Puede gustar o no su opción, pero Enesto Orellana (“Los justos”) ha logrado una madurez de suficiente espesor para que su talento como director y dramaturgo se manifieste en un muy buen nivel escénico.

Y la razón es bien simple: su imaginación como creador teatral y su punto de vista como observador crítico de la realidad político-social y humana se complementan con el manejo de los recursos que utiliza.

Es decir, sabe lo que hace (algo que no es tan común) y no manifiesta en escena sólo buenos deseos e intenciones artísticas.

En “Inútiles” arremete contra el gusto y las sensibilidades indefinidas o pacatas y, se podría decir, las buenas costumbres escénicas.

Con su compañía Teatro Sur, sube al escenario una comedia con tintes barrocos, recargada en todos los planos –escenografía, vestuario, colorido, como también en la línea actoral, el universo sonoro y el uso de modismos actuales- que se justifican y encajan con la propuesta.

Narra la historia de una familia aristocrática del siglo XVIII en el lejano y salvaje sur de Chile, durante una comida familiar, con un obispo de visita, en momentos en que los sirvientes y la indiada se rebelan o amenazan rebelarse, e incluye escenas que resitúan el relato en nuestros días.

Aristas de ayer y hoy

Pero el encuentro hogareño se frustra, a la señora de la casa la asaltan pulsiones y traumas, su hijo –un tipo que parece reventado- nunca sabrá que hacer con su vida, mientras que el obispo da rienda suelta a sus deseos.

Cada uno expone una arista de la sociedad, del poder y de su decadente capacidad de contaminarlo todo y perdurar en el tiempo.

En conjunto, una metáfora de la discriminación existente en el país en sus diversas formas, iniciada en la época colonial, y cómo el autoritarismo se instaló en la génesis de la república y sigue vivo, lo que se refuerza con textos de personalidades políticas de la historia reciente de Chile.

Además de los diversos temas que aborda el texto, la fuerza de esta comedia con tintes de farsa, seria y burlona, agresiva e inteligente, tiene como otro

soporte el trabajo ejemplar del elenco de actores: el sobresaliente Tito Bustamante, Nicolás Pavez, Guilherme Sepúlveda, Tamara Ferreira, Eric Melo y Tomás Henríquez.

Se mueven con fuerza corporal, gestual y vocal, sin que se les vaya de las manos el control de la dosis de locura que exige el director para no caricaturizar a sus personajes y transmitir bien lo que cada uno significa.

El símbolo más discutible en este montaje, quizás porque le falta desarrollo, sea el personaje que encarna Tamara Ferreira, gran actriz.

Interpreta a la hija ilegítima entre el difunto esposo de la dueña de casa y una sirviente mapuche: está en escena desde el comienzo, instalada en una especie de altar, como semicongelada, hasta que une pasado y presente cuando reacciona frente a un trabajador del correo que llega a la mansión.

Machismo, clasismo, racismo, homofobia y autoritarismo denuncia este montaje, sombras del pasado que subsisten. Y que avergüenzan.

Teatro Sidarte. Ernesto Pinto L. 131. Jueves, viernes y sábado, 20.30; domingo, 19.30 horas. Entrada general $ 6.000; estudiantes y niños $ 4.000. Hasta el 19 de Junio.