La autora argentina María Sonia Cristoff publicó la novela "Derroche", un ejercicio de experimentación literaria donde reflexiona sobre el trabajo, las relaciones familiares y los embates de la sociedad contemporánea.

“Derroche” se titula la nueva novela de la escritora argentina María Sonia Cristoff, donde mediante un relato que entremezcla estilos y formatos da cuenta de una reflexión sobre el trabajo, la sociedad contemporánea, la construcción de moldes y el legado (o regalo) de una abuela anarquista a una nieta que se ubica justo en su contraste.

“El trabajo mismo es un tema importante en toda mi narrativa, desde ‘Falsa calma’, que es un libro de crónicas, hasta todo lo que siguió. ¿Cómo abordaba el tema desde otro lugar, y semejante tema? Entonces empecé esas lecturas de escritora, que hago yo, que son un poco eclécticas. Y a raíz de eso terminé dando con unas publicaciones anarquistas hechas por mujeres. Yo quería un personaje mujer que no fuera de clase acomodada, que necesitara dinero, pero que haya logrado no trabajar. Ahí apareció Vita”, cuenta a BioBioChile.

En “Derroche”, Vita es una veterana anarquista que lega a su nieta, Lucrecia, un difuso testamento con las coordenadas de un “tesoro” escondido en La Pampa. Para ello, escribió diversas instrucciones: una carta, un plan, y una suerte de diario de vida que sirve de contexto para la historia que se devela.

En ese marco, y a través de la voz y descripción de la propia Vita, se van conociendo los surcos de Lucrecia, una profesional joven y ya adaptada a las vicisitudes de la rutina que se entera junto al lector del calculado diseño de su abuela.

“Los tres personajes del libro están construidos a través de las voces, de los modos que tienen de decir. En esas publicaciones anarquistas, encontré giros verbales, epítetos, conceptos; hay un uso del lenguaje en la prensa anarquista que es muy particular. Ahí enganché y aparece esta carta de Vita y sus tretas para conseguir vivir sin trabajar”, explica.

El humor corrosivo, la ironía y hasta el sarcasmo confluyen en las voces de sus protagonistas, que también dejan entrever sus luces y sombras. Es este recurso el que da estilo a la novela, y también la fórmula que encontró Cristoff para la construcción entre sí de sus personajes. A ellos, descarta verlos “como hijos”, o como personas que requieren cuidados o un trato especial.

“No los pienso como ‘hijos’, sino como amigos, incluso con los que me resultan menos próximos. Más que entrar en sus psicologías, me interesa más ponerlos a actuar y que comiencen a decir. Construirlos mediante cómo hablan, cómo suenan, qué idea del mundo se desprende de lo que dicen, y cómo mienten”, dice.

“Vita es un personaje absolutamente contradictorio: dice cosas y hace las contrarias. Ella se ríe de sus padres anarquistas, que fueron militantes. Se quiere separar de eso, pero termina haciendo algunas de esas acciones anarquistas para conseguir dinero. Las palabras que alguien dice revelan mucho más que el color del pelo, la contextura física, etc”, sentencia.

La novela, es palabras de la autora, es un “abanico de formatos no ficcionales” que van desde la carta hasta la crónica, de la autobiografía al perfil, y desde el “mensaje de texto” hasta el ensayo y el e-mail, entre otros.

Si bien Lucrecia y Vita se llevan el peso de la historia, esta esconde un tercer personaje que escapa totalmente de la cosmovisión realista y racional: Bardo, un jabalí de características transhumanas que se dibuja como un ente clave del desenlace. Y que, de paso, descolocó a más de algún lector quisquilloso.

“Vita y Bardo fueron el colmo de la liberación. En Bardo no hay un verosímil realista, pero Lucrecia la quise construir desde un personaje del presente: alguien de la gran ciudad, con acceso a la cultura y el dinero. A ella sí quise construirla de forma realista. En mis novelas, siempre aparece un personaje treintañero que es la marca del presente. Alguien en quien yo pongo lo que me parece que el presente le indica ser, o debe ser. Y generalmente, ellos no lo aceptan” comenta.

A pesar que “Derroche” (y Bardo, en particular) es una muestra de su experimentación literaria (una constante en su obra), María Sonia Cristoff establece un límite a la hora de escribir. “Me interesa la experimentación como instancia metaficcional. Que la novela esté narrando una historia, involucrándote en una prosa, pero que también te esté diciendo: Hey, esto es un constructo. Cuando ese estado de alerta pasa a ‘esto es inverosímil’, ese es el límite para mí. Que no funcione”.

“Es verdad que me tomo libertades, pero soy muy rigorosa. Estoy todo el tiempo chequeando, porque quiebras el verosímil y listo: se arruina todo. La línea es muy tenue”, confiesa.

María Sonia Cristoff y "Derroche": "Las palabras de alguien revelan mucho más que su color de pelo"
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