Mientras la inflación se dispara en Estados Unidos y en la Unión Europea, Japón se resiste a esta tendencia debido a una arraigada “mentalidad deflacionista” y a las estrategias para esquivar los costes crecientes de la energía y las materias primas.
La tercera economía mundial lleva décadas con una tasa de inflación prácticamente plana, una evolución que el Banco de Japón (BoJ) y el Gobierno han tratado de romper desde 2013 con un enorme paquete de medidas de flexibilización monetaria y estímulos que sigue en marcha y sin dar los frutos deseados.
El banco central nipón fijó una meta de aumento interanual de los precios del 2 % para iniciar un “ciclo virtuoso” de inflación y crecimiento económico, pero el ritmo del indicador se mantiene muy lejos de ese objetivo.
El propio BoJ prevé un aumento nulo (0,0 %) del índice de precios de consumo (IPC) acumulado en el ejercicio fiscal en curso, que acabará a finales de marzo de 2022, mientras que para el próximo año estima que el indicador avanzará un 0,9 %, según sus proyecciones económicas más recientes, publicadas el pasado octubre.
Los últimos datos mensuales disponibles siguen mostrando un avance a cámara lenta del IPC nipón. En octubre, creció un 0,1 % debido sobre todo al encarecimiento de la factura energética, y después de meses de altibajos en el indicador causados por el impacto económico de las restricciones aplicadas por la pandemia.
El alza global de los costes derivada de la crisis sanitaria sí que se ha notado con creces en los precios mayoristas de Japón, que el pasado noviembre registraron una escalada interanual récord del 9 %, la mayor en cuatro décadas, aupada por el petróleo y el carbón (49,3 %), la madera (58,9 %) o los metales no ferrosos (32,8 %).
Mentalidad deflacionista
¿Por qué, entonces, no repercute este encarecimiento en los precios al consumo? El gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, tiene una respuesta para este misterio: “La deflación todavía marca la mentalidad de la gente”.
Kuroda se refirió así al largo ciclo deflacionario que atravesó Japón después del estallido de la burbuja inmobiliaria a inicios de la década de 1990, en una entrevista concedida recientemente al diario nipón Nikkei.
Esta mentalidad hace que el sector privado nipón se resista de forma sistemática a redirigir sus beneficios a subidas salariales y opte en cambio por acumular enormes reservas de capital, que en 2020 alcanzaron una cifra récord equivalente al 130 % del PIB nacional.
Al mismo tiempo, las empresas niponas “hacen lo posible por no ser las primeras en incrementar sus precios por temor a perder cuota de mercado”, explica a Efe el analista Takahide Kiuchi, del Instituto de Investigación Nomura.
Este economista destaca asimismo que las compañías japonesas apenas han despedido a trabajadores durante la pandemia -en comparación con lo visto en Estados Unidos y en Europa-, con lo cual ahora no tienen margen para contratar a gran escala y dinamizar el mercado laboral con el consiguiente empujón salarial.
Los sueldos medios nominales en Japón han descendido un 5 % en las últimas dos décadas, según datos de la OCDE, lo que también explica la persistente debilidad del gasto de los hogares nipones, un problema estructural empeorado por la pandemia.
A estas “actitudes únicas” que se observan en Japón y suponen un freno para los precios se suma “un bajo potencial de crecimiento” de su economía, destaca Kiuchi, quien considera que la tendencia inflacionaria global “podría no llegar nunca” al país asiático y que, por tanto, la meta del banco central sería una quimera.
Inflación camuflada
En este panorama, el actual primer ministro nipón, Fumio Kishida, llegó al cargo el pasado octubre con las subidas salariales como una de sus prioridades políticas, integradas en lo que llama “un nuevo capitalismo”.
Kishida ha pedido a las empresas que incrementen los sueldos un 3 % durante 2022 con incentivos fiscales que no terminan de convencer al sector privado, y ha tomado medidas dirigidas a amortiguar la previsible pérdida de poder adquisitivo de los japoneses.
Entre ellas destaca un programa de subsidios para las distribuidoras de petróleo, concebido para evitar que el encarecimiento global del crudo repercuta en empresas y particulares y lo que a la postre podría “maquillar” los datos del IPC nipón.
Los japoneses, además, son cada vez más sensibles al fenómeno conocido como “inflación camuflada”, es decir, las estratagemas de las empresas para vender productos al mismo precio pero rebajando de forma ligera y progresiva su tamaño, lo que les permite absorber los costes crecientes de las materias primas.
Esto se observa en envases de patatas fritas, galletas, sushi preparado o alimentos congelados, entre otros muchos productos de consumo frecuente y cuyas raciones menguantes son objeto de denuncia a través de las redes sociales o en blogs y webs especializadas.