La salida de Ecuador añade otra losa a la condena de Unasur a la irrelevancia. La pregunta es si la promesa de Prosur tiene opciones de tener éxito donde su predecesor fracasó.

El sueño regionalista de Luiz Inácio Lula da Silva, su querida creación animada, sobrevive malherido, un fantasma de otra época latinoamericana. Mira a su alrededor y no reconoce su continente. Mientras tanto, otros pujan por ocupar rápidamente su lugar. En geopolítica no hay luto que valga.

La salida de Quito de la organización cuya sede ha albergado, anunciada el jueves es solo el último de toda una serie de portazos que ha recibido recientemente la utopía de integración que puso en marcha el entonces presidente de Brasil en 2008. De sus antes doce miembros, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y ahora Ecuador han suspendido en el último su participación en el organismo.

Unasur, que nació vinculada a la ola de gobiernos que protagonizó la llamada década progresista latinoamericana, ya estaba sumida en un agónico proceso de decaimiento, especialmente tras la marcha colombiana.

“Forma parte de un proceso de corrosión de esta institución”, dice a Deutsche Welle, Andrei Serbin, director del think tank latinoamericano CRIES, con sede en Buenos Aires.

“Su deslegitimación viene en parte de su incapacidad para lidiar con situaciones coyunturales a nivel regional”, explica el argentino.

Pero no es el único viento que ha empujado al barco regional en esta deriva. “Otra parte de esa deslegitimación tiene que ver con el rol protagónico que tuvo en años pasados, muy vinculado a una agenda muy ideológica en la región”.

Que los engranajes de Unasur no funcionaban era evidente hace tiempo, especialmente a raíz del cambio de ciclo político en el continente latinoamericano y el consecuente auge conservador. Pero la imposibilidad de escoger a un secretario general –puesto que lleva vacante desde 2017– ya fue “la gota que colmó el vaso”, según Serbin.

Pero aún fue la crisis en Venezuela. Unasur se había convertido en “cómplice de la dictadura venezolana”, argumentó Colombia al anunciar su adiós.

Este viernes, el ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Jorge Arreaza, celebraba con cuchillos la decisión ecuatoriana: “No podemos tener traidores en las filas”.

El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y autoproclamado presidente encargado del país, Juan Guaidó, no perdió la oportunidad de pronunciarse igualmente y dio las gracias a Lenín Moreno “por acabar con el encubrimiento dictatorial que representaba Unasur”.

“Unasur presentaba serias carencias y Venezuela lo que hizo fue exponer esas carencias con mucha más claridad”, subraya el experto argentino. A su juicio, los diálogos promovidos por el organismo regional “fueron vistos muy parcializados, en beneficio del gobierno de Nicolás Maduro”.

Se hizo evidente no solo su incapacidad para promover soluciones efectivas en Venezuela, “sino también su falta de voluntad para ello”.
Lo cual tampoco sorprende a nadie, estando aún fresco el recuerdo del entusiasmo con el que el fallecido Hugo Chávez abrazó el proyecto.

La promesa de Prosur

La organización queda así, tras la retirada de Ecuador, condenada como mínimo a la irrelevancia, incapaz de lograr sus objetivos de integración regional con solo Uruguay, Guayana, Bolivia, Surinam y Venezuela en su alineación. “Y si Unasur no está cumpliendo con su rol, simplemente hay que buscar otra alternativa”, dijo el ministro ecuatoriano de Exteriores inmediatamente después del anuncio. Una alternativa que podría llamarse “Prosur”.

De hecho, está previsto que Moreno se reúna el próximo 21 de marzo con el presidente Sebastián Piñera, quien puso sobre la mesa la creación de Prosur como un foro sudamericano sin la participación de Venezuela. Quito confirma que el tema está en la agenda. Pero la realidad es que esa idea sigue siendo un libro en blanco.

“Por lo que se sabe a día de hoy, Prosur es la idea de un grupo más informal, más práctico”, señala a DW Francisco López-Bermúdez, profesor de relaciones internacionales de la Universidad San Francisco de Quito.

Un “foro informal” que no necesariamente asumirá el objetivo de la integración que abanderaron los adalides del socialismo del siglo XXI
, sino que podría optar por trabajar en direcciones menos ideológicas y más pragmáticas en materia de cooperación.

“Si eso va a dar para más, todavía no sabemos”, reconoce López-Bermúdez. “En el ámbito de Prosur soy más bien cauto”.

Sobre esta falta de claridad también incide el argentino Serbin, quien apunta a las diferencias dentro del mismo bloque conservador como un posible obstáculo, pero también al pragmatismo como un puente que permita la transversalidad: “me cuesta creer que cuestiones de integración económica y productiva estén fura de la agenda de países como Uruguay, miembro aún de Unasur”.

El conato de integración de Lula nació como un espacio de contestación frente a la influencia de Estados Unidos en Sudamérica. A falta de más claridad, este carácter contestatario, aventura Serbin, es la misma carta que están jugando los principales valedores de la promesa que hoy por hoy es Prosur. “No quiero desacreditar la propuesta”, aclara. “Pero, por ahora, cuando me mencionan Prosur, yo lo que escucho es no-Unasur”.