El académico de la Universidad de Valparaíso ha dedicado años al estudio de las políticas sociales llevadas a cabo por el Estado chileno durante el siglo XX, además de investigar los procesos de construcción de la nación. En esta entrevista concedida a Bío Bío afirmó que le gusta más hablar de “consensos historiográficos más que de verdad histórica” y declaró que teme que una ley antinegacionismo pueda provocar una “autocensura” en los historiadores, “en donde no hagamos proyectos de investigación para repensar el pasado reciente u ofrezcamos nuevas miradas, por ejemplo, sobre el quiebre democrático, o con respecto a los procesos de modernización que llevó a cabo la dictadura militar”.

“Fundamentalmente mi idea tiene que ver con construir ciertos consensos historiográficos; con trabajar con nuevas fuentes y hacer visibles nuevos actores, de tal forma de tener una visión más comprensiva de la historia del siglo XX”, asevera el profesor Juan Carlos Yáñez. Es doctor en historia de la EHESS, Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, academia parisina líder en ese campo.

Su carrera se ha centrado en el estudio de la historia del siglo XX chileno, la construcción del Estado-nación y de las políticas sociales, como las relacionadas con la alimentación popular, el tiempo libre y el ocio.

Asimismo, quien hoy es docente en la facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la U. de Valparaíso, pone gran énfasis en el regionalismo y el papel que han tenido las provincias en la construcción de la identidad nacional.

Y en conversación con Bío Bío, analizó la actualidad de la Convención Constitucional y temas que hoy están en el centro de la discusión: negacionismo, verdad histórica y reforma al sistema de pensiones.

¿Cómo se puede llegar a la verdad histórica? ¿Cuáles son los pasos para determinarla? ¿Y se puede llegar a una verdad histórica sin color político?

“Yo podría señalar que es una idea, un objetivo. Pero ojo: responde mucho al ideario del siglo XIX, al ideario positivista, que buscó mucho construir disciplinas de carácter positivo que ayudaran a estudiar de manera objetiva la sociedad. Llegar a conclusiones historias de manera científica. Y además, un conocimiento que fuese predictivo. Y la historia fue parte de esas ciencias sociales, humanas, que tenían que someterse de cierta forma al paradigma de las ciencias naturales”.

“Pero hoy día, frente a la crisis del racionalismo y a la crisis de la ilustración, claramente no podemos pretender que las ciencias sociales tengan el mismo estatus científico que las ciencias naturales, ¿no? Por lo tanto, yo no creo que exista, sinceramente, una verdad histórica en la lógica del positivismo del siglo XIX; o una verdad científica, o esto de una verdad jurídica. No. Lo que efectivamente hay, y lo que puede haber, es una historia oficial. Eso sí ha existido, una historia oficial que acompañó la construcción de los Estados en el siglo XIX en América Latina. Y en ese sentido, la historia fue exitosa en acompañar ese proceso de construcción de estado nacional y de identidad nacional a través de lo que conocemos como historia social”.

“El hecho de que hoy día se esté cuestionando el Estado, y de forma muy fuerte, es justamente demostración de la necesidad de cuestionar esa historia oficial. Yo soy partidario de la necesaria revisión histórica que cada cierto tiempo las sociedades hacen, a partir de nuevos marcos culturales y de nuevas preguntas que se hagan al respecto”.

“El punto está en que esa revisión histórica se haga apegada a ciertos protocolos o procedimientos. Me gusta hablar de consensos historiográficos, más que de verdad histórica. Porque justamente, para mí, estas visiones totalizadoras de nuestro pasado, que buscan ser impuestas por determinado grupo, o que responden a una visión conjunta de nuestra sociedad, no existen”.

“Yo creo que avanzamos a partir de consensos historiográficos que son muy líquidos, muy débiles. Porque cada nueva generación necesita replantearse la mirada del pasado, hacerse nuevas preguntas, y hacer este ejercicio necesario de revisión histórica”.

“Y por eso, me permito hacer un llamado a poner atención a otras discusiones que se han hecho, como es la ley en contra del negacionismo. Me parece oportuno ese debate. Son esas leyes que son muy interesantes, que son muy bien intencionadas. Es un debate que surge en Alemania, por ejemplo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, y el papel que tuvo Hitler en la historia alemana”.

