Carlos Mesa compitió el mes pasado a la presidencia de Bolivia contra un viejo y conocido rival. No cualquiera. Era uno con el que, al parecer, tenía cuentas políticas que saldar.

Mesa, gobernaba a los bolivianos desde 2003. Sucedía, en su calidad de vicepresidente, a Gonzalo Sánchez de Lozada, quien había dimitido y escapado a EEUU, orillado por protestas (con saldo de 70 muertos) y demandas sociales cada vez más álgidas.

Bolivia tuvo entre 2001 y 2005, cinco presidentes y el periodista de profesión asumía el desafío con las dificultades del contexto, sumado a su inexperiencia política.

Sin embargo, en su segundo año en el poder, el entonces líder indígena cocalero, Evo Morales, movilizaba el descontento de su sector en sendas protestas contra el gobierno central.

La fama del dirigente corría como el descontento de una clase olvidada. Evo, los convenció de que debían ser representados por un partido político que lucharía contra ese abandono, el centralismo y la corrupción de la época.

Así fue. Con la consigna de autonomías departamentales, las movilizaciones se fueron tornando diarias e incendiarias, al punto en que el presidente Mesa quizo arreglarlo al son de las leyes.

Por lo anterior, planteó la necesidad de reformas constitucionales, las cuales no eran del agrado de la clase política legislativa.

Logrando convencer al resto de partidos, el mandatario abrió la puerta a las enmiendas. Con estas, los movimientos indígenas presentaron sus candidatos a las elecciones municipales del 2004, lo que meses más tarde, fortalecería la figura del dirigente cocalero y a su partido Movimiento al Socialismo, (MAS) que fundó en 1987.

No fue suficiente. Las protestas se mantuvieron activas. Eran décadas de abandono y desconocimiento político hacia un sector que creían sumiso. No lo era. Tenían un dirigente social en quien creer y se aferraron a éste.

En las calles, exigían también la nacionalización del gas y el petróleo.

En 2005, los desmanes generaron el anuncio de Mesa, presentando su renuncia al cargo con tan solo dos años de ejercerlo.

La presión de Evo fue grande y los indígenas llegaron para quedarse en el espectro político visible, de la mano del dirigente que años más tarde diría “Evo es pueblo”.

Incluso, Morales recordaba cada año en su cuenta de Twitter la efeméride de la renuncia a la presidencia boliviana, por parte de su antagónico. Pero ahora, es diferente. Evo, ya no es pueblo.

¿La venganza de Carlos Mesa?

14 años después, la historia se repite en Bolivia. Evo estaba irreversiblemente en el otro lado del conflicto.

Lo irónico del proceso, es que Mesa gestaba su estrategia ahora desde el lado opositor con La Coordinadora de Defensa de la Democracia, presionando a su rival en las urnas, ahí, donde la llaga política es incómoda, pero suele dolerle más al poder que recibe la presión.

Lo acusaba de fraude electoral en los pasados comicios y de ajustar las leyes para ponerse en ruta a perpetuarse en el poder.

La salvedad del caso, la juega una tercera carta en discordia: Luis Fernando Camacho, el abogado y dirigente opositor de 40 años, quien puso marchas a la obra en las calles bolivianas, directamente desde su natal Santa Cruz de la Sierra.

Analistas políticos citados por la televisión alemana DW, han establecido el nivel de participación tanto de Camacho, como de Mesa, en el conflicto que motivó la caída del presidente aymara, incluso cuando nadie lo veía posible.

El poder intelectual y operativo se conjugó durante varias semanas, en los que las movilizaciones y disturbios se trasladaron a La Paz, como en 2005, pero ahora contra el viejo conocido de la política que había llegado al poder, también capitalizando el descontento indígena.

“Carlos Mesa es un intelectual bien formado y ha ido reuniendo a gente muy interesante en torno a su persona”, sostiene Gonzalo Rojas Ortuste, analista político de la Universidad de San Andrés, en la capital boliviana. “Gente con una fuerte postura que tiene como objetivo reinstitucionalizar el país”.

La fuerza en las calles, según Rojas, viene entonces de Camacho, a quien considera que “es un hombre que ha irrumpido en la política, de indudable valor civil, pero no le conocemos mayor programa que pedir que se vaya Evo Morales. Tiene una retórica muy básica en cuanto a una propuesta política o un liderazgo más democrático. Es de un arrojo lindante con la temeridad”.

AIZAR RALDES / AFP
AIZAR RALDES / AFP

El trasfondo socioeconómico es curioso. La economía de Bolivia, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dio muestras robustas de crecimiento, con un 4.9% anual. Otro sano porcentaje fue la reducción de la pobreza en la era Morales, entre 23 y 25 puntos porcentuales.

El pecado de Evo, según los analistas locales, no fue el manejo de la economía, sino, el nulo respeto a la institucionalidad democrática, en busca de una nueva reelección que lo llevaría a cumplir casi dos décadas en el poder.

Belén González, parte de las centrales obreras bolivianas, aseguraba antes de la caída de Evo, que “lo que quiere lograr la oposición es que se restablezca un cierto orden institucional, donde haya límites para el poder del Estado, donde el Poder Ejecutivo no sea el dueño del país, y el presidente no sea el mandamás”.

No obstante, considera que la contraparte tenía más demandas que soluciones para un desarrollo sostenible.

Con la nueva realidad en Bolivia y con Evo refugiado en México, el panorama es actualmente incierto. El concierto internacional de análisis, debate entre, si ocurrió un golpe de Estado en Bolivia, o es que la democracia se restableció.

Por hoy, con las opiniones divididas, lo que está a la vista es la revancha política que la vida le concedió a Carlos Mesa, sin que el entorno local o fuera de Bolivia predijera la caída del ícono de poder de la clase indígena.

CanalN.pe
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