La existencia humana y las circunstancias que la acompañan nunca ha sido fácil. Sin embargo, eso hace que la vida sea interesante, particularmente para quienes la abordan con la óptica de los desafíos permanentes; y en tal contexto encontramos al factor incertidumbre, instalado en las grandes crisis que nos toca vivir y que nos afligen.

En este trance social y sanitario por el que atravesamos, nos amenaza la desorientación, los titubeos en la fe, la poca credibilidad en las instituciones, las influencias de corrientes negativas y tantos otros obstáculos que nos hacen difícil el camino. Y en ocasiones, la existencia en sí mismo nos parece tan convulsionada que no nos deja el tiempo necesario para detenernos a pensar qué queremos verdaderamente y cómo podríamos obtenerlo.

Este complejo escenario puede resultar propicio también para otras cosas, sin duda más positivas que lo dicho en las líneas anteriores; como por ejemplo repensar nuestro “plan de vida”, en el entendido que todos lo tenemos, aun cuando de las más disímiles formas, dependiendo de cada cual. Precisamos de un norte, un guión, un rumbo, porque esto no puede ser un simple proceso rutinario de días que corren sin sentido. Esto es aplicable en particular a los jóvenes, pero al mismo tiempo no excluye a ninguno de nosotros.

Cada uno requiere esforzarse en conocerse íntimamente y en buscar sentido a su vida, mediante propósitos y metas a las que se siente convocado y que llenan su existencia. En ocasiones resulta dificultoso mantenerse fiel al propio proyecto a causa de las dificultades, lo que puede conducirnos a un desánimo que podría llegar a estancarnos.

Entonces cómo hacerlo en medio de tanta dificultad. Tal vez podríamos partir recordando que es precisamente en las crisis donde surgen las oportunidades. Necesitamos reforzar la confianza en nosotros mismos, lo que implica un ejercicio de autoanálisis, asistido ojalá de una buena cuota de optimismo. Y como la incertidumbre se combate con certezas, requerimos estar siempre informados.

Surge así la necesidad de considerar el factor comunicaciones, y en particular las fuentes de las cuales proviene la información, las que son inmensamente variadas, y emanan desde la enseñanza formal que hemos recibido en la familia, en el aula, en la biblioteca, hasta la vasta gama de medios de comunicación existentes, así como de modo abundante desde internet y las extendidas redes sociales.

Quienes en lo cotidiano nos relacionamos con los procesos formativos de la juventud, conocemos de cerca esa multiplicidad de datos que convergen hacia ellos y las influencias que pueden emanar de esas fuentes, recordando además su coexistencia con mucha “basura” en términos de contenidos. Por tal razón debiéramos orientar a las nuevas generaciones a elegir con cautela, para formarse su propio criterio sustentado en aquello serio y trascendente, aprendiendo a diferenciarlo de lo que es vano, ambiguo o simplemente falso en su origen y evolución.

Necesitamos saberlo para superarnos, perfeccionar nuestro plan de vida y salir de la crisis más fortalecidos, más humanos, más sabios. O sólo acopiaremos errores y heridas que no serán fáciles de sanar, por fundarse en principios dudosos o confusos. Las comunicaciones estarán allí, en medio de este tráfago de acontecimientos, desempeñando su rol predominante, que anhelamos favorezca una necesaria humanización, acompañando a aquellas virtudes morales e intelectuales que hacen falta a la convivencia social.

Cristián Cornejo Gaete
Director General de Comunicaciones y Extensión
Universidad Bernardo O’Higgins (UBO)