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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

El antropólogo e historiador mapuche Eugenio Alcamán reflexiona sobre la relación entre identidad y cultura en el pueblo mapuche-williche, destacando que las normas culturales definen la convivencia y el acceso a la tierra. Critica la imposición de conceptos foráneos en Maihue Carimallín, donde se han generado conflictos por la construcción de centrales hidroeléctricas y la falta de respeto a las prácticas religiosas tradicionales.

En antropología existen palabras que resultan ser confusas, cuyos significados parecen claros pero que suelen ser traicioneras. Amin Maalouf ha señalado que una de estas es «identidad» (A. Maalouf, 2009. Identidades asesinas. Madrid: Alianza editorial, 17.). Otros subrayan el carácter contradictorio de la etnicidad (M. Mamdani, 2018. Citizen and Subject: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism. Princeton, NJ: Princeton University Press, 8.).

Eugenio Alcamán
Antropólogo e historiador mapuche.

En tanto fundada sobre la cultura –que define los diacríticos o marcadores en los cuales se funda la identidad–, la identidad también tiene el poder de modificar la cultura de tales grupos humanos. En estos vaivenes de la identidad, la cultura sigue reglas determinadas social e históricamente.

Claude Lévi-Strauss sostuvo que «todo lo que está sujeto a una norma pertenece a la cultura» y, agrega que «presenta los atributos de lo relativo y de lo particular» (C. Lévi-Strauss, 1981. Las estructuras elementales del parentesco. Barcelona: Editorial Paidós, 41.). La existencia de la norma la diferencia de la naturaleza. Estas reglas definen la convivialidad y el acceso a la tierra, entre las principales. La violación de la frontera de estas normas de la cultura en el mundo mapuche-williche ha provocado graves conflictos. También en otros pueblos indígenas. Así, la etnicidad en sus vaivenes implica tener en consideración determinadas normas que les son propias a cada cultura.

Los cronistas y viajeros del periodo del colonialismo español tempranamente describieron dichas normas de la cultura mapuche, analizando sus sistemas de clasificación, reglas de matrimonio y parentesco, reglas de residencia y acceso a la tierra y sus recursos. En la cultura mapuche-williche todavía permanecen algunas de estas reglas, como, por ejemplo, el matrimonio preferencial matrilateral y la transmisión de la propiedad de la tierra.

Las imposturas en el Pilmaiquén, una nueva forma de colonialismo

El reproche de suponer una «autenticidad cultural», hecha a mi columna «Las imposturas en el Pilmaiquén» por los académicos de la Universidad Austral Rodrigo Moulian, Roberto Morales y Debbie Guerra, induce a sospechar que estamos en frente de una cultura que no es la de un momento anterior, sino transformada y con pérdida de algunos elementos.

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Sea como sea, en Maihue Carimallín existen unas prácticas religiosas con rituales asociados al Señor Kintuante. Como solo parece ser propio de los fenómenos de «autenticidad cultural», condición que habrían perdido los mapuche-williches de Maihue Carimallín, así como todos los mapuche-williches en general –según estos críticos–, no existirían normas culturales particularmente en la religiosidad o éstas serían extremadamente febles, casi no tenidas en consideración.

Así tendríamos, entre otras consecuencias, que el efecto legal de la expresión «regidos total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones» de identificación de los pueblos indígenas en el Art. 1, letra a) del Convenio 169 de la OIT carecería de toda relevancia, similar irrespeto que existiría cuando a un investigador se le prohíbe tomar foto de la Morada del Señor Kintuante y lo hace igualmente con total desprecio.

Los fenómenos reseñados para evidenciar las transformaciones de la cultura mapuche-williche tampoco son suficientes para evidenciar la pérdida de una cultura mapuche-williche, no porque el número sea insuficiente, sino porque, confirmando mi apreciación anterior, definen la cultura mapuche-williche en forma de negaciones de la autenticidad que consistirían en pérdidas culturales.

