El último censo del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), revela que en Chile habitan 1.5 millones de extranjeros. Esa es la cifra al 31 de diciembre de 2019.

El dato, más allá de justificar su opinión, porque no necesitan de una estadística para expresarla, revela que dentro de este territorio hay más de un millón de personas que dependen de la eficacia en las políticas de Estado, tanto como un nacido en esta larga franja sudamericana.

Es precisamente por eso que BioBioChile buscó la opinión de algunos migrantes que aportan desde su llegada a tierras chilenas y observan detenidamente el proceso constitucional en un país que, al igual que en el suyo, han tenido que vivir una situación extrema en términos democráticos, tras el estallido social de octubre del año pasado.

“Si los cubanos tuviéramos los cojones de los chilenos…”

Hace dos años el periódico de Miami elnuevoherald, informaba de un aumento explosivo en las solicitudes de asilo de cubanos en Chile, estimándolas en un 2.862%.

Es un dato curioso, viniendo de una de las ciudades donde los balseros tienen afincado el sueño americano ante la proximidad de la isla a esa ciudad estadounidense. Para ser exactos, 374 kilómetros de distancia en balsa (10 días navegando). El equivalente de Santiago a Chillán.

Victor Varela es un cubano que decidió vivir en Chile, no en EEUU. Su opinión, entonces, se afinca en el sueño sudamericano en el que lo acompañan una esposa chilena y un hijo pequeño.

Por lo anterior, no dudó en responder a nuestras interrogantes sobre ¿cómo observa un cubano la marcha del proceso constituyente en su país de adopción y en el que ha podido detectar división o polarización social en el intertanto.

“Lo ves todos los días en las noticias, en el congreso. Lo veo en las munis, y este tema de cambio de Constitución, ya sea para mejorar o no las condiciones de vida de los chilenos, es una batalla entre los de izquierda, ‘apruebo’, y los de derecha, ‘rechazo’. Así es Chile. Nosotros estamos en el medio. Muchos venimos de países de izquierda y de derecha, buscando una mejor calidad de vida, y los que vivimos la ultraizquierda, siempre vamos a tener afinidad con la derecha, con el capitalismo consumista”.

Basado en las necesidades que se reportan desde la isla, no resulta descabellada esa última reflexión, pese a que Cuba vivió un proceso constituyente similar al que atraviesa Chile, el cual se vio materializado el pasado 24 de febrero de 2019 cuando se ratificó, vía referendum, la nueva carta magna que fue aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular, es decir, por los diputados del Partido Comunista.

La estrenada Constitución sustituye a la existente desde 1976, que ya llevaba al menos tres enmiedas en los años 1978, 1992 y 2002.

Entre sus incorporaciones, inimaginables por los socialistas de hueso duro, se encuentran: abrir su economía al mercado, a la propiedad privada y la inversión extranjera. Sin embargo, siempre bajo control del Estado, lo cual centra este espíritu en una “economía de mercado socialista”.

Reconoce al Partido Comunista como único y como la “fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Pero su principal crítica por parte de la oposición cubana, dentro o fuera de la isla, se centra en el apartado en el que el subraya el carácter “irrevocable” del socialismo como sistema social en Cuba.

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Una Constitución debería ser garantía de democracia. Y justo esto es algo que el nuevo proyecto cubano parece olvidar. Desde su misma concepción (bajo la tutela de una Comisión de la cual nada escuchamos hablar hasta último minuto), el proyecto ha obviado el único punto donde no podía haberse equivocado: una Constitución representa los intereses del pueblo, no de sus mandatarios. Al menos, no una Constitución que aspire a regir una sociedad con vocación socialista; aunque de socialista quede poco en ella.
- Julio Batista Rodríguez, periodista, ganador del Premio Internacional de Periodismo Rey de España 2018

Para cubanos como Varela, el proceso que se vive en Chile es una oportunidad que, a juzgar por sus respuestas, considera difícil pero con receta muy diferente a la aplicada en su país.

“Yo apuesto que, por mucho que los chilenos pidan cambios, que me parece justo, jamás permitirán que el pais vaya al extremo de la situación en Cuba y Venezuela. Los chilenos salen a la calle por defender sus derechos. Los cubanos no tenemos ese privilegio por miedo y no hay para donde ir. Venezuela es otra historia que sólo ellos mismos pueden describirte. Si nosotros los cubanos tuvieramos los cojones que tienen los chilenos, otra historia hubiera pasado en Cuba, esa es mi opinión.