“Pero, ¿cuál es el problema? Es que muchas veces detrás de estas buenas intenciones, que es castigar a aquellas personas que nieguen la existencia de los Derechos humanos, o que denosten a los familiares de las víctimas violación a estos derechos, me preocupa que pueda haber, justamente, una suerte de censura previa a lo que es la reflexión historiográfica y en las ciencias sociales”.

“Y lo que es peor, muchas veces esto trae como elemento contraproducente la autocensura. En donde no hagamos proyectos de investigación para repensar el pasado reciente. En donde no ofrezcamos nuevas miradas, por ejemplo, sobre el quiebre democrático, o con respecto a los procesos de modernización que llevó a cabo la dictadura militar”.

Por miedo a ser calificado de derecha, quizás. O de facho.

“Justamente. Y no poder postular a fondos concursables. En el fondo, no poder apostar al conocimiento y al debate. Por lo tanto, me parece que estas leyes negacionistas coartan el derecho a las nuevas generaciones a revisitar ese pasado. Y le imponemos una carga a nuestras generaciones futuras, a nuestros futuros estudiantes, historiadores, a poder revisitar ese pasado a través de estas leyes, que muy bien intencionadas, pueden generar una suerte de camisa de fuerza en el cual hay ciertos espacios del pasado que no se tocan. No es la idea construir una verdad social de derecha o de izquierda. Es avanzar en consensos historiográficos que nos permitan tener una visión más comprensiva de nuestro pasado, y que efectivamente sean muy comunes, asumiendo que siempre habrá divergencias y diferencias sobre algunos elementos. Pero yo creo que la historia debe acompañar este consenso y la mirada común que tenemos de nuestro pasado”.

¿Hay un relato hegemónico actualmente en Chile hacia un lado del espectro político?

“Sí. Hace 20 años vengo haciendo distintos estudios y planteamientos, y críticas, con respecto a cierto revisionismo histórico. Y fundamentalmente hacia estas corrientes neomarxistas y progresistas como es la nueva historia social. En ella han hecho aportes muy importantes en levantar nuevos actores sociales, varios historiadores, como Gabriel Salazar, el profesor Sergio Grez, que han levantado a nuevos actores sociales, nuevos sujetos de la historia, y donde han derribado los mitos de la historia social. Me parece que esas son líneas de trabajo más que valorables y han hecho un aporte”.

“Pero a mi lo que me preocupa es que por cuestionar una historia oficial, de carácter conservadora del siglo XX, que excluyó efectivamente la historia de los sectores populares, de los pueblos originarios, de las mujeres, ciertas corrientes historiográficas estén haciendo ahora lo contrario: decir, ‘como se hizo una historia de la élite, hoy hago una historia del bajo pueblo’. O: ‘como se hizo una historia de los hombres, ahora me interesa solo la historia de las mujeres’. Yo creo, más bien, en una historia comprensiva, amplia, en la cual yo no pueda hacer una historia de los sectores populares sin pensar la historia de la élite, o sin pensar en la historia de la clase media, ¿no?”.

¿Usted considera que hay una especie de revanchismo?

“Yo no diría revanchismo. Voy a parecer polémico con esto, pero si nos enseñaron que la historia la hacen los vencedores, hoy día pareciera que la historia la están haciendo los vencidos. Y eso me preocupa. Porque ninguna de esas opciones es buena. Me parece que no hablaría de revanchismo, pero el péndulo cambió. Y la historia de los vencidos lo que hace es, justamente, irnos hasta el otro lado del péndulo”.

“Todos mis trabajos apuntan a una visión mucho más comprensiva de la historia de Chile, en donde podamos articular visiones integradas con respecto a una historia que vincule a los sectores empresariales con los trabajadores. Que vincule los sectores de la élite con los populares. El rol de la clase media. Es decir: una historia que efectivamente permita integrar cada uno de los actores sociales en esta comprensión histórica del siglo XIX y XX”.

Historiografía regional

¿Cuál ha sido la importancia de otras regiones que no sean Santiago para construir el Chile moderno?

“Dividiría la respuesta en dos grandes aspectos. Uno, tiene que ver con el desarrollo propiamente tal de las regiones a través del siglo XIX y XX, el Chile republicano. Y otro, que tiene que ver con la necesidad y demanda que hoy día existe de que las regiones sean escuchadas, pero también validadas en su propia historia regional, de cómo han sido un aporte al desarrollo nacional”.