No existen existencias culturales, en consecuencia, tampoco sus normas. La conclusión de este vacío cultural es unívoca: la «machi» y sus seguidores y asesores, erigida ella en la autoridad suprema de la cultura mapuche-williche, tiene la potestad exclusiva y excluyente para fijar las reglas de la cultura. Algunos comentaristas, con total falta de ética, incluso sostienen que para manifestarse en oposición a la construcción de centrales hidroeléctricas es necesario inventar tradiciones o materialidades sociales de ser necesario. La oposición a la construcción de una central hidroeléctrica es un «problema político» –diría uno de mis críticos– por lo que no hay que reparar en nimiedades argumentales y si es necesario inventar testigos en qué topamos.

Así ha venido ocurriendo en Maihue Carimallín desde hace años. La «machi» estuvo controlando presencialmente el acceso a la Morada del Señor Kintuante cuando acudían los maestros de ceremonia con fines rituales. Los mismos a los cuales se les debía respeto y nunca se les había interceptado el camino al proceso ritual. Actualmente continúa el control con un guardia instalado permanentemente en el lugar. O los intentos de invadir y ocupar los terrenos de otros sitios de significación religiosa en Pilmaiquén y Mantilhue, donde fueron expulsados por miembros de las comunidades del sector.

En mi referida columna denunciaba el negacionismo sistemático de las instituciones religiosas tradicionales encargadas de la convocatoria, organización y realización de la rogativa religiosa del lepun relacionadas ritualmente con el Señor Kintuante en la cosmología mapuche-williche. La sola existencia de estas instituciones religiosas supone que existen reglas tradicionales no solo representadas en la práctica religiosa, sino también en la estructura organizativa de los lepuneros, las formas de acceso al sitio religioso y los modos de convivialidad mantenidas desde tiempos antiguos entre las agrupaciones religiosas de las comunidades que históricamente se vinculan ritualmente con el Señor Kintuante. Estas instituciones y sus prácticas religiosas no se evalúan en cuanto representan una supuesta «autenticidad cultural mapuche-williche». La evaluación moral de la «autenticidad cultural» de un pueblo indígena no corresponde en antropología (lo «relativo» de Lévi-Strauss), sino que el acto de reconocimiento de las autoridades religiosas y sus prácticas es un principio de la ética antropológica. Ningún argumento puede exponerse para menoscabar a las congregaciones religiosas, sus autoridades y sus funciones tradicionales. En tanto que entre mapuche-williches las reglas de convivialidad reconocen y respetan las existencias de los otros y, antiguamente, sancionaban sus vulneraciones según prescribía el azmapu.

En Maihue Carimallín existe desde hace una década una identidad que ha sido conflictuada por personas que se han asociado en rechazo a la construcción de centrales hidroeléctricas en el río Pilmaiquén. Cinco comunidades indígenas y sus autoridades religiosas desde tiempos antiguos realizaban sus rogativas religiosas (lepun) y un ritual asociado al Señor Kintunte. Como todo uso y costumbre, no importa si auténtico o inauténtico, así como tampoco ningún juicio moral, estas prácticas tienen normas. Entre éstas, las congregaciones religiosas (lepuneros), con sus estructuras y protocolos rituales, debían ser respetadas. Sin embargo, otras personas, la mayoría de ellas foráneas y ninguna perteneciente a las tradicionales congregaciones religiosas, han intentado imponer su concepto de cultura y religiosidad, pretendiendo apoderarse de un terreno respecto del cual ignoran intencionadamente sus usos y costumbres tradicionales y la sucesión patrimonial. ¿Será que porque se trata de un «caso político» no aplica el derecho consuetudinario indígena? Si en Maihue Carimallín no existe un «auténtico» azmapu, unas normas de una época preestatal, existe un deber ser de tiempos ha.

Existen otras aseveraciones de Moulian, Morales y Guerra que corresponden a juicios programáticos, no propios de académicos ni tampoco del ejercicio de la disciplina de la antropología. Otras revelan una notable falta de información, probablemente debido a que no residen en el sector o reciben información maliciosamente errada. Algunas otras resultan tediosas de ser replicadas por cuanto sus antecedentes son de acceso público.