Pero en el camino a conseguir una nueva carta magna, la división sigue tomando un papel protagónico, visto desde un ojo neutral: el de un extranjero.

Es un proceso que tiene a dos bandos como barras bravas, con posturas que no ceden, irónicamente, en nombre de un solo país.

Cuando se ha vivido mecido por la cuna del comunismo cubano, voluntaria o involuntariamente, hay una visión 3D del panorama.

“Muchos venimos de países de izquierda y de derecha, buscando una mejor calidad de vida, y los que vivimos la ultraizquierda, siempre vamos a tener afinidad con la derecha, con el capitalismo consumista. Los chilenos seguirán peleándose. Es una eterna guerra desde que ellos conocieron las bondades utópicas del socialismo cubano, que es al final la causante de estos males por América Latina y Sudamérica. Así lo veo yo”, dice el cubano pintor y profesor en la educación pública chilena.

“Si cambian aquí la Constitución, agarró a mis carajitos y me voy”

Llegó hace menos de dos años, coloca uñas en su propia casa, después de trabajar para otras venezolanas y, desde ahí, tiene claro lo que ya no quiere vivir.

A solicitud suya, nos reservamos el nombre de esta joven madre, quien con su trabajo ha podido inscribir en un colegio particular subvencionado a sus dos niños.

Sin embargo, desde que escuchó del proceso constituyente en Chile, el fantasma del chavismo y madurismo, la embargó de inmediato, al punto de pensar en abandonar este territorio frío en invierno pero cálido en democracia, a su juicio.

“No joda. Yo desde que escuché que quieren cambiar la Constitución estoy con un tremendo miedo, vale. Así se perpetuó en el poder el demonio ese que tenemos por dictador. Pusieron a escribirla a puro malandro chavista y parásito de Maduro. Qué tal que aquí infiltren a alguno de esos para hacernos lo mismo. Agarro a mis carajitos y me voy a otro lugar. No sé a dónde, pero aquí no vivo otra Venezuela”.

Al contarle la opinión de otros extranjeros, como los cubanos que creen que los chilenos no se dejarán instaurar un sistema similar al de la isla o al de su país, puede más lo que ya se visualiza como un trauma, luego de ver crecer a un socialismo que no cede en convicciones pero tiene en su haber la más grande inflación de la historia venezolana y una migración forzada que ya supera los 4 millones de personas.

“Así empezamos allá. Creyendo en que todos al ser iguales, seríamos bendecidos. Al final, la mayoría terminó con hambre y huyendo. No quiero saber nada con el socialismo”.

Otros de sus compatriotas consideran viable el temor que genera un cambio de Constitución en el lugar que escogieron para escapar de una ideología que terminó separando vidas, quitando otras y dejando a un país que gozó de las glorias industriales con su producción petrolera, ahora casi anulada.

“Claro que da temor cuando se asoma un cambio de Constitución y todo lo que se asemeje. La historia se ha encargado de dar a conocer es diferentes momentos y países, lo nefasto que es el pensamiento y proceder de los izquierdosos”, dice Gerson Moreno, quien reconoce que en su natal Venezuela, algunos empresarios se hicieron de la vista gorda en la era de Chávez, queriendo congraciarse con el poder, sin saber que estaban entregando el país a un dictador.

La historia suena un tanto parecida a la de otros países: un poder capitalista que en la década de los ochentas llevó al límite de la inconformidad a los ciudadanos venezolanos, quienes vieron concentrada la riqueza en pocas manos, sin borrar la línea de la pobreza. Al contrario, la remarcaron al punto de ir a las calles a protestar en la era del presidente Carlos Andrés Pérez, con saldo de decenas de muertos por la represión a los inconformes.

El evento conocido como el “Caracazo”, sería el vehículo para que los inconformes confiaran pocos años después en Hugo Rafael Chávez Frías, quien lideró un golpe de estado en 1992, algo que lo dejó como un héroe y le valió el apoyo de los desesperados.

“Unos personajes de tercera y cuarta categoría, sin ningún mérito personal, dentro de los cuarteles militares, se alzaron para cubrir el país de terror y sangre de ciudadanos inocentes. Fueron encarcelados, con la mala suerte para nosotros los venezolanos, fueron indultados, entre ellos el más detestable ser que ha nacido en este continente, que con el verbo encendido de populismo, engaño y ‘carisma’, concentró primero la atención de la población más vulnerable, luego la clase media y algunos industriales camaleones (cambiando a conveniencia), para llegar a la presidencia, con la falsedad de una nueva Constitución”, recordó, Moreno, quien ya escapó de todo el resultado, menos a su memoria de largo plazo.

