Ilopango, el gran volcán caldera donde hoy se sitúa El Salvador fue uno de los responsables en arrasar con 40 kilómetros a su alrededor durante la existencia de la vieja civilización Maya. Esta fue la más grande de su tipo registrada en la historia de la humanidad y fue conocida como la erupción de Tierra Blanca Joven.
Según información consignada por National Geographic, un reciente estudio publicado en el Journal Antiquity sugirió que la erupción no fue un augurio del fin del mundo. Al menos no directamente, ya que eso provocó un impacto sociocultural que incentivó a la vieja civilización a construir edificaciones monumentales inmediatamente luego de la erupción.
Producto de la erupción, una gran cantidad de tefra, piedra pómez y ceniza, fue a parar a los alrededores de la zona. Fue este mismo material con el que luego se construyeron los grandes monumentos que desempeñaron importantes papeles religiosos, sociales y políticos.
El autor del estudio y postdoctoral asociado a la Universidad de Colorado Boulder, Akira Ichikawa, compartió que “Eventos como erupciones y sequías a menudo se han considerado un factor principal en el colapso, abandono o declive de la antigüedad“. Sin embargo la investigación de Ichikawa, sugirió que en la antigüedad las personas eran más resistentes, flexibles e innovadoras.
El investigador llevó a cabo excavaciones en un asentamiento maya en el valle de Zapotitán, cerca de la capital de El Salvador. Allí encontraron ruinas de la estructura de La Campana, una pirámide imponente que en ese momento fue la edificación más grande en el valle.
Un monumento que sirvió de fortaleza
Según el estudio, solo bastaron 5 a 30 años luego de la erupción de Torre Blanca Joven para que las generaciones posteriores comenzaran a construir una pirámide con tefra como respuesta a la erupción volcánica. ¿Y por qué con tefra? Según el experto esto se debió a que tuvo un propósito religioso para protegerse de futuras erupciones volcánicas.
Ichikawa dijo que “los maya pudieron haber creído que dedicar una estructura monumental al volcán era una manera lógica y racional de resolver el problema de posibles erupciones futuras“.
Este uso de la tefra por parte de los Mayas no sólo era religioso o simbólico, sino que además “práctico y funcional” según el experto.
El investigador japonés también cree que las estructuras habrían ayudado protegiendo a la población local, quienes pudieron ser sobrevivientes del valle, personas que emigraron a la zona después de la explosión o bien, una combinación de ambos reunidos por un propósito en común.
Según el estudio, aún no se determinó cuántas personas fueron necesarias para levantar la estructura pero Ichikawa estimó que habría tomado un mínimo de 13 años si trabajó con alrededor de 100 personas.