“En relación con lo primero, podría señalar que Chile ha tenido un esfuerzo constante consciente dirigido a construir una identidad nacional que durante el siglo XIX fue bastante restringida a la zona central. Chile era básicamente un Estado soberano, pero que prácticamente se limitaba a la zona del norte chico hasta Concepción, y con algunos retazos de soberanía en lo que era Puerto Montt y la Isla de Chiloé.

“Y por lo tanto, este esfuerzo de construir un desarrollo nacional supuso la integración de cada uno de estos territorios durante el siglo XIX. En ese sentido, claramente existe una demanda por dar reconocimiento a cada uno de estos espacios regionales y el papel que han tenido en el desarrollo nacional”.

“Es importante mencionar también que los grandes ciclos expansivos de nuestra economía se han dado fundamentalmente en las regiones, sobre todo en la región del norte grande, con el ciclo salitrero y el del cobre; así como también la industria maderera y pesquera en el sur”.

“Y hay una segunda línea también muy interesante, que es que a partir de los años 1980 se fue desarrollando en las regiones una importante historiografía regional. Si bien hasta entonces había sido muy anecdótica y de carácter local, y no dialogaba mucho con la historia nacional, a partir de esa década se fue desarrollando una mirada mucho más comprensiva, enfocada en el desarrollo propio de cada una de las regiones, que permite tener una reflexión mucho mejor de lo que es la construcción del Estado nacional”.
“Así, se fueron conformando espacios de estudio historiográficos regionales de la mano de grupos intelectuales en las regiones, en torno a universidades como la de Tarapacá, La Serena, Valparaíso, Los Lagos, Magallanes o Temuco”.

¿Ha seguido el desarrollo de la Convención Constitucional? ¿Qué le parece el trabajo allí en torno a la regionalización? Hay una comisión dedicada a eso.

“Sí, creo que hoy pensar una historia nacional en donde no tengamos perspectiva de género, no incorporemos a los pueblos originarios, a los sectores populares y estudiantiles, claramente es una historia que no representa a todos los sectores y no es representativas de todos los chilenos”.

“En esa misma línea, hoy pensar en el desarrollo de Chile sin la participación de las regiones tampoco tiene ningún sentido. Y por lo tanto, yo espero que esta comisión y el trabajo del pleno de la asamblea constituyente apunte en una línea de una mayor descentralización”.

Y agrega: “Creo que estos procesos de descentralización, de regionalización tienen que necesariamente ir acompañados también de la necesaria comprensión de una identidad nacional mucho más múltiple, diversa y donde también nos reconozcamos en torno a ciertos mínimos comunes de chilenidad. De tal manera que sigamos pensándonos como un Estado unitario”.

Considerando sus estudios respecto al Estado de bienestar: ¿Sugiere alguna reforma en el modelo previsional actual?

“Debemos hacer reformas más sustanciales, en términos de ir a contracorriente con lo que se esta haciendo hoy: la necesidad de aumentar el ahorro y de reconocer su importancia. Cambiar nuestro foco del consumo hacia el ahorro, y junto con ello también repensar lo que es nuestra edad de jubilación. Porque no resiste la posibilidad que todavía nos podamos seguir jubilando a los 65 años los hombres y las mujeres a los 60. Ahí hay una oportunidad de debatir respecto a los mercados laborales, a la posible extensión de la edad de jubilación y otro tipo de temas que se pueden discutir”.

“Y a propósito, muy cortito, pero otro de los tópicos que forma parte de una de mis últimas investigaciones tiene que ver con el ocio y el tiempo libre. Es decir, hoy no podemos pensar sociedades desarrolladas sin una complementariedad de lo que es el trabajo y el tiempo libre. Y por lo tanto, yo creo que las crisis económicas y sanitarias ha obligado a la industria a replantearse justamente lo que son las jornadas laborales, a establecer modalidades nuevas de teletrabajo, fundamentalmente de organizar de distintas maneras y distribuir el tiempo en la población, de tal manera de enfrentar períodos, por ejemplo, de cesantía u otro tipo de problemas. Por lo tanto, en ese sentido, la historia también nos demuestra que a través de consensos en los grupos empresariales con los trabajadores y de avanzar hacia una jornada de 40 horas”.

“Esos son elementos que debieran acompañar el proceso de discusión en la asamblea constitucional a propósito del derecho al ocio, al tiempo libre, y de avanzar a jornadas que se adapten mucho mejor las distintas áreas productivas y a las distintas regiones”.