Laura Espinoza, otra venezolana en Chile, sostiene que los cambios constitucionales son necesarios y se atiene a que el nivel de políticos en este país, es un tanto distinto al que habita en territorio venezolano.

“Tal vez tengan una semejanza pero en Venezuela la corrupción es mucho mayor y descarada. No creo que lleguen a crisis por eso (los chilenos). Sólo están exigiendo mejores en educación salud y mejor sueldo y todo derivará de la nueva Constitución”, asegura con optimismo, al enterarse que otros de sus connacionales advierten que se irían de Chile por temor al socialismo.

“Yo no me iría. Ya he venido de varias migraciones fallidas, antes en Perú y Brasil y hay que dar la oportunidad a Chile de luchar lo que su pueblo considera, merece”.

No obstante, deja claro que la violencia no es el medio y la polarización, con clasismo incluido, tampoco.

“El pueblo chileno, particularmente, lo veo muy clasista y esto cambiaría con el hecho de que ‘los de abajo’, como los denominan acá, tengan las mismas oportunidades que ‘los de arriba"”.

“Chile era una olla de presión”

El último informe de migración revelado por el INE asegura que el 30% del total de los migrantes en Chile, es de origen venezolano.

Los argentinos en este país ocupan un lugar muy inferior en esas estadísticas: más de 74 mil en todo el país, para ser exactos.

Sin embargo, el significado del cambio constitucional no los tiene menos expectantes que el resto de migrantes ya mencionados.

La bonaerense Evelyn Hinojosa, sigue de cerca el proceso, haciendo un paralelo de lo que ocurre en su natal Argentina y lo que ha visto hasta hoy en suelo chileno.

“En Argentina los políticos nos cambian oro por espejitos de colores. A cambio de planes te destruyen la economía, la educación, el trabajo, y todo lo que en realidad se necesita. Esos “espejitos” que dan, al parecer les sirve, ya que medio país los sigue votando. Chile, en cambio, era una olla a presión. Nunca sentí que los políticos se involucraran con el pueblo tanto como en Argentina, aunque en este caso mejor hubiera sido que no se metan porque perjudicaron todo, pero como ya las bases estaban mal en Chile, la gente dijo basta y se dio el estallido social. Hasta ahí llegó el engaño de los políticos, Argentina sigue siendo engañada”.

A diferencia de los migrantes venezolanos y cubano, consultados por BioBioChile, Hinojosa cree que la polarización en Chile no es protagonista en la escena constitucionalista. Parece que el lenguaje verbal de sus coterráneos políticos, genera un mayor impacto en el dicho que reza “divide y vencerás”, cuando de estrategias se trata.

“Más que división, se ve unión (en Chile). En Argentina, medio país tira para un lado y medio país para el otro. Son dos bandos enemigos. Acá, si bien el ‘rechazo’ tiene bastante apoyo, no se compara con los defensores del ‘apruebo’. El deseo de cambio y mejora unió a un país hacia un mismo rumbo, eso me parece increíble”.

No obstante a su visión en ese último punto, todo ha tenido su precio y justamente se cumple un año desde el estallido social que los migrantes han vivido en carne propia, tanto como los chilenos.

“Como todo proceso de cambio es duro, hubo y hay pérdidas en muchos aspectos. Pero, a veces es necesario llegar a un límite para que el cambio se produzca, apoyo la lucha. Mi decisión de irme o quedarme, en todo caso, trasciende a la Constitución. Para mi, la mejor vida es poder salir de mi casa, segura, sin miedo a que en cualquier momento te puedan asaltar o matar, como en Argentina”..

Quedarse, para casi todos los migrantes consultados, por hoy es su opción, más allá de un “apruebo” o “rechazo” en sus mentes.

La idea es confiar en el proceso que se avecina y esperar a que los cambios sean tangibles en un mediano plazo, ya que forman parte de una mayoría, quizá no nacida en Chile, pero que se mezcla entre la esperanza de que todo cambie en cuanto a derechos constitucionales, y la incertidumbre de saber si el proceso surtirá efecto en un plazo coherente.

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