Guardians of the Galaxy Vol. 3 demostró ser un tratado no sólo contra el maltrato animal, sino también contra la experimentación científica sin consideraciones éticas. La lucha también existe en el mundo real, con prometedores propuestas para dejar a ratones, conejos, monos, y todos los demás animales definitivamente fuera del laboratorio.

Desde la primera película que se dieron las primeras luces de que el maltrato animal tendría un lugar en su trama, con los guiños al traumático pasado de Rocket Raccoon, y en la actual entrega se profundizó no sólo en su propia historia y la de sus amigos, y con ello en los crímenes del Alto Evolucionario, sino que incluso participa prominentemente Cosmo, personaje inspirado en la perrita Laika, icónico caso de la carrera espacial y la primera de muchos animales enviados a la órbita terrestre.

Más allá de los megalómanos propósitos del villano de la película, la discusión en torno a la experimentación con animales es incluso más antigua que Laika, y hasta hoy foco de controversia. Activistas y críticos dentro de la comunidad científica llevan décadas alzando la voz por ellos y acusando que sus derechos son vulnerados con estas prácticas.

En la ciudad rusa de Novosibirsk hay incluso una estatua dedicada a los ratones de laboratorios usados en investigación genética.

Sin embargo, con el tiempo y el avance de la ética en la ciencia, se han ido refinando los criterios en torno a las pruebas con animales. Actualmente existen varias leyes y regulaciones para el cuidado de los animales sometidos a experimentos en los laboratorios.

La Ley del Bienestar de los Animales de Laboratorio, promulgada en 1966 en los Estados Unidos, fue la primera ley de alcance federal en ese país que reguló esta materia incluyendo el transporte, la venta y el manejo de los sujetos de prueba.

Desde entonces, al menos 42 países han legislado al respecto, incluyendo a Chile con la ley 20.380, mientras que la comunidad científica refuerza sus cuidados a la hora de someterlos a este tipo de experimentos.

“Los consejos de ética tienden a sopesar los beneficios potenciales de un experimento con los riesgos de daño y sufrimiento para el animal. Sin embargo, lo que constituye un beneficio, así como las formas objetivas de definir los límites aceptables de daño, dolor e incomodidad en diferentes animales, pueden hacer que esto sea más desafiante de lo que parece a primera vista”, explica un análisis de Science Alert.

Las “Tres Rs”

“Reemplazo”, “Reducción” y “Refinamiento”, éstos son los tres criterios defendidos en los círculos científicos a la hora de abordar las pruebas con animales, siendo presentadas por primera vez por los zoólogos W. M. S. Russell y R. L. Burch en un estudio publicado en 1959.

Aunque igualmente foco de controversia por cuanto no elimina directamente la experimentación en animales, su propósito es dar prioridad al bienestar animal a la hora de experimentar con ellos, y han sido adoptados por parte importante de la comunidad científica como una base sobre la cual trabajar. Sus tres focos refieren a las formas en que se pueden mejorar las condiciones de los sujetos de prueba.

“Reemplazo” aborda la búsqueda de métodos alternativos que ahorren la necesidad de usar animales en los experimentos, pero manteniendo los mismos resultados.

“Reduction”, por su parte, implica la búsqueda de métodos que minimicen la cantidad de animales usados en experimentos, manteniendo resultados estadísticamente significativos.

“Refinamiento”, en tanto, busca métodos para minimizar el sufrimiento de los animales, como el uso de anestesia y analgésicos, así como mejorar las condiciones en que son cuidados.

Es decir: evitar usar animales, pero si es necesario usarlos, reducir el número de animales necesarios para obtener resultados al mínimo, y procurar hacerles sufrir lo menos posible.

Si bien estos lineamientos no han resuelto el problema de fondo acusado por los críticos de la experimentación con animales, sí han provisto un marco que permite mejorar el trato de los sujetos de prueba sin sacrificar las necesidades del avance científico. Asimismo, al ser la base de distintas legislaciones, los científicos se ven sometidos a sus criterios para poder validar sus experimentos.

Alternativas cada vez más avanzadas

Pese a ello, prácticas cuestionadas persisten, como el uso de la Prueba de Draize, un procedimiento usado para testear la irritación causada por ciertos químicos en animales, especialmente conejos. Para ello, se aplican distintas sustancias en los ojos o en la piel del animal involucrado y se observan los efectos.

Si se llegase a causar daño irreversible, son sometidos a eutanasia.

Sus críticos acusan que esta prueba, desarrollada en los años 40s por el toxicólogo John Draize de la Food and Drugs Administration (FDA) de los Estados Unidos y aún en uso según denuncia PETA, causa sufrimiento innecesario a los animales.

Acusan también que los resultados no son necesariamente replicables en humanos, pese a lo cual es habitualmente difícil conseguir permiso para experimentar en humanos sin antes haber probado los productos en animales.

Por ello, abogan por alternativas como pruebas in vitro con células humanas, modelos computacionales, o voluntarios humanos, explica The Lancet.

Todo ello, aseguran, sería más fiable, barato y ético.

Incluso, se está trabajando en replicar órganos humanos en laboratorios, llamadas ‘organoides’, para poder reemplazar a los animales.

Uno de los impulsores de estas iniciativas, Wojciech Chrzanowski, describió ante The Guardian como “el momento en que comienzas a trabajar en el laboratorio, tienes que comenzar a apretar y cortar animales, y lo lamentas”.

“En el pasado, me vi involucrado en pruebas con babuinos, y son realmente inteligentes. El instante que te comienzas a acercar a sus jaulas empiezan a gritar, golpeando cosas y ocultándose. Saben que se les va a hacer algo malo. Me parte el corazón”, expresó.

Por ello, todas estas propuestas en conjunto buscan ser cada vez más fiables para, eventualmente, volver completamente obsoletos los experimentos en animales.