El último libro de Marín es un juego de espejos, un relato paralelo entre la novela y la vida del escritor (Marín) que la está escribiendo. Relatos en los que se adivinan proyecciones del autor, hasta que, abiertamente, se intercambian.

Así, la ficción se transforma en realidad y viceversa, un juego donde la memoria y la imaginación van ocupando los lugares que la vejez –con su consecuencia de creciente inmovilidad- van dejando abandonados.

Germán Marín, entre otras virtudes, es un observador fino, sutil. Un observador que los años, junto a su maestría de escritor, le permiten crear a partir de detalles –aparentemente- nimios, cosas que adquieren peso con el pasar del tiempo, que sólo se ven desde la propia vejez, desde el propio tiempo marcado y visto en el cuerpo de uno.

Adiciones palermitanas es un texto melancólico, como una larga despedida que no termina nunca, como un vacío que no se concreta, no se materializa. Es un relato amable y sensible de cosas insignificantes para retratar, en el fondo, de forma implacable el paso lento –paso a pasito- a la vejez, ese replegarse en el encierro hogareño por problemas físicos pero también por la transformación de la ciudad –y de su gente- en algo cada vez más ajeno, desconocido.

Leer Adiciones palermitanas es un placer (bien escrita, con observaciones tan entrañables) con un toque de angustia, esa angustia de que alguna vez nos tocará transitar por vivencias similares.

Adiciones palermitanas

Germán Marín
Alfaguara
Noviembre de 2016
Santiago de Chile