A los 42 años, Lyuba Yez tenía una familia formada, con un esposo sano y dos niños pequeños. Aunque lo indecible ocurrió una noche cuando su esposo sufrió un ataque cerebrovascular, lo que provocó un desgarro que la orilló a escribir un libro relatando el dolor que engulló todo a su paso.

El 14 de julio del 2021, la realidad de Lyuba Yez cambió de forma inesperada y terrible. la caída de su marido al piso, la sumerge en medio de una explosión, donde “los trozos de la vida que conocemos se fragmentan, chocan unos contra otros, revientan, se desvanecen. Llega la oscuridad y todo se derrumba en un segundo”, así empieza “La noche del nunca más”, el nuevo libro de la escritora y periodista, quien se desempeña como profesora universitaria, impartiendo ética de las comunicaciones.

Justo después, su vida tal como era, no volvió a ser la misma, puesto que su marido sufrió un accidente cerebrovascular, arrasando con ella, sus dos hijos y el proyecto de vida que ansiaba construir.

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-Qué palabra ocuparía para definir “La noche del nunca más”

-Desgarro. Para mí “La noche del nunca más” es un desgarro porque la experiencia vital y literaria se encontraron al mismo tiempo. Y de alguna manera ambas fueron muy desoladoras.

Pero la experiencia literaria me ayudó a sobrellevar la primera que era muy oscura y tormentosa y muy cruel. Entonces siento que hay un desgarro permanente en esa historia.

-Y cómo nace la idea de plasmar sus vivencias en un libro.

-Mi única vía de escape o de momento propio era muy corta. Yo estaba metida mucho en Urgencias y escribir me calmaba. No tenía la posibilidad de escribir de otra cosa. En el fondo escribía de esto o no escribía. Si no escribía me iba a morir.

Y la escritura nació como una forma de dejar un registro. Por un lado, contaba con que la memoria no me traicionara y traté de guardar todas estas vivencias para comunicarlas a mi marido cuando despertara y a la vez contarle a mis hijos para comprender la inmensidad de todo lo que está ocurriendo. Esa era la locura, la que yo vivía.

Así creció como un diario de vida con fechas y fragmentos escritos con bastante rapidez y hasta desesperación por falta de tiempo y también por un estado de anímico muy siempre al límite. De alguna manera, con el tiempo se fue transformando en otra cosa mezclada con lecturas que yo estaba haciendo que también me ayudaban a conectarme a otra cosa, que no fuera mi vida ni mi cotidianidad.

Y el hecho de sacarle la tapa a este dolor y dejar de anestesiar. Las cosas tienen que ser nombradas como son, no como queremos que sean o cómo suenan más bonito. Nadie entendía lo que yo estaba viviendo y tampoco me podía explicar muy bien. Escribir es una forma de darte a entender, también de explicar o tratar de explicarte a ti mismo cómo están pasando las cosas y qué te está pasando y autoras como Annie Ernaux y Delphine de Vigan fueron como abrazos.

-¿Siendo periodista fue más fácil o más complicado ocupar las palabras?

-Ser periodista, te da mucha formación de poder escribir en la urgencia y yo siempre estuve en urgencia, o sea, siempre había una demanda para mí, yo no tenía tiempo libre. Tengo que trabajar mucho y me gusta trabajar mucho, porque sostengo una casa con dos niños chicos. Además, en ese momento mi marido estaba muy grave.

No tenía tiempo para nada y no tenía tiempo para escribir, pero la formación profesional te enseña a escribir con deadline, entonces tú dices “tengo una hora límite para hacer esto”.

Uno vive en urgencia, entre la rapidez y la simultaneidad. Viendo en perspectiva me ayudó mucho y también el mirar la situación con distancia.

Lo periodístico está instalado en la observación del hecho con distancia que fue posterior. Y no abusar del adorno. Una escritora siempre tiene supuestamente palabras para contar las cosas, para contar las situaciones, para abordar los hechos y yo me estaba quedando sin vocabulario.

Como escritora y mujer tuve que hacer un esfuerzo para darle una voz de una mujer creada por mí que es la narradora y que solo podía ser la voz de ella porque yo no podía hablar por él. Por lo mismo es una autoficción, aunque tiene menos ficción para mí. Hay una vivencia personal que había que cuidar y la ficción entra a acomodar ciertas cosas que yo no iba a escribir.

-¿Cuál es el significado que le otorga al mar en la novela?

-El mar es fundamental como metáfora en este libro porque “R” es un hombre que desarrolla su pasión en el mar y “L” se ve siempre arrasada. A ella se la lleva el tsunami. Entonces para mí el mar tiene esa dualidad, que es para el personaje masculino “R”, el océano es algo precioso que siempre buscó y para “L” es el infierno.

-La incertidumbre, el dolor y la nostalgia son sentimientos palpables en cada página. ¿Cómo fue la experiencia de escribir desde la intimidad y mostrarlo a los otros?

-Una vez me dijeron que estaba desnuda. Si lo publicas cómo está, es como salir en pelotas a la calle y eso es lo que me motivó a publicarlo porque yo esa sensación ya la tenía en mí, en mi búsqueda de ayuda, ya estaba entonces en esa desnudez, social, que me tocó vivir y me dio fuerza.

Creo que la construcción de la mujer de este libro fue bastante cuidadosa con los demás. Hay profecías que yo escribí sin saber que iban a pasar.

También una de las cosas que me decían para consolarme y que entiendo que era totalmente genuino y amoroso era cómo sobrellevarlo y que esto tenía que transformar esa incertidumbre, etcétera y yo decía, no quiero transformar nada, no me interesa, no voy a ser capaz.

Ahora bien, es imposible que el golpe te deje igual. Queda un poco de dolor adentro de tu piel y cada vez que te acuerdas de ese dolor, lo estás mirando desde otro punto de vista.

-En el libro se encuentran temas universales como el duelo y la pérdida, que al final son momentos vitales que son complejos de asimilar. ¿Qué reflexión le provoca escribir sobre lo que nadie quiere escuchar?.

-Encuentro que esta es la novela más auténtica y paradójicamente la más dolorosa. Pero probablemente, es la que siempre quise escribir. Me genera mucho orgullo poder haber escrito de algo tan incómodo, de lo que la gente huye y todos huiríamos, escribí con tanta franqueza que para mí no había otra opción de contar esta historia.

Hay miles de grises, los prejuicios los debe ser y los que dirán, hay que meterlos todos a la basura. Es muy difícil sobrevivir en esta balacera, que es la vida, pero uno se las ingenia como puede.

Es parecido cuando enseño en ética periodística sobre el dolor y en el fondo la gratificación para el doliente ocurre cuando ese dolor tiene sentido en otros y se me está dando mucho ahora.