Los científicos tienen la esperanza de tratar el dolor crónico gracias a lo que puedan aprender de la genética de Jo Cameron, una mujer que no siente dolor.

La mujer escocesa de 75 años llamada Jo Cameron no siente dolor. Ni siquiera cirugías o partos la han importunado a un nivel tan significativo como afectarían al resto de las personas.

Por ello, su ADN está siendo decodificado por genetistas de la británica University College of London (UCL) para entender cómo sus genes determinan el funcionamiento de sus sensores de dolor de ella, y los de otros con su condición.

Ésta es conocida como insensibilidad congénita al dolor, se estima que 1 de cada 25 mil personas la padecen en algún grado, pudiendo incluir otros síntomas como anosmia (falta de olfato) o una mayor sudoración.

El caso de Cameron es de especial prominencia e interés científico: según reveló a la BBC, sólo sabe que su piel está ardiendo si la huele o ve, por dar un ejemplo.

Por estos motivos, y más allá de la curiosidad, a la ciencia médica le interesa estudiar su condición por cuanto puede servir para tratar a personas en una situación opuesta a la suya. Es decir, quienes sufren dolor crónico.

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“Al comprender con precisión lo que sucede a nivel molecular, podemos comenzar a comprender la biología involucrada y eso abre posibilidades para el descubrimiento de fármacos que algún día podrían tener impactos positivos de gran alcance para los pacientes”, explica en este sentido James Cox.

Se trata de uno de los genetistas que descubrió y denominó la variación genética que causa la condición de Cameron en 2019, en una zona del ADN que hasta el momento se creía que contenía sólo “código basura”, que no servía funciones concretas.

Sin embargo, detalla el estudio publicado en la revista científica de Oxford Brain, se descubrió que no sólo regulaba su sensación de dolor, sino también otro gen que evita que sienta repentino temor ante situaciones de peligro letal inminente.

Pero aún falta camino por recorrer: “El gen FAAH-OUT es sólo una pequeña esquina de un vasto continente, que este estudio ha comenzado a mapear”, acota el biólogo molecular Andrei Okorokov. “Como científicos, es nuestro deber explorar y creo que esos hallazgos tendrán implicancias importantes en áreas investigativas como el tratamiento de heridas, depresión y más”.