora que había gestionado su hospitalización llamó porque para advertirles que Andrés ya no la había conocido y que su estado se había deteriorado.

La mañana siguiente recibieron una llamada de un médico del Barros Luco pidiendo que los familiares se acercaran con el carnet de identidad de Andrés. Raudos, llegaron hasta el hospital donde les comunicaron que había fallecido pero que no podían verlo, ni siquiera de lejos o a través de algún vidrio, para corroborar que él era la persona que estaba en el ataúd.

De esta forma, tras hacer los trámites de rigor, lo único que pudieron hacer fue llevar el féretro de su padre, pasearlo por el pasaje donde vivía y luego ir al cementerio, donde fue sepultado, sin ceremonias, sin servicios religiosos, sin despedidas y sin sus hermanos de la iglesia pentecostal.

ARCHIVO | Cristóbal Escobar | Agencia UNO

No hubo despedidas

Si bien su esposa ha estado tranquila, por ratos le baja la pena, aunque logra sobreponerse aferrada principalmente a su fe cristiana, dado que ambos eran evangélicos.

El proceso de duelo ha sido doloroso, por lo rápido que fue su proceso, pero más que nada por no haber podido despedir a su ser querido, como tradicionalmente sucede en estos casos. En medio además de las dudas por su contagio, ya que se infectó en el propio hospital Barros Luco.

Incluso, en los primeros días tras saber que Andrés estaba contagiado, Mabel relata que un médico les llamó para decirles que su papá estaba bien, que no había necesidad de ponerlo en un ventilador.

“Eso es lo extraño porque si una persona de crónico renal, más encima diabético, hipertenso, fue como raro no hacer algo más. Yo creo que a mi papá lo dejaron así, no quisieron hacer nada, creo que lo descartaron y que a mucha gente le pasó eso”, agrega.

De todas maneras, guardan cierta conformidad de saber que su final fue en paz. “Supuestamente mi papá se fue en el sueño, yo creo que tuvo una muerte tranquila, nos dijeron que se había ido en el sueño”, cuenta Mabel.

Pero cargan el peso de no haber podido despedirse, ni siquiera a través del vidrio sellado de la urna.

“No me lo mostraron, el médico dijo que no porque ya estaba sellado y no se podía ver. Nos pasaron la urna sellada, más encima no pudimos velarlo nada, de la morgue directo al cementerio con muy poquitas personas”, nos dice.

Esto ha sido lo más difícil de superar, según reconoce. “Cuesta, cuesta mucho, no hemos podido cerrar el duelo. Para mí lo más difícil fue no poder verlo, despedirme”, señala compungida.

“Faltó humanidad, podrían habernos dejado verlo con protección, quizá si hubiera estado en una clínica, nos hubieran dejado verlo”, cuestiona.

Es más, acusan una relajación de las medidas en el propio recinto asistencial. “Ese día que fuimos al hospital, había gente que caminaba por los pasillos sin mascarilla y eran funcionarios”, critica Mabel.

De acuerdo a la creencia evangélica, existe una vida después de la muerte para todos quienes hayan creído en Jesús. En ese sentido, el consuelo que le queda a la familia está directamente relacionada con esa fe de poder volver a verlo para darle ese abrazo de despedida que la pandemia les negó.