Al iniciar su mandato en 2018, el presidente Andrés Manuel López Obrador no mostraba ningún interés por la política exterior y menos por América Latina. Es más, la región ni aparecía en su libro ‘La Salida’, publicado en 2018, en el cual resumía su programa de gobierno. Esto ha cambiado en los últimos 18 meses. El giro se inició con el asilo para el defenestrado presidente boliviano Evo Morales en noviembre del 2019, orquestado por la Cancillería mexicana bajo órdenes de Marcelo Ebrard. Desde entonces, México ha impulsado una diplomacia regional más activa. Se distanció cada vez más de las posiciones del gobierno anterior, que criticó el autoritarismo en Venezuela y jugó un rol activo en el Grupo de Lima, alineándose con los gobiernos conservadores y liberales de la región que pretendían lograr un cambio de gobierno en Venezuela.

El eje México-Buenos Aires-La Paz

En la nueva diplomacia mexicana, el principal y más visible socio ha sido el argentino Alberto Fernández, quien pidió ayuda a López Obrador en sus renegociaciones de deuda. Además, acordaron producir conjuntamente la vacuna británica AstraZeneca. Ambos países mantienen un fluido diálogo y los dos presidentes se llevan muy bien. Otro socio importante es Bolivia, donde el año pasado asumió Luis Arce la presidencia, un exministro cercano a Morales.

Cuando Arce fue criticado la semana pasada tras la aprehensión de su predecesora, Jeanine Añez, acusada de haber ayudado a fomentar un golpe de Estado, México salió en su defensa. La cancillería mexicana pidió al secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, “conducirse de acuerdo a sus facultades” y evitar posicionamientos que intentan tener injerencia en los asuntos internos del Estado Plurinacional de Bolivia. Almagro es un acérrimo crítico de los regímenes autoritarios de
izquierda en la región como Cuba, Venezuela o Nicaragua.

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Reequilibrar el poder con Estados Unidos

¿Significa todo esto el renacimiento de la Alianza Bolivariana (Alba), un grupo antiimperialista impulsado por el difunto Hugo Chávez al inicio del siglo? El historiador Rafael Rojas, profesor en el Colegio de México, es escéptico: “Me parece que el gobierno mexicano intenta avanzar en la creación de una nueva plataforma progresista, diferente del Alba, pero también de grupos conservadores como el de Lima”, afirma en conversación con DW. “México no gira completamente a la izquierda identificándose con Cuba, Venezuela, etc. y no fomenta una alianza con Rusia o China para enfrentar a Estados Unidos”.

Para Lila Abed, politóloga y maestra en Gobierno de Georgetown University, el objetivo principal de la nueva alianza es presionar a ciertos organismos internacionales en bloque. “En conjunto, tienen más fuerza”, afirma Abed. Se trata, según ella, de “reequilibrar el poder en la región ante un discurso del Presidente norteamericano, Joe Biden, sobre democracia y derechos humanos que muchos gobiernos de América latina consideran una injerencia”.

Rojas coincide en que la llegada de Biden influyó en la posición de México, aunque el cambio haya comenzado mucho antes, con la creación del Grupo de Puebla en 2019, una alianza progresista continental. En ella fueron protagonistas personajes como el expresidente uruguayo Pepe Mujica, el político chileno Marco Enriquez-Ominami y políticos del partido gobernante Morena, aunque sin López Obrador ni Ebrard, afirma Rojas: “Ellos se sumaron más tarde, cuando vieron en el Grupo de Puebla un instrumento que les podía servir”.

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Ideología interna, peligros internacionales

La apuesta de México también es política e ideológica. “Con el COVID-19 y el declive económico, regresamos en América Latina a esa idea de la búsqueda de la autosuficiencia y a la de la periferia contra poderes hegemónicos”, dice Abed. “Este tipo de discurso tiene respaldo popular en Mexico”, dice Rojas, lo que podría servir a AMLO para ganar votos en las elecciones legislativas y regionales en junio. Al argentino Fernández, la alianza con México le sirve para desmarcarse de su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, considerada más radical e identificada con el bolivarianismo, subraya el historiador.

Pero la nueva estrategia también conlleva riesgos, sobre todo para México. “Si escala un conflicto con EE. UU. sobre migración o seguridad, AMLO podría estar tentado de jugar la carta geopolítica y buscar alianzas con Rusia o China, que son considerados enemigos para EE. UU.”, advierte Rojas. Lo anterior sería muy arriesgado ya que estaría en medio el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (T-Mec), dice Abed. Sería suicida: un 80% del comercio exterior de México depende del T-Mec. Para la politóloga, el mayor peligro de esta alianza es que México pueda aislarse y perder fuerza e influencia internacional.

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