Cuando supo que muchos de sus alumnos quedaban excluidos de las clases virtuales por falta de internet, su maestro, Arthur Cabral, empezó a llevarles los deberes en bicicleta hasta una favela del nordeste de Brasil donde permanecen confinados desde marzo por la pandemia de coronavirus.

“Vengo de la escuela pública, viví de cerca estas dificultades que buena parte de los estudiantes están pasando”, cuenta Arthur, profesor de ciencias que cada viernes pedalea 8 km desde Recife, capital del estado de Pernambuco, hasta la empobrecida Vila da Fábrica, en la localidad de Camaragibe.

Si se cansa ante una ladera imposible en la comunidad, empuja la bicicleta: “Lucha como un profesor”, se lee en la camiseta negra que lleva este educador de 29 años.

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Los alumnos de Arthur de sexto y séptimo curso (preadolescentes) solo pueden seguir el programa en línea EDUCA-PE vía YouTube. Muchos no tienen computador ni tableta. Y si hay un celular en la familia, está roto o se reparte el uso entre varios hermanos que tienen clase a la misma hora.

“Decidieron mandarnos a hacer las tareas en línea, ¿pero acaso saben si tenemos algún apoyo para hacerlas? ¿Si tenemos celular?”, reclama Gloria Correia de Lima, de 12 años, en la puerta de su pequeña vivienda de Vila da Fábrica.

Y aunque tengan celular, carecen de un servicio de datos para usar Google, YouTube o Facebook, las plataformas más usuales en las clases virtuales.

Con 212 millones de habitantes, uno de cada cuatro habitantes (mayores de 10 años) de Brasil no tiene acceso a internet, es decir 46 millones de personas, según un estudio de 2018 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

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Y el nordeste es la región con más personas sin acceso a este servicio, apenas una de la vasta lista de necesidades de las favelas del país, como saneamiento básico y atención médica.

4 meses sin hacer nada

Suemily Alves, de 11 años, recibe las tareas gracias a Arthur, que cumple su misión en breves encuentros debido al coronavirus. Pernambuco es uno de los estados más afectados por la pandemia, que ya dejó casi 2,5 millones de contagios y más de 88.000 muertos en Brasil, el segundo país más castigado del mundo por detrás de Estados Unidos.

“Es muy bueno que venga a casa a entregar las tareas, porque no todos tenemos internet (…) y no logramos asistir a clases”, afirma la niña.

Los alumnos deben superar otros obstáculos, como la dificultad de concentrarse para estudiar en las pequeñas casas donde usualmente seis personas duermen en un mismo cuarto.

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El profesor Arthur devolvió la esperanza a muchas madres, como la de Gloria.

“Está siendo de mucha importancia, porque antes de esta labor del profesor, ella estaba sin acceso a los cursos y yo me quedaba preocupada por su situación en la escuela”, afirma Darla Correia, de 31 años, actualmente desempleada.

“Cuatro meses en cuarentena y ella sin hacer nada. Yo no sabía cómo lograr que tenga días productivos”, añade.

Arthur ahora reparte las tareas junto con otro profesor, que se solidarizó con su causa.

“Creo que esta iniciativa está más allá del rol del educador, es empatía por esos estudiantes, por la vida humana”, expresa este convencido ciclista.